“Parece que en nuestro intento por ser los padres que
quisimos tener, pasamos de un extremo al otro. Así que,
somos los últimos hijos regañados por los padres y los
primeros padres regañados por nuestros hijos.
Los últimos que le tuvimos miedo a nuestros padres y los
primeros que tememos a nuestros hijos. Los últimos que
crecimos bajo el mando de los padres y los primeros que
vivimos bajo el yugo de los hijos.
Lo que es peor, los últimos que respetamos a nuestros
padres, y los primeros que aceptamos que nuestros hijos no
nos respeten”. (Una nueva generación de padres de familia)
anónimo
Uno de los temas más conflictivos y angustiantes para los padres tiene que ver con la autoridad y los límites. El temor a la excesiva permisividad, cuando no hay autoridad y los límites no están fijados o lo están de una manera muy débil. El otro extremo en el que se puede caer es en el autoritarismo. Es importante que reflexionemos sobre algunas cuestiones que nos permitirán repensarnos en nuestro rol de padre o educador.
El concepto de autoridad se confunde, a menudo, con el de autoritarismo, que nos remite a la familia tradicional, en donde la palabra del padre no se discutía, era ley, donde su mirada transmitía su poder absoluto y arbitrario sobre sus hijos. La sociedad acompañaba esta educación sosteniendo valores, reglas y sanciones prácticamente comunes para todos.
Las generaciones anteriores recibieron una educación muy rígida y rigurosa, con normas establecidas e inamovibles, sin tener posibilidad para el cuestionamiento. Fueron niños tratados como pequeños adultos, esperándose de ellos conductas adecuadas y siendo sancionados, muchas veces con severidad si no cumplían con lo estipulado.
Los padres de los adolescentes han rechazado sistemáticamente esta forma de crianza, tratando de suavizar la vida de sus hijos, de evitarles los sacrificios, los esfuerzos y las dificultades, sin generar otra forma alternativa. Improvisan en la medida que es necesario, que la realidad lo impone, alguna pauta de conducta, a veces tardíamente, otras no es sostenida en el tiempo, quedando como diluida, sin efecto.
Se actúa por oposición a la educación anterior, por miedo a ser autoritario, se es excesivamente permisivo; no se busca un modelo alternativo, que esté en sintonía con estos tiempos, que apueste al libre crecimiento de los hijos, donde haya dialogo, respeto mutuo, en donde se juegue una asunción de responsabilidades y se incorporen pautas familiares.
Muchos adolescentes se encuentran con padres que tienen sus mismas dudas, no mantienen valores claros y comparten sus mismos conflictos. Padres cuya función aparece desdibujada, que no saben que hacer, cual es su lugar, generando una gran confusión en el vínculo con sus hijos, buscando a tientas una igualdad pintada, un “compinchismo” forzado en una relación que no es simétrica. La característica natural de la relación entre padres e hijos es la asimetría- según lo articula S. Bleichmar-; esto significa que hay diferencia de poder y de saber o capacidad simbólica, en la cual el adulto se hacer cargo del menor. Pero ejercer la asimetría no significa poner el acento en el poder o en modelos autoritarios, sino en la obligación del padre respecto de su cría. La asimetría tiene que ver más con la función del adulto, y con la responsabilidad que este tiene frente a sus hijos. Ya que poder y responsabilidad pueden estar en franca oposición. Y muchas veces ocurre que un padre usa arbitrariamente el poder que la paternidad le confiere para desrresponsabilizarse de su hijo, y no cumplir con sus funciones de cuidado y responsabilidad de su chico.
Antes el título de ser padre llevaba implícita la autoridad, nadie lo discutía, y cada uno tenía su lugar. La paternidad era sostenida por una sociedad que avalaba su autoridad, la figura de padre bastaba para que se lo considerara como tal. Su palabra tenía credibilidad, era escuchada y tenida en cuenta.
La autoridad se construye y hay que merecerla, cada uno le dará su sello particular. Ser padre depende del ejercicio de esta función que cada uno haga cotidianamente, el respeto y el amor de los hijos hay que ganárselo, no está dado de antemano.
Los niños y los adolescentes necesitan límites, y si no los tienen los piden expresando este pedido de diferentes maneras, con reacciones descontroladas y agresivas o con diversas sintomatologías: abulia, desinterés por el estudio, adicciones, fobias, por ejemplo. Para los hijos es una carga muy pesada que sus padres no le pongan los límites necesarios, ya que los dejan librados a buscar sus propios límites, a autolimitarse, y aún no cuentan con las herramientas para hacerlo.
¿Porqué es tan difícil para los adultos el tema de los límites?. Evidentemente no es tarea sencilla, ya que el tema es complejo y no se reduce a la prohibición y al no.
Desde pequeños los chicos tienen que ir internalizando marcos de referencia como portadores de sentidos, necesitan de un adulto ordenador que le transmita las normas, la ley, los valores, los códigos, que van a posibilitar constituirse como persona y prepararse para convivir en sociedad.
Para que los padres puedan brindarle a sus hijos todo este bagaje posibilitador de una ética de vida, es necesario que ellos mismos sean respetuosos de sus hijos. Entendiendo por respeto como “la capacidad de ver a una persona tal cual es, reconocerla como otra diferente a uno, no como yo quiero o me conviene que sea. Sólo el respeto por el otro evita que el cuidado y la responsabilidad degeneren en dominación”*[1]. Y por lo tanto poner límites a la propia expectativa que se tiene del hijo. Muchas veces los padres proyectan en el adolescente sus propios ideales, sueños, ambiciones o proyectos que no pudieron concretarse.
Pero además para poder poner límites al hijo, es imprescindible que el adulto sepa cuales son los límites de su función, sus propias imposibilidades. Y es justamente este vacío de saber, el que posibilitará la creación por parte del joven de respuestas frente a los interrogantes de su vida.
Hay límites que pueden ser arbitrarios, que tienen que ver con los intereses, deseos o comodidad de los adultos. Cuando un padre no le permite a su hijo ir a bailar porque necesita que se quede cuidando a su hermano menor, mientras los adultos salen, por ejemplo.
Lo importante es que los límites no sean arbitrarios y respondan a un proyecto de vida, al bienestar del menor y se adecuen a sus necesidades, aunque muchas veces implique una renuncia por parte del adulto.
Los límites tienen que ver con la posibilidad de crecimiento. Hay mucha dificultad de los padres, ya sea por no saber donde están parados y cual es su rol, por miedo, inseguridad, impotencia o culpa. Además establecer los límites implica reflexionar en relación a un abanico de posibilidades: la edad del hijo, el momento que atraviesa, la situación en la que se encuentra, cuales límites los protegen y cuales los coartan, cuando ponerlos y hasta donde, etc. El tema se complejiza ya que depende de la subjetividad del padre, de su historia personal, de cómo es cada uno, de la relación que tiene con su hijo, de la historia familiar, de la sociedad en la que vivimos, ya que no se pueden establecer mandatos uniformes.
Es fundamental poder diferenciar las cuestiones secundarias de las verdaderamente importantes para el adolescente que pueden implicar consecuencias serias o de riesgo. Muchos padres hacen hincapié en cómo se viste o peina, situación que no genera ningún efecto grave, sino que tiene que ver con los gustos o intereses de los mayores.
La importancia de los límites, de la aceptación del no, tiene que ver con la constitución subjetiva del hijo, con coartar su omnipotencia infantil, que desde chico vaya incorporando que la realidad no va a ser siempre como él quiere, no va a poder hacer siempre lo que el desea. De esta manera va incorporando la tolerancia a la frustración, que tanto lo va a ayudar como adulto futuro. Para esto también es fundamental que el adolescente comience a conocer cuáles son sus propios límites, a aprender a ser tolerante, a desarrollar la capacidad de espera y de esfuerzo, actitudes necesarias para poder construir su propio proyecto, con metas a mediano y largo plazo. Y que el padre le trasmita la importancia de hacerse cargo, de responder sobre las elecciones y las acciones que se realizan.
La presencia de los padres siempre es importante, como sostenedora en la niñez y como acompañante en la adolescencia, brindándole un espacio de libertad para que su hijo pueda preguntarse ¿Quién soy?. Pudiendo armar en conjunto un espacio de intercambio diferente.
Psc. Cecilia S. Pedro
Bibliografía
- Revista Fundaih Nº3- mayo 1994
- Bleichmar, S.- Selección de artículos publicados y clases se seminarios desgrabados
- Ubieto J- Conferencia: Adolescencia, diferencia y construcción de la identidad.
- Di Segni de Obiols,S.- Adolescente-adulto ¿Adulto-adolescente?, Revista Vetex Nº 5.
- Zagury, T- Línites sin trauma
- Obiols,G. y Di Segni de Obiols, S.- Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria.
- Fromm E.- El arte de amar
*El arte de amar, E. Fromm
sábado, 3 de abril de 2010
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