Como parte de la vida, la infancia se termina. La adolescencia aparece, irrumpe y trae aparejada transformaciones fundamentales. Este proceso inevitable y necesario también incluye a los padres.
¿Cómo ser padre de un adolescente?. La paternidad o maternidad no son cualidades inherentes al hombre, sino que es la llegada de la cría quien los convierte en padres, se es en relación al hijo. Entonces “es el hijo quien hace a sus padres” *[1]. El crecimiento del hijo conlleva cambios en los padres, de función y de lugar, ya que no es lo mismo ser padre de un niño que de un adolescente. También la organización familiar entra en esta crisis, donde el escenario se conmociona, tambalean las costumbres y la forma de relacionarse, donde los padres tendrán que recrear su lugar con respecto a su pareja, a ellos mismos y a los demás miembros de la prole.
Hasta ahora estuvieron aprendiendo a ser padres de un niño, que los miraba con admiración, que los idolatraba, que los cubría con todas las cualidades imaginables. Que buscaba en ellos toda la seguridad, el poder, el saber y la confianza que necesitaban para crecer. Para los padres la infancia también está teñida de una cierta idealización, a sus ojos la situación era más o menos controlada, conocida y manejable. Con la adolescencia este mundo “aparentemente ideal” comienza a resquebrajarse, a mostrar sus grietas, aparecen los conflictos, los cuestionamientos, los gritos y los silencios. Ya nada es igual. El adolescente, para poder constituirse como un sujeto independiente, necesita discriminarse, separarse, alejarse de las figuras paternas, tolerar sentirse huérfano un tiempo. Crecer es un acto agresivo, comienza a confrontar, a rebelarse y transgredir las normas y los límites del mundo de los adultos, como una necesidad de diferenciación, para encontrarse, para empezar a saber quien es. Para que esto se pueda llevar a cabo es fundamental que el adolescente se enfrente a adultos firmes, coherentes, que puedan asumir sus contradicciones y enfrentar el desafío. Winnicott dice en relación a esto:”lo mejor que pueden hacer es sobrevivir, mantenerse intactos y sin cambiar de color, sin abandonar ningún principio importante. Esto no quiere decir que no puedan crecer ellos mismos”*[2]. Los padres se convierten en el blanco de los ataques, el frontón necesario para que el adolescente pueda practicar contra él, errando los tiros, midiendo sus fuerzas y posibilidades, mejorando su entrenamiento, encontrando su propio estilo….,-según las palabras de E. Erikson. Es decir, tienen la tarea importante de contener y sostener los actos agresivos que reciben de sus hijos, permaneciendo inamovibles en su lugar sin retirarse como vencidos. También es necesario que los adultos se mantengan diferentes, que haya una brecha dada por las diferencias de época que a cada uno le haya tocado vivir y la educación recibida. Este enfrentamiento generacional es inevitable y posibilita el proceso de separación que incluye tanto a los hijos respecto de los padres como a los padres hacia los hijos. En la adolescencia hay pérdidas, pierden los hijos y los padres. Y toda pérdida de un ser querido le sigue el duelo, que es un proceso doloroso y penoso en el que se elabora dicha pérdida. En el transcurso de la vida se van sucediendo cambios, y todo cambio lleva implícito un duelo, por lo que se deja, por lo que se pierde, por lo que fue y una adaptación a las nuevas situaciones que aparecen.
Los padres viven el duelo de sus hijos, ya que tienen que desprenderse del hijo-niño y transitar hacia una relación con ese hijo que ya es adolescente. Esta es una tarea difícil y les impone muchas renuncias. Una es la pérdida del cuerpo de su niño, ese cuerpito tan amoroso, tan tierno, tan lindo para acariciar y abrazar, era como una parte más de ellos. Este es el momento de ruptura con la posición propia de la infancia de ser una posesión de los padres.
Ese niño pequeño que miraba para arriba buscando en los ojos adultos aprobación, es otro, ha crecido y ahora son los padres los que tienen que mirar hacia arriba.
Padres e hijos tienen cuerpos de adultos, marcando que para los adultos también pasa el tiempo dejando su huella, ya no son jóvenes como antes. El crecimiento de la cría, va corriendo a los padres hacia una madurez progresiva, y al alcanzar la posición de adulto los va desalojando paulatinamente hacia la vejez. Así quedan enfrentados a aceptar el devenir, el envejecimiento y la muerte, situación más difícil en esta sociedad que eleva a la juventud como valor supremo. El adolescente que ha adquirido características adultas, necesita apropiarse de esta nueva imagen, pero ya no buscará el apoyo en sus padres como en la niñez, sino en los otros, amigos, parejas, por ejemplo.
Muchos padres sienten que están perdiendo el amor del hijo, no pueden aceptar que los amigos, esos desconocidos, pasen a ocupar un lugar tan importante, en detrimento su lugar que creían inamovible. Así aparecen lo celos y las sospechas hacia estas amistades, que los están destronando.
Otra pérdida importante y muy dolorosa para el narcisismo de los padres es el derrumbe de su imagen idealizada por su hijo. Este con la adquisición del pensamiento abstracto y el juicio de realidad, empieza a mirar a los adultos de otra manera, con una mirada crítica, dura y a veces muy cruel. Se los evalúa, se perciben los conflictos, las fallas y límites de los padres. Ya no son más los referentes ideales, ese adulto prometido, ahora se los ve como seres humanos comunes, con defectos y errores. Pero es importante que los padres estén dispuestos a que ocurra esta caída, esta desilusión, quedar destituidos del lugar del saber y la verdad, que le posibilitará al adolescente tener su palabra propia.
Este cimbronazo no es fácil de elaborar, pasar de la admiración a una relación cargada de ambigüedades. Se ven inseguros y tambaleantes en su posición y así lo manifiestan cuando les remarcan a sus hijos: “no te olvides que soy tu padre” o “todavía soy tu madre”.
Pero la desidealización es de ambas partes, los padres a veces se decepcionan de su hijo y a su vez el hijo de ellos, el desencanto es mutuo. Tienen otras expectativas acerca él que no se cumplen, esperan que este adolescente se acerque más a su ideal de hijo, en cambio se encuentran con un joven que no comprenden , no saben que le pasa y como manejarlo. La ignorancia, el desconocimiento recíproco, caracteriza la compleja relación padre-adolescente. El adolescente se queja de que sus padres no lo entienden, siendo que él a su vez no sabe que quiere, quien es y a donde quiere ir.
Muchos adultos desconocen que le pasa a un adolescente y se alarman o asustan cuando su hijo tiene actitudes que son propias de esa edad. Esto se evidencia cuando se quejan que su hijo está cambiando, que “está raro”, ya no les cuenta “todo”, está muy callado, prefiere encerrarse en su cuarto solo, por ejemplo.
Pero fundamentalmente la gran dificultad es la de rescatar, evocar sus propias vivencias juveniles perdidas en el tiempo.
La adolescencia del hijo conmueve a los padres de diferentes maneras. Les muestra de forma más o menos distorsionada su propia imagen adolescente si bien como un periodo difícil, pero cargado de energía, vitalidad, emociones, como un momento de creación, de elecciones, más complicadas de repensarse y de rehacer en la adultez. Recrea en ellos sus sueños, ambiciones, deseos olvidados que le retornan en su hijo.
Los conectan con sus recuerdos de esa época, que tal vez estaban muy escondidos y eran muy dolorosos, reactivando sus problemáticas adolescentes no resueltas. Muchas veces esto repercute en el hijo proyectando en él su angustia.
Comienzan a bucear en la relación con sus propios padres, como eran, como actuaban, como fue su historia y su vínculo con ellos y esto los lleva a interpelarse en ese lugar tan difícil que es la paternidad. Muchos adultos quedan solos, desorientados y sin referentes que lo puedan auxiliar. Antes la educación de los hijos estaba sostenida por el estado, las instituciones, la familia y el entorno afectivo, que ayudaban y contenían a los padres en esta tarea. Más aún en estos tiempos agitados, cambiantes y confusos en donde no hay garantías ni respuestas y el adulto se encuentra con situaciones novedosas permanentemente.
La familia era el agente privilegiado de subjetivación, de socialización y de transmisión de los conocimientos, ya que los padres detentaban el saber. Situación que es trastocada con la invasión generalizada y paulatina de la cultura de los medios masivos de comunicación, relegando a los padres en el papel de mediador y metabolizador del discurso mediático. Son los medios los que penetran en el hogar trasformándose en fuente de conocimiento, instalando modelos y nuevos paradigmas sobre la realidad. Este desarrollo vertiginoso y consumista, evita que la información que se trasmite pueda ser analizada y procesada y que puedan generarse pensamientos alternativos. Muchos padres se sienten opacados, excluidos e impotentes ante este avance cultural y muchas veces no poseen las herramientas necesarias para engancharse al tren de las nuevas tecnologías.
Los Simpsons son un ejemplo de cómo se introduce el discurso mediático cuyo contenido puede pasar inadvertido. Homero, muestra una imagen paterna muy desdibujada, empobrecida, infantilizada, quedando destituido del lugar del saber, desvirtuando la tradicional relación padre-hijo.
Además la experiencia del mayor va perdiendo valoración, antes lo vivido dejaba una enseñanza que se transmitía en el correr de las generaciones, su palabra era demandada y escuchada con atención. Así se convertía en modelo a imitar, reconociéndole la importancia de todo ese bagaje que podía brindar.
De los Padres
Es fundamental que los padres puedan reposicionarse como personas, hombre y mujer, y es desde ese lugar donde deberá buscar nuevos puntos de orientación. Especialmente cuando se ha renunciado a la masculinidad o a la feminidad en beneficio de la posición provisoria de padres.
Estos están atravesando su propia crisis de la edad media de la vida, este es generalmente un período de muchas dudas, donde se produce un cuestionamiento profundo sobre su vida, en el que se suele realizar un balance si las propias aspiraciones, los proyectos han sido cumplidos o no, si hay o no satisfacción en la manera de vivir su vida, si hay que reformular expectativas, deseos y anhelos. Esto puede tener como consecuencia cambios importantes tanto en lo referente a aspectos emocionales y de relaciones interpersonales, como a los profesionales y laborales. Con respecto a este último, muchos de estos padres están inmersos en un verdadero replanteo, tanto por la necesidad de adaptarse a las nuevas exigencias del mercado de trabajo o por desempleo, buscando reinsertarse laboralmente, al igual que sus hijos.
En relación a su vida afectiva, hay un reencuentro con la pareja conyugal y la problemática adolescente puede reanimar la relación y posibilitar su relanzamiento.
Otras, queda en evidencia como los hijos llenaban el vacío existente en esa relación, que ya no pueden ocultarlo y es necesario resolver.
Muchas parejas se hallan en proceso de separación, o ya están divorciadas y tienen que enfrentar el hecho de estar solos, buscando pareja, iniciando o consolidando una nueva relación amorosa. Y los segundos matrimonios, con los cambios que trae aparejados en relación a la vida familiar y vincular. Es decir muchos padres están volviendo a empezar con su vida, con toda la angustia y la carga emocional que esto significa.
A esto se agrega el hecho de que, muchas veces, en este período los adultos tienen que hacerse cargo de sus propios padres, que envejecen y necesitan cuidados y protección.
Así los conflictos de tres generaciones coinciden, complejizando el panorama familiar.
Es en la intimidad del hogar donde se cristaliza el desencuentro y el no reconocimiento de padres e hijos. Los adultos ven a ese chico como un extraño conocido, es su hijo con otro cuerpo y otras actitudes, otros pensamientos, otros gustos, es él pero es otro. Así escuchamos decir: “donde habrá sacado esas ideas”, “donde habrá aprendido eso”, “no parece mi hijo”.
Surgen las peleas, los malos entendidos, los silencios y la comunicación se hace muy difícil. Los padres suelen tomar distintas posturas. Hay quienes tratan de igualarse a sus hijos, se adolentizan, se hacen los amigos, los compinches, adoptando sus mismas costumbres, su mismo vocabulario, pretendiendo barrer las diferencias. Y justamente son estas las que enriquecen su posición de padres, no ponen límites, todo está bien, son permisivos, buscan complacer al hijo apareciendo como “buenos”.
Otros compiten con su hijo, lo sienten su rival, es él que tiene el cuerpo vigoroso y las posibilidades que ellos están perdiendo. Adoptan la misma vestimenta y concurren a los mismos lugares, produciendo mucho malestar en el joven.
Hay quienes abdican de su función dejando al hijo en estado de orfandad. Esto lo fuerza a tener que crecer de golpe y adoptar lugares de pseudo-adultez para los que todavía no están preparados.
Algunos no registran el sufrimiento del adolescente, sino que priorizan sus conflictos, quedando como protagonistas de la situación. El joven queda relegado al papel de observador con dificultades para tener una actitud activa frente la conflictiva que padece.
Estos padres, ya sea por miedo a perder el amor de su hijo, perder su juventud o porque evitan asumir su responsabilidad, no posibilitan la confrontación generacional necesaria para el crecimiento del adolescente.
¿Cómo pensar la posición de los padres en la adolescencia?.
En relación a las funciones parentales, dice S. Bleichmar: “lo más importante es que el niño sea cuidado, que haya un proyecto para ese niño y en tercer lugar que no sea usado como objeto sino concebido como sujeto”*[3]. Sujeto en el sentido en que el hijo no está para satisfacer a los padres en sus deseos y expectativas, ni para cubrir sus vacíos emocionales, ni para acompañar a padres solitarios, ni para responder a los mandatos familiares. Sino fundamentalmente tienen que tener la libertad de crecer según sus deseos y sus potencialidades.
Ser padres de adolescentes es un trabajo, a veces complejo, que requiere de tiempo, dedicación, responsabilidad, respeto y cuidados hacia el hijo, pero de una manera diferente que en la infancia. Con esta finaliza una particular dependencia afectiva.
El adolescente necesita que los padres puedan tener una presencia activa, que implica estar cerca, presentes pero respetando la distancia que el hijo pueda sostener, estar cuando él los necesita y escuchar sus inquietudes. Tomar en serio sus preguntas y darle lugar a que pueda comenzar a esbozar sus respuestas y poder soportar que le pidan consejos que quizás nunca hagan.
Es importante conocer a esta personita que se está transformando, saber como piensa, que quiere, cuales son sus amigos, sus intereses. Poder identificarse con su sufrimiento, con lo que le sucede, y fundamentalmente acompañarlos en este camino turbulento. Y para transitarlo de mejor manera necesita ser reconocido y que sienta que confían en él.
La adolescencia es un proceso largo, que no se da de una vez por todas, hay que ser concientes de eso y poder tolerar las idas y venidas, sus deseos de independencia y su necesidad de protección, el que en un momento se crean grandes y al siguiente actúen como niños pidiendo ayuda. En relación al cambio de la posición de los padres si bien se produce un viraje en un momento puntual, se tendrán que conducir al compás de los vaivenes de su hijo, tratando de encontrar un equilibrio entre contenerlo, sostenerlo y permitirle que se separe y empiece a construir su destino.
Es un momento para reinventar los lazos que unen a padres e hijos, para restablecer el diálogo perdido, para posibilitar la historización de esta relación, recordar la historia que tienen en común que es importante rescatar. Volver a reconocerse a partir del recuerdo de las vivencias compartidas.
Una manera de promover la comunicación es buscar, estar atento a los momentos en que el adolescente quiera hablar, escuchándolo, haciendo comentarios breves, como al pasar. Si los padres los inundan con sus preguntas y sermones, probablemente su hijo se retraiga y todo intento de conversación quede interrumpido. Es prioritario respetar los silencios del adolescente.
Es fundamental que el padre le permita a su hijo actuar por sí mismo en la medida de sus posibilidades, en aquellas cosas que va pudiendo hacer; y acompañarlo en aquello para lo cual no está preparado.
Una de las cuestiones principales es que los padres sean coherentes entre su decir y su hacer, su hijo los estará observando atentamente.
Psic. Cecilia S. Pedro
“Podréis albergar sus cuerpos, pero no sus almas
porque sus almas moran en la casa del mañana, que no
podéis visitar ni siquiera en sueños.
Podréis, si mucho, pareceros a ellos; más no tratéis
de hacerlos semejantes a vosotros.
Porque la vida no retrocede ni se estanca en el ayer.
Sois los arcos para que vuestros hijos, flechas vivientes
se lancen al espacio”.
Gibran Jalil Gibran
Bibliografía
- Rodulfo R., El psicoanálisis de nuevo
- Corea C. y Lewkowicz I.,¿Se acabó la infancia?
- Bleichmar S., La subjetividad en riesgo
- Bleichmar S., Selección de artículos publicados
- Rother Hornstein C.(comp), Adolescencias:trayectorias Turbulentas
- Corso M. y Lichtenstein Corso D., Game Over
- Aberastury A., Adolescencia
- Obiols G. Y Di Segni de Obiols, Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria
- Fromm E., El arte de amar
- Dolto f., Palabras para adolescentes
- Racial J., El pasaje adolescente
- Maggi I.(comp), Adolescencia Confrontación
- Freud S., Duelo y melancolía
- Winnicott D., Realidad y juego
- Diaz G. y Hiller R., El tren de los adolescentes
- Revista FUNDAIH, El adolescente y su mundo hoy
- De la Robertie L., el adolescente y la familia
- Sinay S., Selección de artículos publicados
- Ariel A., Conferencia: “Psicoanálisis y prevención en adicciones. Supervisión de la función parental”
-
*Palabras para un adolescente, F. Doltó
*Realidad y juego, D. Winnicott
[3] *”Derechos de los niños. Perspectivas desde el cuidado y desde la formación”. S. Bleichmar
sábado, 3 de abril de 2010
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