Como parte de la vida, la infancia se termina. La adolescencia aparece, irrumpe y trae aparejada transformaciones fundamentales. Este proceso inevitable y necesario también incluye a los padres.
¿Cómo ser padre de un adolescente?. La paternidad o maternidad no son cualidades inherentes al hombre, sino que es la llegada de la cría quien los convierte en padres, se es en relación al hijo. Entonces “es el hijo quien hace a sus padres” *[1]. El crecimiento del hijo conlleva cambios en los padres, de función y de lugar, ya que no es lo mismo ser padre de un niño que de un adolescente. También la organización familiar entra en esta crisis, donde el escenario se conmociona, tambalean las costumbres y la forma de relacionarse, donde los padres tendrán que recrear su lugar con respecto a su pareja, a ellos mismos y a los demás miembros de la prole.
Hasta ahora estuvieron aprendiendo a ser padres de un niño, que los miraba con admiración, que los idolatraba, que los cubría con todas las cualidades imaginables. Que buscaba en ellos toda la seguridad, el poder, el saber y la confianza que necesitaban para crecer. Para los padres la infancia también está teñida de una cierta idealización, a sus ojos la situación era más o menos controlada, conocida y manejable. Con la adolescencia este mundo “aparentemente ideal” comienza a resquebrajarse, a mostrar sus grietas, aparecen los conflictos, los cuestionamientos, los gritos y los silencios. Ya nada es igual. El adolescente, para poder constituirse como un sujeto independiente, necesita discriminarse, separarse, alejarse de las figuras paternas, tolerar sentirse huérfano un tiempo. Crecer es un acto agresivo, comienza a confrontar, a rebelarse y transgredir las normas y los límites del mundo de los adultos, como una necesidad de diferenciación, para encontrarse, para empezar a saber quien es. Para que esto se pueda llevar a cabo es fundamental que el adolescente se enfrente a adultos firmes, coherentes, que puedan asumir sus contradicciones y enfrentar el desafío. Winnicott dice en relación a esto:”lo mejor que pueden hacer es sobrevivir, mantenerse intactos y sin cambiar de color, sin abandonar ningún principio importante. Esto no quiere decir que no puedan crecer ellos mismos”*[2]. Los padres se convierten en el blanco de los ataques, el frontón necesario para que el adolescente pueda practicar contra él, errando los tiros, midiendo sus fuerzas y posibilidades, mejorando su entrenamiento, encontrando su propio estilo….,-según las palabras de E. Erikson. Es decir, tienen la tarea importante de contener y sostener los actos agresivos que reciben de sus hijos, permaneciendo inamovibles en su lugar sin retirarse como vencidos. También es necesario que los adultos se mantengan diferentes, que haya una brecha dada por las diferencias de época que a cada uno le haya tocado vivir y la educación recibida. Este enfrentamiento generacional es inevitable y posibilita el proceso de separación que incluye tanto a los hijos respecto de los padres como a los padres hacia los hijos. En la adolescencia hay pérdidas, pierden los hijos y los padres. Y toda pérdida de un ser querido le sigue el duelo, que es un proceso doloroso y penoso en el que se elabora dicha pérdida. En el transcurso de la vida se van sucediendo cambios, y todo cambio lleva implícito un duelo, por lo que se deja, por lo que se pierde, por lo que fue y una adaptación a las nuevas situaciones que aparecen.
Los padres viven el duelo de sus hijos, ya que tienen que desprenderse del hijo-niño y transitar hacia una relación con ese hijo que ya es adolescente. Esta es una tarea difícil y les impone muchas renuncias. Una es la pérdida del cuerpo de su niño, ese cuerpito tan amoroso, tan tierno, tan lindo para acariciar y abrazar, era como una parte más de ellos. Este es el momento de ruptura con la posición propia de la infancia de ser una posesión de los padres.
Ese niño pequeño que miraba para arriba buscando en los ojos adultos aprobación, es otro, ha crecido y ahora son los padres los que tienen que mirar hacia arriba.
Padres e hijos tienen cuerpos de adultos, marcando que para los adultos también pasa el tiempo dejando su huella, ya no son jóvenes como antes. El crecimiento de la cría, va corriendo a los padres hacia una madurez progresiva, y al alcanzar la posición de adulto los va desalojando paulatinamente hacia la vejez. Así quedan enfrentados a aceptar el devenir, el envejecimiento y la muerte, situación más difícil en esta sociedad que eleva a la juventud como valor supremo. El adolescente que ha adquirido características adultas, necesita apropiarse de esta nueva imagen, pero ya no buscará el apoyo en sus padres como en la niñez, sino en los otros, amigos, parejas, por ejemplo.
Muchos padres sienten que están perdiendo el amor del hijo, no pueden aceptar que los amigos, esos desconocidos, pasen a ocupar un lugar tan importante, en detrimento su lugar que creían inamovible. Así aparecen lo celos y las sospechas hacia estas amistades, que los están destronando.
Otra pérdida importante y muy dolorosa para el narcisismo de los padres es el derrumbe de su imagen idealizada por su hijo. Este con la adquisición del pensamiento abstracto y el juicio de realidad, empieza a mirar a los adultos de otra manera, con una mirada crítica, dura y a veces muy cruel. Se los evalúa, se perciben los conflictos, las fallas y límites de los padres. Ya no son más los referentes ideales, ese adulto prometido, ahora se los ve como seres humanos comunes, con defectos y errores. Pero es importante que los padres estén dispuestos a que ocurra esta caída, esta desilusión, quedar destituidos del lugar del saber y la verdad, que le posibilitará al adolescente tener su palabra propia.
Este cimbronazo no es fácil de elaborar, pasar de la admiración a una relación cargada de ambigüedades. Se ven inseguros y tambaleantes en su posición y así lo manifiestan cuando les remarcan a sus hijos: “no te olvides que soy tu padre” o “todavía soy tu madre”.
Pero la desidealización es de ambas partes, los padres a veces se decepcionan de su hijo y a su vez el hijo de ellos, el desencanto es mutuo. Tienen otras expectativas acerca él que no se cumplen, esperan que este adolescente se acerque más a su ideal de hijo, en cambio se encuentran con un joven que no comprenden , no saben que le pasa y como manejarlo. La ignorancia, el desconocimiento recíproco, caracteriza la compleja relación padre-adolescente. El adolescente se queja de que sus padres no lo entienden, siendo que él a su vez no sabe que quiere, quien es y a donde quiere ir.
Muchos adultos desconocen que le pasa a un adolescente y se alarman o asustan cuando su hijo tiene actitudes que son propias de esa edad. Esto se evidencia cuando se quejan que su hijo está cambiando, que “está raro”, ya no les cuenta “todo”, está muy callado, prefiere encerrarse en su cuarto solo, por ejemplo.
Pero fundamentalmente la gran dificultad es la de rescatar, evocar sus propias vivencias juveniles perdidas en el tiempo.
La adolescencia del hijo conmueve a los padres de diferentes maneras. Les muestra de forma más o menos distorsionada su propia imagen adolescente si bien como un periodo difícil, pero cargado de energía, vitalidad, emociones, como un momento de creación, de elecciones, más complicadas de repensarse y de rehacer en la adultez. Recrea en ellos sus sueños, ambiciones, deseos olvidados que le retornan en su hijo.
Los conectan con sus recuerdos de esa época, que tal vez estaban muy escondidos y eran muy dolorosos, reactivando sus problemáticas adolescentes no resueltas. Muchas veces esto repercute en el hijo proyectando en él su angustia.
Comienzan a bucear en la relación con sus propios padres, como eran, como actuaban, como fue su historia y su vínculo con ellos y esto los lleva a interpelarse en ese lugar tan difícil que es la paternidad. Muchos adultos quedan solos, desorientados y sin referentes que lo puedan auxiliar. Antes la educación de los hijos estaba sostenida por el estado, las instituciones, la familia y el entorno afectivo, que ayudaban y contenían a los padres en esta tarea. Más aún en estos tiempos agitados, cambiantes y confusos en donde no hay garantías ni respuestas y el adulto se encuentra con situaciones novedosas permanentemente.
La familia era el agente privilegiado de subjetivación, de socialización y de transmisión de los conocimientos, ya que los padres detentaban el saber. Situación que es trastocada con la invasión generalizada y paulatina de la cultura de los medios masivos de comunicación, relegando a los padres en el papel de mediador y metabolizador del discurso mediático. Son los medios los que penetran en el hogar trasformándose en fuente de conocimiento, instalando modelos y nuevos paradigmas sobre la realidad. Este desarrollo vertiginoso y consumista, evita que la información que se trasmite pueda ser analizada y procesada y que puedan generarse pensamientos alternativos. Muchos padres se sienten opacados, excluidos e impotentes ante este avance cultural y muchas veces no poseen las herramientas necesarias para engancharse al tren de las nuevas tecnologías.
Los Simpsons son un ejemplo de cómo se introduce el discurso mediático cuyo contenido puede pasar inadvertido. Homero, muestra una imagen paterna muy desdibujada, empobrecida, infantilizada, quedando destituido del lugar del saber, desvirtuando la tradicional relación padre-hijo.
Además la experiencia del mayor va perdiendo valoración, antes lo vivido dejaba una enseñanza que se transmitía en el correr de las generaciones, su palabra era demandada y escuchada con atención. Así se convertía en modelo a imitar, reconociéndole la importancia de todo ese bagaje que podía brindar.
De los Padres
Es fundamental que los padres puedan reposicionarse como personas, hombre y mujer, y es desde ese lugar donde deberá buscar nuevos puntos de orientación. Especialmente cuando se ha renunciado a la masculinidad o a la feminidad en beneficio de la posición provisoria de padres.
Estos están atravesando su propia crisis de la edad media de la vida, este es generalmente un período de muchas dudas, donde se produce un cuestionamiento profundo sobre su vida, en el que se suele realizar un balance si las propias aspiraciones, los proyectos han sido cumplidos o no, si hay o no satisfacción en la manera de vivir su vida, si hay que reformular expectativas, deseos y anhelos. Esto puede tener como consecuencia cambios importantes tanto en lo referente a aspectos emocionales y de relaciones interpersonales, como a los profesionales y laborales. Con respecto a este último, muchos de estos padres están inmersos en un verdadero replanteo, tanto por la necesidad de adaptarse a las nuevas exigencias del mercado de trabajo o por desempleo, buscando reinsertarse laboralmente, al igual que sus hijos.
En relación a su vida afectiva, hay un reencuentro con la pareja conyugal y la problemática adolescente puede reanimar la relación y posibilitar su relanzamiento.
Otras, queda en evidencia como los hijos llenaban el vacío existente en esa relación, que ya no pueden ocultarlo y es necesario resolver.
Muchas parejas se hallan en proceso de separación, o ya están divorciadas y tienen que enfrentar el hecho de estar solos, buscando pareja, iniciando o consolidando una nueva relación amorosa. Y los segundos matrimonios, con los cambios que trae aparejados en relación a la vida familiar y vincular. Es decir muchos padres están volviendo a empezar con su vida, con toda la angustia y la carga emocional que esto significa.
A esto se agrega el hecho de que, muchas veces, en este período los adultos tienen que hacerse cargo de sus propios padres, que envejecen y necesitan cuidados y protección.
Así los conflictos de tres generaciones coinciden, complejizando el panorama familiar.
Es en la intimidad del hogar donde se cristaliza el desencuentro y el no reconocimiento de padres e hijos. Los adultos ven a ese chico como un extraño conocido, es su hijo con otro cuerpo y otras actitudes, otros pensamientos, otros gustos, es él pero es otro. Así escuchamos decir: “donde habrá sacado esas ideas”, “donde habrá aprendido eso”, “no parece mi hijo”.
Surgen las peleas, los malos entendidos, los silencios y la comunicación se hace muy difícil. Los padres suelen tomar distintas posturas. Hay quienes tratan de igualarse a sus hijos, se adolentizan, se hacen los amigos, los compinches, adoptando sus mismas costumbres, su mismo vocabulario, pretendiendo barrer las diferencias. Y justamente son estas las que enriquecen su posición de padres, no ponen límites, todo está bien, son permisivos, buscan complacer al hijo apareciendo como “buenos”.
Otros compiten con su hijo, lo sienten su rival, es él que tiene el cuerpo vigoroso y las posibilidades que ellos están perdiendo. Adoptan la misma vestimenta y concurren a los mismos lugares, produciendo mucho malestar en el joven.
Hay quienes abdican de su función dejando al hijo en estado de orfandad. Esto lo fuerza a tener que crecer de golpe y adoptar lugares de pseudo-adultez para los que todavía no están preparados.
Algunos no registran el sufrimiento del adolescente, sino que priorizan sus conflictos, quedando como protagonistas de la situación. El joven queda relegado al papel de observador con dificultades para tener una actitud activa frente la conflictiva que padece.
Estos padres, ya sea por miedo a perder el amor de su hijo, perder su juventud o porque evitan asumir su responsabilidad, no posibilitan la confrontación generacional necesaria para el crecimiento del adolescente.
¿Cómo pensar la posición de los padres en la adolescencia?.
En relación a las funciones parentales, dice S. Bleichmar: “lo más importante es que el niño sea cuidado, que haya un proyecto para ese niño y en tercer lugar que no sea usado como objeto sino concebido como sujeto”*[3]. Sujeto en el sentido en que el hijo no está para satisfacer a los padres en sus deseos y expectativas, ni para cubrir sus vacíos emocionales, ni para acompañar a padres solitarios, ni para responder a los mandatos familiares. Sino fundamentalmente tienen que tener la libertad de crecer según sus deseos y sus potencialidades.
Ser padres de adolescentes es un trabajo, a veces complejo, que requiere de tiempo, dedicación, responsabilidad, respeto y cuidados hacia el hijo, pero de una manera diferente que en la infancia. Con esta finaliza una particular dependencia afectiva.
El adolescente necesita que los padres puedan tener una presencia activa, que implica estar cerca, presentes pero respetando la distancia que el hijo pueda sostener, estar cuando él los necesita y escuchar sus inquietudes. Tomar en serio sus preguntas y darle lugar a que pueda comenzar a esbozar sus respuestas y poder soportar que le pidan consejos que quizás nunca hagan.
Es importante conocer a esta personita que se está transformando, saber como piensa, que quiere, cuales son sus amigos, sus intereses. Poder identificarse con su sufrimiento, con lo que le sucede, y fundamentalmente acompañarlos en este camino turbulento. Y para transitarlo de mejor manera necesita ser reconocido y que sienta que confían en él.
La adolescencia es un proceso largo, que no se da de una vez por todas, hay que ser concientes de eso y poder tolerar las idas y venidas, sus deseos de independencia y su necesidad de protección, el que en un momento se crean grandes y al siguiente actúen como niños pidiendo ayuda. En relación al cambio de la posición de los padres si bien se produce un viraje en un momento puntual, se tendrán que conducir al compás de los vaivenes de su hijo, tratando de encontrar un equilibrio entre contenerlo, sostenerlo y permitirle que se separe y empiece a construir su destino.
Es un momento para reinventar los lazos que unen a padres e hijos, para restablecer el diálogo perdido, para posibilitar la historización de esta relación, recordar la historia que tienen en común que es importante rescatar. Volver a reconocerse a partir del recuerdo de las vivencias compartidas.
Una manera de promover la comunicación es buscar, estar atento a los momentos en que el adolescente quiera hablar, escuchándolo, haciendo comentarios breves, como al pasar. Si los padres los inundan con sus preguntas y sermones, probablemente su hijo se retraiga y todo intento de conversación quede interrumpido. Es prioritario respetar los silencios del adolescente.
Es fundamental que el padre le permita a su hijo actuar por sí mismo en la medida de sus posibilidades, en aquellas cosas que va pudiendo hacer; y acompañarlo en aquello para lo cual no está preparado.
Una de las cuestiones principales es que los padres sean coherentes entre su decir y su hacer, su hijo los estará observando atentamente.
Psic. Cecilia S. Pedro
“Podréis albergar sus cuerpos, pero no sus almas
porque sus almas moran en la casa del mañana, que no
podéis visitar ni siquiera en sueños.
Podréis, si mucho, pareceros a ellos; más no tratéis
de hacerlos semejantes a vosotros.
Porque la vida no retrocede ni se estanca en el ayer.
Sois los arcos para que vuestros hijos, flechas vivientes
se lancen al espacio”.
Gibran Jalil Gibran
Bibliografía
- Rodulfo R., El psicoanálisis de nuevo
- Corea C. y Lewkowicz I.,¿Se acabó la infancia?
- Bleichmar S., La subjetividad en riesgo
- Bleichmar S., Selección de artículos publicados
- Rother Hornstein C.(comp), Adolescencias:trayectorias Turbulentas
- Corso M. y Lichtenstein Corso D., Game Over
- Aberastury A., Adolescencia
- Obiols G. Y Di Segni de Obiols, Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria
- Fromm E., El arte de amar
- Dolto f., Palabras para adolescentes
- Racial J., El pasaje adolescente
- Maggi I.(comp), Adolescencia Confrontación
- Freud S., Duelo y melancolía
- Winnicott D., Realidad y juego
- Diaz G. y Hiller R., El tren de los adolescentes
- Revista FUNDAIH, El adolescente y su mundo hoy
- De la Robertie L., el adolescente y la familia
- Sinay S., Selección de artículos publicados
- Ariel A., Conferencia: “Psicoanálisis y prevención en adicciones. Supervisión de la función parental”
-
*Palabras para un adolescente, F. Doltó
*Realidad y juego, D. Winnicott
[3] *”Derechos de los niños. Perspectivas desde el cuidado y desde la formación”. S. Bleichmar
sábado, 3 de abril de 2010
Adolescencia: apostando a un futuro diferente
“Llega a sorprender que en medio de una crisis tan intensa el adolescente pueda realizar tareas tan importantes como las que debe llevar a cabo: definirse ideológica, religiosa y éticamente, definir su identidad sexual y su identidad ocupacional”
(concepto de E. Erikson, del libro Orientación vocacional de R. Bohoslavsky)
La adolescencia es un tiempo de crecimiento y de muchos cambios fundamentales. El adolescente deberá realizar ciertos desprendimientos, pérdidas que tienen que ver con el mundo infantil, con el niño que fue, con los ideales de la niñez y con los padres de la infancia. Tiempo de redefinición, de un gran trabajo psíquico, en el que el adolescente empieza a mirar fuera de su familia, buscando otros modelos, otros ideales, otras relaciones, otros referentes, otros soportes que le permitan abrirse, para comenzar a esbozar su propio camino.
En la adolescencia es necesario e inevitable el alejamiento de los lazos parentales, el transito de lo familiar y conocido a lo extrafamiliar con la aparición de otros lugares, diferentes que le posibiliten la creación de su propio espacio. “La clave del proceso adolescente reside en que lo extra-familiar devenga más importante que el campo familiar,....” [2]*.
Durante este período el joven se está buscando a sí mismo, y para poder encontrarse pondrá en cuestionamiento los decires, los pensamientos, los mandatos de los padres, apareciendo la duda que interrogará a todo lo que hasta hace poco era una certeza.
Tiempo de búsquedas, de pruebas y de poder realizar todo aquello que se proyectaba y se soñaba. Tiempo de acción. Tiempo de decisiones, dirigidas desde lo social y lo familiar. Al concluir el ciclo escolar, aparece el imperativo de tener que decidir que hacer de ahora en adelante. Entonces el adolescente empieza a sentir las presiones, las ansiedades, la angustia y la obligación de responder a esta fuerte demanda. Es importante que en esta etapa pueda apropiarse de esta elección, ya que le pertenece y nadie más que él puede resolver su problemática vocacional.
Vocación proviene del latín y significa “llamado”, que nos daría la idea de un destino preestablecido que hay que descubrir, de un llamado desde afuera al que hay que obedecer. Término que confunde y trastoca su verdadero sentido, ya que la vocación no es algo dado, innato, que hay que develar sino es algo a hacer, a crear, la vocación se va construyendo a través de la historia de la persona.
Si bien estamos inmersos en la cultura del puro presente en la que el pasado ya fue y el futuro se vislumbra tan incierto que a veces nos encontramos pensando: ¿el futuro es posible?. Es importante reflexionar sobre las cuestiones fundamentales que condicionan al joven sobre su porvenir.
Para saber a donde va o a donde quiere ir es necesario que conozca su pasado, sus orígenes. Es conveniente rescatar al pasado, como el piso consistente, como los cimientos que le permiten afirmarse en su presente para poder proyectar un futuro. Ese pasado, que es parte de su historia, es importante que se construya, quedando en la memoria, según Pierra Aulagnier, como resguardando al sujeto, como una garantía para que este no se pierda ante los tumultuosos cambios que van a venir. Solo a partir de la elaboración de su pasado, el adolescente puede empezar a crear un espacio que le permita pensarse, representarse, imaginarse de otra manera siendo el mismo; para construir su propio proyecto futuro. “Para un adolescente definir el futuro no es sólo definir que elegir, sino fundamentalmente definir quien ser y al mismo tiempo quien no ser”*, es decir para saber que quiere hacer primero debe conocer quien se es y donde se desea llegar en todos los aspectos de la vida. Es definir valores personales, sus relaciones con los otros, lo que representa el trabajo y el estudio, proyectos afectivos, vivir de determinada forma, por ejemplo.
*Orientación Vocacional, R. Bohoslavsky
Si el joven siente que es el protagonista de su propia historia, va a tener posibilidades de realizar cambios, abrirse a otras perspectivas, o analizar los aspectos que no [3]son satisfactorios para ver que se puede hacer con eso a pesar de que las circunstancias sean desfavorables.
Para hacer que su futuro sea posible, es necesario que el adolescente construya su decisión, estableciendo un espacio y un tiempo de búsqueda interna, en el que pueda pensar, imaginar, soñar, permitirse dudar, como forma de comenzar a elaborar un proyecto futuro.
Es frecuente que esta necesidad de elección sobre su porvenir encuentre al adolescente en un momento en el cual no esté preparado para tomar una decisión autónoma y madura. Quizás no es su tiempo interno de poder elegir y es conveniente resolver primero otras cuestiones que le ocurren, que están obstaculizando su elección, ya que esta depende del momento subjetivo en el que se encuentre y de cómo enfrente y elabore los conflictos por los que atraviesa, teniendo en cuenta que el adolescente tiene que tomar una decisión anticipada sobre su futuro, en el momento menos adecuado para hacerla.
Los padres transmiten todo un bagaje que incluye las expectativas y anhelos hacia sus hijos, valores, ideales, maneras de ver el mundo. Además en este momento estos vuelven a vivenciar, a reeditar sus experiencias pasadas, sus elecciones vocacionales, sus fracasos, sus arrepentimientos. A la vez que comienzan a percibir que están perdiendo ese hijo idealizado, que no va a ser su continuación indiferenciada o a reparar sus frustraciones, para dar paso a un hijo con deseos propios. En la medida en que el padre pueda tomar distancia y renunciar a los anhelos, a veces desmedidos sobre su hijo, le permitirá a este elaborar el corte necesario para afianzarse como persona y elegir su proyecto de vida.
Muchas veces aparece tanto en los padres como en los adolescentes el apuro por resolver la situación: “no hay que perder tiempo”, como si por apurarse se pudiera llegar más rápido a un buen resultado. Y así esta urgencia puede llevar al joven a no comprometerse y tratar de solucionar el tema lo más pronto posible y de cualquier manera, intentando sacarse el problema de encima, tomando cualquier decisión, cualquier alternativa sin ninguna convicción. De esta manera termina adoptando la elección de otros, de padres, hermanos o amigos, renunciando a tomar la propia.
Muchos padres urgidos por el temor a que sus hijos queden excluidos de sistema productivo, ponen el acento en elecciones que les garantice de alguna manera su permanencia en el mismo. Dejando de lado el aspecto placentero y satisfactorio que implica el proyectarse en un mañana. Es fundamental que el joven pueda dar lugar a la creación, a los sueños, a las ilusiones, a lo nuevo, a lo inédito y al juego, que parte del placer que sentía en el jugar de niño se traslade al trabajo adulto. De este modo la elección laboral no quedará condenada a ser una mera adaptación social, sino que pueda responder a su propio deseo.
Todo este momento subjetivo tan complejo y confuso se ve complicado por el contexto social actual, paradójico, incierto, riesgoso, sin ideales, ni modelos, que movilizan fuertemente a los adolescentes, quienes toman posiciones diferentes. Hay algunos que se sienten muy vulnerables y no apuestan a su futuro, temen jugarse por una elección y se retiran de la lucha sin presentar batalla, por temor a fracasar, a sentir mucho malestar o frustración. Otros que no pueden poner su interés en algún campo de conocimiento, dicen que quieren estudiar pero no saben que elegir, o porque les gusta todo o lo que lo mismo, no les gusta nada. Son muchos los adolescentes que peregrinan de carrera en carrera buscando afuera su dificultad que es interna. Otros eligen no elegir y aparentemente se despreocupan del tema.
Hay jóvenes que comienzan una carrera sin mucha convicción respondiendo, sin darse cuenta, a expectativas familiares y sociales. Esta decisión puede tener como efecto entre otros, que el adolescente tenga dificultades para realizar sus estudios o para insertarse posteriormente en el mundo laboral.
Otros quedan paralizados, suspendidos en el tiempo, a la espera que aparezca, casi a modo de revelación “su carrera”, su destino. Esperando que esto suceda, quedando detenidos en su camino. Cuando no se trata justamente de llegar a la meta predeterminada, sino de transitar, de un proceso, de una búsqueda interna, y de las experiencias que vaya teniendo que lo enriquecerán subjetivamente.
Hoy nos encontramos con jóvenes que más que desorientados tienen profundas dificultades para elegir y sostener una profesión u ocupación. Presentan diferentes sintomatologías: apatía, pasividad, aburrimiento, desmotivación, indiferencia, dificultades de aprendizaje, problemas para concentrarse y organizarse en los estudios, falta de interés vocacional o fragilidad del mismo, dificultades para rendir un examen, sobre-exigencia interna, temor e inseguridad hacia el mundo exterior, desvalorización de los propios intereses, entre otros.
¿Por qué es tan conflictiva la elección de una carrera u ocupación?¿Qué se juega en esta decisión?. Esta elección es muy diferente a cualquier otra, ya que son muchas las cuestiones que se conjugan en este momento de su vida. Esta elección implica no solo que hacer, sino quien ser, pensar un sentido en su vida, una forma de vida.
En cada elección hay pérdidas, en la medida que elige el adolescente abandona otras cosas.
Hay que tener en cuenta que el equivocarse forma parte de esta decisión, que se puede errar en la carrera o en el proyecto que se encare. Pero lo fundamental no es el error sino que el adolescente no quede aplastado por esta frustración y que tenga los recursos internos para seguir adelante. Para realizar una elección genuina, satisfactoria y responsable, es necesario que el joven se conozca, que pueda apropiarse de sus deseos, sus ilusiones, sus gustos, intereses, inquietudes, aspiraciones y capacidades. Pero además son importantes los conocimientos del mundo en que vivimos. La realidad sociocultural cambia constantemente, cambian los campos ocupacionales, las carreras, las especializaciones, etc. Poder percibir el contexto, tener claro las oportunidades que se le ofrecen, le permitirá apostar a una realización posible y no quedarse empantanado en proyectos estériles e improductivos.
Tal vez tendríamos que comenzar a reflexionar sobre un futuro posible, pero diferente, con otro paradigma, en otra realidad y no pretender una elección vocacional definitiva a la manera tradicional, sino hablar de elecciones transitorias abiertas a nuevas posibilidades. Y pensar que sería importante desarrollar en los adolescentes sus recursos, sus potencialidades, la capacidad de ser flexible, que le permitirán adaptarse y enfrentarse a un mundo tan cambiante y vertiginoso.
Psc. Cecilia S. Pedro
Bibliografía
-Aulagnier, Piera: La violencia de la interpretación
“Construir(se) un pasado”APdeBA
-Rother Hornstein María Cristina (comp): Adolescencias: Trayectorias Turbulentas
-Rodulfo, Marisa y Ricardo: Clínica Psicoanalítica con niños y adolescentes.
Pagar de más
-Rodulfo, Ricardo: Estudios Clínicos
-Bohoslavsky, Rodolfo: Orientación vocacional. La estrategia clínica.
-Muller, Marina: Orientación vocacional.
-Actualidad Psicológica Nº315: Orientación Vocacional/Ocupacional.
-Díaz G.-Hiller R.: El tren de los adolescentes.
-Palazzini, Liliana: Orientación Vocacional, Especialidad psíquica en la adolescencia. Proceso y transición, Potencialidad adolescente.
-Ferrari Lidia: El tiempo, psicoanálisis y orientación vocacional.
-Bleichmar S.: La subjetividad en riesgo
*Pagar de más, R. y M. Rodulfo
(concepto de E. Erikson, del libro Orientación vocacional de R. Bohoslavsky)
La adolescencia es un tiempo de crecimiento y de muchos cambios fundamentales. El adolescente deberá realizar ciertos desprendimientos, pérdidas que tienen que ver con el mundo infantil, con el niño que fue, con los ideales de la niñez y con los padres de la infancia. Tiempo de redefinición, de un gran trabajo psíquico, en el que el adolescente empieza a mirar fuera de su familia, buscando otros modelos, otros ideales, otras relaciones, otros referentes, otros soportes que le permitan abrirse, para comenzar a esbozar su propio camino.
En la adolescencia es necesario e inevitable el alejamiento de los lazos parentales, el transito de lo familiar y conocido a lo extrafamiliar con la aparición de otros lugares, diferentes que le posibiliten la creación de su propio espacio. “La clave del proceso adolescente reside en que lo extra-familiar devenga más importante que el campo familiar,....” [2]*.
Durante este período el joven se está buscando a sí mismo, y para poder encontrarse pondrá en cuestionamiento los decires, los pensamientos, los mandatos de los padres, apareciendo la duda que interrogará a todo lo que hasta hace poco era una certeza.
Tiempo de búsquedas, de pruebas y de poder realizar todo aquello que se proyectaba y se soñaba. Tiempo de acción. Tiempo de decisiones, dirigidas desde lo social y lo familiar. Al concluir el ciclo escolar, aparece el imperativo de tener que decidir que hacer de ahora en adelante. Entonces el adolescente empieza a sentir las presiones, las ansiedades, la angustia y la obligación de responder a esta fuerte demanda. Es importante que en esta etapa pueda apropiarse de esta elección, ya que le pertenece y nadie más que él puede resolver su problemática vocacional.
Vocación proviene del latín y significa “llamado”, que nos daría la idea de un destino preestablecido que hay que descubrir, de un llamado desde afuera al que hay que obedecer. Término que confunde y trastoca su verdadero sentido, ya que la vocación no es algo dado, innato, que hay que develar sino es algo a hacer, a crear, la vocación se va construyendo a través de la historia de la persona.
Si bien estamos inmersos en la cultura del puro presente en la que el pasado ya fue y el futuro se vislumbra tan incierto que a veces nos encontramos pensando: ¿el futuro es posible?. Es importante reflexionar sobre las cuestiones fundamentales que condicionan al joven sobre su porvenir.
Para saber a donde va o a donde quiere ir es necesario que conozca su pasado, sus orígenes. Es conveniente rescatar al pasado, como el piso consistente, como los cimientos que le permiten afirmarse en su presente para poder proyectar un futuro. Ese pasado, que es parte de su historia, es importante que se construya, quedando en la memoria, según Pierra Aulagnier, como resguardando al sujeto, como una garantía para que este no se pierda ante los tumultuosos cambios que van a venir. Solo a partir de la elaboración de su pasado, el adolescente puede empezar a crear un espacio que le permita pensarse, representarse, imaginarse de otra manera siendo el mismo; para construir su propio proyecto futuro. “Para un adolescente definir el futuro no es sólo definir que elegir, sino fundamentalmente definir quien ser y al mismo tiempo quien no ser”*, es decir para saber que quiere hacer primero debe conocer quien se es y donde se desea llegar en todos los aspectos de la vida. Es definir valores personales, sus relaciones con los otros, lo que representa el trabajo y el estudio, proyectos afectivos, vivir de determinada forma, por ejemplo.
*Orientación Vocacional, R. Bohoslavsky
Si el joven siente que es el protagonista de su propia historia, va a tener posibilidades de realizar cambios, abrirse a otras perspectivas, o analizar los aspectos que no [3]son satisfactorios para ver que se puede hacer con eso a pesar de que las circunstancias sean desfavorables.
Para hacer que su futuro sea posible, es necesario que el adolescente construya su decisión, estableciendo un espacio y un tiempo de búsqueda interna, en el que pueda pensar, imaginar, soñar, permitirse dudar, como forma de comenzar a elaborar un proyecto futuro.
Es frecuente que esta necesidad de elección sobre su porvenir encuentre al adolescente en un momento en el cual no esté preparado para tomar una decisión autónoma y madura. Quizás no es su tiempo interno de poder elegir y es conveniente resolver primero otras cuestiones que le ocurren, que están obstaculizando su elección, ya que esta depende del momento subjetivo en el que se encuentre y de cómo enfrente y elabore los conflictos por los que atraviesa, teniendo en cuenta que el adolescente tiene que tomar una decisión anticipada sobre su futuro, en el momento menos adecuado para hacerla.
Los padres transmiten todo un bagaje que incluye las expectativas y anhelos hacia sus hijos, valores, ideales, maneras de ver el mundo. Además en este momento estos vuelven a vivenciar, a reeditar sus experiencias pasadas, sus elecciones vocacionales, sus fracasos, sus arrepentimientos. A la vez que comienzan a percibir que están perdiendo ese hijo idealizado, que no va a ser su continuación indiferenciada o a reparar sus frustraciones, para dar paso a un hijo con deseos propios. En la medida en que el padre pueda tomar distancia y renunciar a los anhelos, a veces desmedidos sobre su hijo, le permitirá a este elaborar el corte necesario para afianzarse como persona y elegir su proyecto de vida.
Muchas veces aparece tanto en los padres como en los adolescentes el apuro por resolver la situación: “no hay que perder tiempo”, como si por apurarse se pudiera llegar más rápido a un buen resultado. Y así esta urgencia puede llevar al joven a no comprometerse y tratar de solucionar el tema lo más pronto posible y de cualquier manera, intentando sacarse el problema de encima, tomando cualquier decisión, cualquier alternativa sin ninguna convicción. De esta manera termina adoptando la elección de otros, de padres, hermanos o amigos, renunciando a tomar la propia.
Muchos padres urgidos por el temor a que sus hijos queden excluidos de sistema productivo, ponen el acento en elecciones que les garantice de alguna manera su permanencia en el mismo. Dejando de lado el aspecto placentero y satisfactorio que implica el proyectarse en un mañana. Es fundamental que el joven pueda dar lugar a la creación, a los sueños, a las ilusiones, a lo nuevo, a lo inédito y al juego, que parte del placer que sentía en el jugar de niño se traslade al trabajo adulto. De este modo la elección laboral no quedará condenada a ser una mera adaptación social, sino que pueda responder a su propio deseo.
Todo este momento subjetivo tan complejo y confuso se ve complicado por el contexto social actual, paradójico, incierto, riesgoso, sin ideales, ni modelos, que movilizan fuertemente a los adolescentes, quienes toman posiciones diferentes. Hay algunos que se sienten muy vulnerables y no apuestan a su futuro, temen jugarse por una elección y se retiran de la lucha sin presentar batalla, por temor a fracasar, a sentir mucho malestar o frustración. Otros que no pueden poner su interés en algún campo de conocimiento, dicen que quieren estudiar pero no saben que elegir, o porque les gusta todo o lo que lo mismo, no les gusta nada. Son muchos los adolescentes que peregrinan de carrera en carrera buscando afuera su dificultad que es interna. Otros eligen no elegir y aparentemente se despreocupan del tema.
Hay jóvenes que comienzan una carrera sin mucha convicción respondiendo, sin darse cuenta, a expectativas familiares y sociales. Esta decisión puede tener como efecto entre otros, que el adolescente tenga dificultades para realizar sus estudios o para insertarse posteriormente en el mundo laboral.
Otros quedan paralizados, suspendidos en el tiempo, a la espera que aparezca, casi a modo de revelación “su carrera”, su destino. Esperando que esto suceda, quedando detenidos en su camino. Cuando no se trata justamente de llegar a la meta predeterminada, sino de transitar, de un proceso, de una búsqueda interna, y de las experiencias que vaya teniendo que lo enriquecerán subjetivamente.
Hoy nos encontramos con jóvenes que más que desorientados tienen profundas dificultades para elegir y sostener una profesión u ocupación. Presentan diferentes sintomatologías: apatía, pasividad, aburrimiento, desmotivación, indiferencia, dificultades de aprendizaje, problemas para concentrarse y organizarse en los estudios, falta de interés vocacional o fragilidad del mismo, dificultades para rendir un examen, sobre-exigencia interna, temor e inseguridad hacia el mundo exterior, desvalorización de los propios intereses, entre otros.
¿Por qué es tan conflictiva la elección de una carrera u ocupación?¿Qué se juega en esta decisión?. Esta elección es muy diferente a cualquier otra, ya que son muchas las cuestiones que se conjugan en este momento de su vida. Esta elección implica no solo que hacer, sino quien ser, pensar un sentido en su vida, una forma de vida.
En cada elección hay pérdidas, en la medida que elige el adolescente abandona otras cosas.
Hay que tener en cuenta que el equivocarse forma parte de esta decisión, que se puede errar en la carrera o en el proyecto que se encare. Pero lo fundamental no es el error sino que el adolescente no quede aplastado por esta frustración y que tenga los recursos internos para seguir adelante. Para realizar una elección genuina, satisfactoria y responsable, es necesario que el joven se conozca, que pueda apropiarse de sus deseos, sus ilusiones, sus gustos, intereses, inquietudes, aspiraciones y capacidades. Pero además son importantes los conocimientos del mundo en que vivimos. La realidad sociocultural cambia constantemente, cambian los campos ocupacionales, las carreras, las especializaciones, etc. Poder percibir el contexto, tener claro las oportunidades que se le ofrecen, le permitirá apostar a una realización posible y no quedarse empantanado en proyectos estériles e improductivos.
Tal vez tendríamos que comenzar a reflexionar sobre un futuro posible, pero diferente, con otro paradigma, en otra realidad y no pretender una elección vocacional definitiva a la manera tradicional, sino hablar de elecciones transitorias abiertas a nuevas posibilidades. Y pensar que sería importante desarrollar en los adolescentes sus recursos, sus potencialidades, la capacidad de ser flexible, que le permitirán adaptarse y enfrentarse a un mundo tan cambiante y vertiginoso.
Psc. Cecilia S. Pedro
Bibliografía
-Aulagnier, Piera: La violencia de la interpretación
“Construir(se) un pasado”APdeBA
-Rother Hornstein María Cristina (comp): Adolescencias: Trayectorias Turbulentas
-Rodulfo, Marisa y Ricardo: Clínica Psicoanalítica con niños y adolescentes.
Pagar de más
-Rodulfo, Ricardo: Estudios Clínicos
-Bohoslavsky, Rodolfo: Orientación vocacional. La estrategia clínica.
-Muller, Marina: Orientación vocacional.
-Actualidad Psicológica Nº315: Orientación Vocacional/Ocupacional.
-Díaz G.-Hiller R.: El tren de los adolescentes.
-Palazzini, Liliana: Orientación Vocacional, Especialidad psíquica en la adolescencia. Proceso y transición, Potencialidad adolescente.
-Ferrari Lidia: El tiempo, psicoanálisis y orientación vocacional.
-Bleichmar S.: La subjetividad en riesgo
*Pagar de más, R. y M. Rodulfo
Autoridad y límites
“Parece que en nuestro intento por ser los padres que
quisimos tener, pasamos de un extremo al otro. Así que,
somos los últimos hijos regañados por los padres y los
primeros padres regañados por nuestros hijos.
Los últimos que le tuvimos miedo a nuestros padres y los
primeros que tememos a nuestros hijos. Los últimos que
crecimos bajo el mando de los padres y los primeros que
vivimos bajo el yugo de los hijos.
Lo que es peor, los últimos que respetamos a nuestros
padres, y los primeros que aceptamos que nuestros hijos no
nos respeten”. (Una nueva generación de padres de familia)
anónimo
Uno de los temas más conflictivos y angustiantes para los padres tiene que ver con la autoridad y los límites. El temor a la excesiva permisividad, cuando no hay autoridad y los límites no están fijados o lo están de una manera muy débil. El otro extremo en el que se puede caer es en el autoritarismo. Es importante que reflexionemos sobre algunas cuestiones que nos permitirán repensarnos en nuestro rol de padre o educador.
El concepto de autoridad se confunde, a menudo, con el de autoritarismo, que nos remite a la familia tradicional, en donde la palabra del padre no se discutía, era ley, donde su mirada transmitía su poder absoluto y arbitrario sobre sus hijos. La sociedad acompañaba esta educación sosteniendo valores, reglas y sanciones prácticamente comunes para todos.
Las generaciones anteriores recibieron una educación muy rígida y rigurosa, con normas establecidas e inamovibles, sin tener posibilidad para el cuestionamiento. Fueron niños tratados como pequeños adultos, esperándose de ellos conductas adecuadas y siendo sancionados, muchas veces con severidad si no cumplían con lo estipulado.
Los padres de los adolescentes han rechazado sistemáticamente esta forma de crianza, tratando de suavizar la vida de sus hijos, de evitarles los sacrificios, los esfuerzos y las dificultades, sin generar otra forma alternativa. Improvisan en la medida que es necesario, que la realidad lo impone, alguna pauta de conducta, a veces tardíamente, otras no es sostenida en el tiempo, quedando como diluida, sin efecto.
Se actúa por oposición a la educación anterior, por miedo a ser autoritario, se es excesivamente permisivo; no se busca un modelo alternativo, que esté en sintonía con estos tiempos, que apueste al libre crecimiento de los hijos, donde haya dialogo, respeto mutuo, en donde se juegue una asunción de responsabilidades y se incorporen pautas familiares.
Muchos adolescentes se encuentran con padres que tienen sus mismas dudas, no mantienen valores claros y comparten sus mismos conflictos. Padres cuya función aparece desdibujada, que no saben que hacer, cual es su lugar, generando una gran confusión en el vínculo con sus hijos, buscando a tientas una igualdad pintada, un “compinchismo” forzado en una relación que no es simétrica. La característica natural de la relación entre padres e hijos es la asimetría- según lo articula S. Bleichmar-; esto significa que hay diferencia de poder y de saber o capacidad simbólica, en la cual el adulto se hacer cargo del menor. Pero ejercer la asimetría no significa poner el acento en el poder o en modelos autoritarios, sino en la obligación del padre respecto de su cría. La asimetría tiene que ver más con la función del adulto, y con la responsabilidad que este tiene frente a sus hijos. Ya que poder y responsabilidad pueden estar en franca oposición. Y muchas veces ocurre que un padre usa arbitrariamente el poder que la paternidad le confiere para desrresponsabilizarse de su hijo, y no cumplir con sus funciones de cuidado y responsabilidad de su chico.
Antes el título de ser padre llevaba implícita la autoridad, nadie lo discutía, y cada uno tenía su lugar. La paternidad era sostenida por una sociedad que avalaba su autoridad, la figura de padre bastaba para que se lo considerara como tal. Su palabra tenía credibilidad, era escuchada y tenida en cuenta.
La autoridad se construye y hay que merecerla, cada uno le dará su sello particular. Ser padre depende del ejercicio de esta función que cada uno haga cotidianamente, el respeto y el amor de los hijos hay que ganárselo, no está dado de antemano.
Los niños y los adolescentes necesitan límites, y si no los tienen los piden expresando este pedido de diferentes maneras, con reacciones descontroladas y agresivas o con diversas sintomatologías: abulia, desinterés por el estudio, adicciones, fobias, por ejemplo. Para los hijos es una carga muy pesada que sus padres no le pongan los límites necesarios, ya que los dejan librados a buscar sus propios límites, a autolimitarse, y aún no cuentan con las herramientas para hacerlo.
¿Porqué es tan difícil para los adultos el tema de los límites?. Evidentemente no es tarea sencilla, ya que el tema es complejo y no se reduce a la prohibición y al no.
Desde pequeños los chicos tienen que ir internalizando marcos de referencia como portadores de sentidos, necesitan de un adulto ordenador que le transmita las normas, la ley, los valores, los códigos, que van a posibilitar constituirse como persona y prepararse para convivir en sociedad.
Para que los padres puedan brindarle a sus hijos todo este bagaje posibilitador de una ética de vida, es necesario que ellos mismos sean respetuosos de sus hijos. Entendiendo por respeto como “la capacidad de ver a una persona tal cual es, reconocerla como otra diferente a uno, no como yo quiero o me conviene que sea. Sólo el respeto por el otro evita que el cuidado y la responsabilidad degeneren en dominación”*[1]. Y por lo tanto poner límites a la propia expectativa que se tiene del hijo. Muchas veces los padres proyectan en el adolescente sus propios ideales, sueños, ambiciones o proyectos que no pudieron concretarse.
Pero además para poder poner límites al hijo, es imprescindible que el adulto sepa cuales son los límites de su función, sus propias imposibilidades. Y es justamente este vacío de saber, el que posibilitará la creación por parte del joven de respuestas frente a los interrogantes de su vida.
Hay límites que pueden ser arbitrarios, que tienen que ver con los intereses, deseos o comodidad de los adultos. Cuando un padre no le permite a su hijo ir a bailar porque necesita que se quede cuidando a su hermano menor, mientras los adultos salen, por ejemplo.
Lo importante es que los límites no sean arbitrarios y respondan a un proyecto de vida, al bienestar del menor y se adecuen a sus necesidades, aunque muchas veces implique una renuncia por parte del adulto.
Los límites tienen que ver con la posibilidad de crecimiento. Hay mucha dificultad de los padres, ya sea por no saber donde están parados y cual es su rol, por miedo, inseguridad, impotencia o culpa. Además establecer los límites implica reflexionar en relación a un abanico de posibilidades: la edad del hijo, el momento que atraviesa, la situación en la que se encuentra, cuales límites los protegen y cuales los coartan, cuando ponerlos y hasta donde, etc. El tema se complejiza ya que depende de la subjetividad del padre, de su historia personal, de cómo es cada uno, de la relación que tiene con su hijo, de la historia familiar, de la sociedad en la que vivimos, ya que no se pueden establecer mandatos uniformes.
Es fundamental poder diferenciar las cuestiones secundarias de las verdaderamente importantes para el adolescente que pueden implicar consecuencias serias o de riesgo. Muchos padres hacen hincapié en cómo se viste o peina, situación que no genera ningún efecto grave, sino que tiene que ver con los gustos o intereses de los mayores.
La importancia de los límites, de la aceptación del no, tiene que ver con la constitución subjetiva del hijo, con coartar su omnipotencia infantil, que desde chico vaya incorporando que la realidad no va a ser siempre como él quiere, no va a poder hacer siempre lo que el desea. De esta manera va incorporando la tolerancia a la frustración, que tanto lo va a ayudar como adulto futuro. Para esto también es fundamental que el adolescente comience a conocer cuáles son sus propios límites, a aprender a ser tolerante, a desarrollar la capacidad de espera y de esfuerzo, actitudes necesarias para poder construir su propio proyecto, con metas a mediano y largo plazo. Y que el padre le trasmita la importancia de hacerse cargo, de responder sobre las elecciones y las acciones que se realizan.
La presencia de los padres siempre es importante, como sostenedora en la niñez y como acompañante en la adolescencia, brindándole un espacio de libertad para que su hijo pueda preguntarse ¿Quién soy?. Pudiendo armar en conjunto un espacio de intercambio diferente.
Psc. Cecilia S. Pedro
Bibliografía
- Revista Fundaih Nº3- mayo 1994
- Bleichmar, S.- Selección de artículos publicados y clases se seminarios desgrabados
- Ubieto J- Conferencia: Adolescencia, diferencia y construcción de la identidad.
- Di Segni de Obiols,S.- Adolescente-adulto ¿Adulto-adolescente?, Revista Vetex Nº 5.
- Zagury, T- Línites sin trauma
- Obiols,G. y Di Segni de Obiols, S.- Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria.
- Fromm E.- El arte de amar
*El arte de amar, E. Fromm
quisimos tener, pasamos de un extremo al otro. Así que,
somos los últimos hijos regañados por los padres y los
primeros padres regañados por nuestros hijos.
Los últimos que le tuvimos miedo a nuestros padres y los
primeros que tememos a nuestros hijos. Los últimos que
crecimos bajo el mando de los padres y los primeros que
vivimos bajo el yugo de los hijos.
Lo que es peor, los últimos que respetamos a nuestros
padres, y los primeros que aceptamos que nuestros hijos no
nos respeten”. (Una nueva generación de padres de familia)
anónimo
Uno de los temas más conflictivos y angustiantes para los padres tiene que ver con la autoridad y los límites. El temor a la excesiva permisividad, cuando no hay autoridad y los límites no están fijados o lo están de una manera muy débil. El otro extremo en el que se puede caer es en el autoritarismo. Es importante que reflexionemos sobre algunas cuestiones que nos permitirán repensarnos en nuestro rol de padre o educador.
El concepto de autoridad se confunde, a menudo, con el de autoritarismo, que nos remite a la familia tradicional, en donde la palabra del padre no se discutía, era ley, donde su mirada transmitía su poder absoluto y arbitrario sobre sus hijos. La sociedad acompañaba esta educación sosteniendo valores, reglas y sanciones prácticamente comunes para todos.
Las generaciones anteriores recibieron una educación muy rígida y rigurosa, con normas establecidas e inamovibles, sin tener posibilidad para el cuestionamiento. Fueron niños tratados como pequeños adultos, esperándose de ellos conductas adecuadas y siendo sancionados, muchas veces con severidad si no cumplían con lo estipulado.
Los padres de los adolescentes han rechazado sistemáticamente esta forma de crianza, tratando de suavizar la vida de sus hijos, de evitarles los sacrificios, los esfuerzos y las dificultades, sin generar otra forma alternativa. Improvisan en la medida que es necesario, que la realidad lo impone, alguna pauta de conducta, a veces tardíamente, otras no es sostenida en el tiempo, quedando como diluida, sin efecto.
Se actúa por oposición a la educación anterior, por miedo a ser autoritario, se es excesivamente permisivo; no se busca un modelo alternativo, que esté en sintonía con estos tiempos, que apueste al libre crecimiento de los hijos, donde haya dialogo, respeto mutuo, en donde se juegue una asunción de responsabilidades y se incorporen pautas familiares.
Muchos adolescentes se encuentran con padres que tienen sus mismas dudas, no mantienen valores claros y comparten sus mismos conflictos. Padres cuya función aparece desdibujada, que no saben que hacer, cual es su lugar, generando una gran confusión en el vínculo con sus hijos, buscando a tientas una igualdad pintada, un “compinchismo” forzado en una relación que no es simétrica. La característica natural de la relación entre padres e hijos es la asimetría- según lo articula S. Bleichmar-; esto significa que hay diferencia de poder y de saber o capacidad simbólica, en la cual el adulto se hacer cargo del menor. Pero ejercer la asimetría no significa poner el acento en el poder o en modelos autoritarios, sino en la obligación del padre respecto de su cría. La asimetría tiene que ver más con la función del adulto, y con la responsabilidad que este tiene frente a sus hijos. Ya que poder y responsabilidad pueden estar en franca oposición. Y muchas veces ocurre que un padre usa arbitrariamente el poder que la paternidad le confiere para desrresponsabilizarse de su hijo, y no cumplir con sus funciones de cuidado y responsabilidad de su chico.
Antes el título de ser padre llevaba implícita la autoridad, nadie lo discutía, y cada uno tenía su lugar. La paternidad era sostenida por una sociedad que avalaba su autoridad, la figura de padre bastaba para que se lo considerara como tal. Su palabra tenía credibilidad, era escuchada y tenida en cuenta.
La autoridad se construye y hay que merecerla, cada uno le dará su sello particular. Ser padre depende del ejercicio de esta función que cada uno haga cotidianamente, el respeto y el amor de los hijos hay que ganárselo, no está dado de antemano.
Los niños y los adolescentes necesitan límites, y si no los tienen los piden expresando este pedido de diferentes maneras, con reacciones descontroladas y agresivas o con diversas sintomatologías: abulia, desinterés por el estudio, adicciones, fobias, por ejemplo. Para los hijos es una carga muy pesada que sus padres no le pongan los límites necesarios, ya que los dejan librados a buscar sus propios límites, a autolimitarse, y aún no cuentan con las herramientas para hacerlo.
¿Porqué es tan difícil para los adultos el tema de los límites?. Evidentemente no es tarea sencilla, ya que el tema es complejo y no se reduce a la prohibición y al no.
Desde pequeños los chicos tienen que ir internalizando marcos de referencia como portadores de sentidos, necesitan de un adulto ordenador que le transmita las normas, la ley, los valores, los códigos, que van a posibilitar constituirse como persona y prepararse para convivir en sociedad.
Para que los padres puedan brindarle a sus hijos todo este bagaje posibilitador de una ética de vida, es necesario que ellos mismos sean respetuosos de sus hijos. Entendiendo por respeto como “la capacidad de ver a una persona tal cual es, reconocerla como otra diferente a uno, no como yo quiero o me conviene que sea. Sólo el respeto por el otro evita que el cuidado y la responsabilidad degeneren en dominación”*[1]. Y por lo tanto poner límites a la propia expectativa que se tiene del hijo. Muchas veces los padres proyectan en el adolescente sus propios ideales, sueños, ambiciones o proyectos que no pudieron concretarse.
Pero además para poder poner límites al hijo, es imprescindible que el adulto sepa cuales son los límites de su función, sus propias imposibilidades. Y es justamente este vacío de saber, el que posibilitará la creación por parte del joven de respuestas frente a los interrogantes de su vida.
Hay límites que pueden ser arbitrarios, que tienen que ver con los intereses, deseos o comodidad de los adultos. Cuando un padre no le permite a su hijo ir a bailar porque necesita que se quede cuidando a su hermano menor, mientras los adultos salen, por ejemplo.
Lo importante es que los límites no sean arbitrarios y respondan a un proyecto de vida, al bienestar del menor y se adecuen a sus necesidades, aunque muchas veces implique una renuncia por parte del adulto.
Los límites tienen que ver con la posibilidad de crecimiento. Hay mucha dificultad de los padres, ya sea por no saber donde están parados y cual es su rol, por miedo, inseguridad, impotencia o culpa. Además establecer los límites implica reflexionar en relación a un abanico de posibilidades: la edad del hijo, el momento que atraviesa, la situación en la que se encuentra, cuales límites los protegen y cuales los coartan, cuando ponerlos y hasta donde, etc. El tema se complejiza ya que depende de la subjetividad del padre, de su historia personal, de cómo es cada uno, de la relación que tiene con su hijo, de la historia familiar, de la sociedad en la que vivimos, ya que no se pueden establecer mandatos uniformes.
Es fundamental poder diferenciar las cuestiones secundarias de las verdaderamente importantes para el adolescente que pueden implicar consecuencias serias o de riesgo. Muchos padres hacen hincapié en cómo se viste o peina, situación que no genera ningún efecto grave, sino que tiene que ver con los gustos o intereses de los mayores.
La importancia de los límites, de la aceptación del no, tiene que ver con la constitución subjetiva del hijo, con coartar su omnipotencia infantil, que desde chico vaya incorporando que la realidad no va a ser siempre como él quiere, no va a poder hacer siempre lo que el desea. De esta manera va incorporando la tolerancia a la frustración, que tanto lo va a ayudar como adulto futuro. Para esto también es fundamental que el adolescente comience a conocer cuáles son sus propios límites, a aprender a ser tolerante, a desarrollar la capacidad de espera y de esfuerzo, actitudes necesarias para poder construir su propio proyecto, con metas a mediano y largo plazo. Y que el padre le trasmita la importancia de hacerse cargo, de responder sobre las elecciones y las acciones que se realizan.
La presencia de los padres siempre es importante, como sostenedora en la niñez y como acompañante en la adolescencia, brindándole un espacio de libertad para que su hijo pueda preguntarse ¿Quién soy?. Pudiendo armar en conjunto un espacio de intercambio diferente.
Psc. Cecilia S. Pedro
Bibliografía
- Revista Fundaih Nº3- mayo 1994
- Bleichmar, S.- Selección de artículos publicados y clases se seminarios desgrabados
- Ubieto J- Conferencia: Adolescencia, diferencia y construcción de la identidad.
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- Zagury, T- Línites sin trauma
- Obiols,G. y Di Segni de Obiols, S.- Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria.
- Fromm E.- El arte de amar
*El arte de amar, E. Fromm
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