¿Qué es la adolescencia?. ¿Por qué es tan cuestionada, criticada y hasta a veces repudiada?. Y contradictoriamente :¿Por qué es tan idealizada en esta época que todos quieren ser adolescentes?. ¿Por qué la sociedad y los adultos no se ponen de acuerdo para definirla?. ¿Por qué crea tanta confusión, angustia e incertidumbre tanto en los mismos adolescentes como en los adultos?. No es tarea sencilla responder a estas y otras tantas preguntas que genera este tema, pero podemos exponer algunos puntos que nos ayuden a comenzar a pensarla.
La adolescencia es un período especial en la vida de una persona, es el más revolucionario de todos por los importantes cambios que le ocurren y que la conmocionan : cambios del cuerpo, del espíritu y de los sentimientos. Está marcada por el fin de la infancia, de lo conocido, algo se termina, lo familiar, la protección y el amparo, y aparece lo nuevo, lo excitante, lo extraño. Es por eso que causa alegría y entusiasmo por los caminos que se abren y la vez angustia y temor por todo lo que se deja atrás, por todo lo que se pierde. Adolescencia es el pasaje que separa la infancia de la vida adulta, y se inicia con la pubertad, en la que el cuerpo se transforma paulatinamente, las formas se modifican, comenzando a adquirir la apariencia de hombre o de mujer. Bajo la influencia de las hormonas crecemos por todas partes. Y estos cambios suelen ocasionar susto y asombro, ya que estos son muy rápidos y es difícil adaptarse a ellos. Se va perdiendo el cuerpo de niño, el cuerpo conocido, el de siempre, el que se estaba acostumbrado, que daba seguridad, y esta nueva apariencia a veces es incomoda, y difícil de manejar. Estas modificaciones son tal magnitud y velocidad que el adolescente no tiene tiempo de apropiarse de ellas, de internalizarlas, a medida que suceden. Es como si el adolescente estuviera en un edificio en construcción, donde hay mucho movimiento por todas partes, tanto en el interior como en el exterior, donde no hay un rinconcito tranquilo para descansar, para tomarse su tiempo. Es por esto que se siente torpe e inseguro con su cuerpo, ya que todavía le es extraño, y con todas las sensaciones y emociones novedosas que le acontecen.
El adolescente se está preguntando quien es, como es, como le gustaría ser, que quiere mostrar a los demás, como lo ven los otros. Como no se conoce todavía, busca gustarse en la mirada de los demás, con la ilusión que el otro le devuelva una imagen tranquilizadora de sí mismo. Por eso para el joven es tan importante el aspecto externo, lo que se muestra, lo que se da a conocer, la moda, la ropa, buscando encajar en el molde del ideal social, como un referente de cómo debería ser.
La relación del adolescente con sus padres se modifica, a veces de forma paulatina, a veces de forma brusca y agresiva. En la infancia, los padres tienen la verdad absoluta, se los admira y venera, se los eleva a la categoría de ídolos. Pero el adolescente empieza a tener pensamientos propios y a cuestionar la palabra de sus padres. Algunas veces el joven tiene opiniones diferentes, algunas veces se revela y los rechazan sin saber porqué. Aparece la confrontación y la trasgresión a las normas y límites que vienen de los adultos. Y casi sin darse cuenta de lo que ocurre, comienzan a desprenderse de los padres, separación terriblemente dolorosa pero necesaria para poder crecer. En este lanzarse al camino de la vida, buscando su propia identidad es imprescindible diferenciarse, discriminarse de sus padres, de todo lo familiar, y empezar su búsqueda afuera, en territorio exterior. Como este es un proceso gradual, que no se da de una vez definitivamente, hay idas y venidas, marchas y contramarchas. Es decir, puede aparecer en el joven un impulso al desprendimiento, y otras veces puede aparecer angustia, miedos e incertidumbre. Sintiéndose a veces, tan vulnerable y frágil que quiere volver a ser niño y que todo permanezca igual, que los padres los proteja y lo guíe como antes.
Es tan difícil crecer........pero a la vez es maravilloso poder hacer todas aquellas cosas que antes estaban vedadas, aquellas ilusiones y proyectos que se ansiaban concretar, poder comenzar a construir como se pueda, su propia vida.
domingo, 6 de diciembre de 2009
Padres e hijos: de la admiración a la confrontación
La adolescencia marca el fin de algo, la infancia se termina y con ella se terminan los años dorados. La adolescencia irrumpe inevitablemente rompiendo ese clima ideal y sobre todo muy reconfortante y cómodo. En la infancia los padres les brindan a sus hijos una imagen de seguridad , poder y confianza. El niño tiene la necesidad vital de admirar a sus padres para poder crecer. Para los hijos sus padres son maravillosos y los adornan de con todas las cualidades; incluso aquellas que estos no tienen. Para los padres todo estaba más o menos controlado, todo era más o menos conocido. Y con la adolescencia todo este mundo aparentemente maravilloso comienza a resquebrajarse a mostrar sus grietas, aparecen los conflictos, los cuestionamientos, los gritos y los silencios. La idealización de los padres entra en crisis, se perciben las fallas, los errores y límites de los padres, se los pone en tela de juicio, se los evalúa y critica a veces muy duramente, ocasionando fuertes disputas. Es el momento en que los hijos dejan de ser una posesión de los padres, comenzando un distanciamiento inevitable y doloroso.
El adolescente es alguien que busca su identidad; preguntándose ¿quién soy?. Y así, comienza a confrontar, a rebelarse y trasgredir las normas y límites del mundo de los adultos, como una necesidad de diferenciación, para encontrarse, para empezar a saber quien es. Pero para que esto se produzca es necesario que el adolescente se encuentre con padres adultos, que puedan mantenerse intactos, sin abandonar ningún principio importante, ideas, normas, y escala de valores, pudiendo enfrentar el desafío. Es que los padres se convierten en el blanco de los ataques, el frontón necesario para que el adolescente pueda practicar contra él, errando los tiros, midiendo sus fuerzas y posibilidades, mejorando su entrenamiento, encontrando su propio estilo (Erikson). Los padres tienen la fundamental tarea de contener y sostener los actos agresivos que reciben de sus hijos, permaneciendo inamovibles en su función en el escenario de la lucha sin retirarse como vencidos. Como también es necesario que los padres se mantengan como diferentes, que haya una brecha dada por las diferencias de época que a cada uno le haya tocado vivir y de la educación recibida. La creación de un conflicto entre las generaciones su posterior resolución es la tarea normativa de la adolescencia, y esencial para su crecimiento.
Pero para que haya confrontación tiene que haber una sociedad que pueda confrontar, ya que para confrontar con los adolescentes hay que estar fuera de la adolescencia. Y ¿qué es lo que pasa ahora que estamos inmersos en una sociedad adolentizada? ¿ que valores, ideales e ideas van a servir a los jóvenes de frontón?. La postmodernidad propone la adolescencia como modelo social, en la que no solo se toma como modelo el cuerpo adolescente sino también su modo de vida. Entonces en esta sociedad actual, lo que se produce es la contaminación y no la confrontación. Contaminación por no producirse la diferenciación entre el adolescente y el adulto, cuando se pierden los límites entre las genreaciones, quedando como todos iguales en determinados puntos, no creando las condiciones para el crecimiento de los jóvenes.
Muchas veces ocurre que el padre no ocupa su lugar, aparentando estar en el lugar del adolescente, en vez de hablar desde un lugar adulto, lo hace desde un lugar especular, modificando y sustrayéndose de su función.
El adolescente es alguien que busca su identidad; preguntándose ¿quién soy?. Y así, comienza a confrontar, a rebelarse y trasgredir las normas y límites del mundo de los adultos, como una necesidad de diferenciación, para encontrarse, para empezar a saber quien es. Pero para que esto se produzca es necesario que el adolescente se encuentre con padres adultos, que puedan mantenerse intactos, sin abandonar ningún principio importante, ideas, normas, y escala de valores, pudiendo enfrentar el desafío. Es que los padres se convierten en el blanco de los ataques, el frontón necesario para que el adolescente pueda practicar contra él, errando los tiros, midiendo sus fuerzas y posibilidades, mejorando su entrenamiento, encontrando su propio estilo (Erikson). Los padres tienen la fundamental tarea de contener y sostener los actos agresivos que reciben de sus hijos, permaneciendo inamovibles en su función en el escenario de la lucha sin retirarse como vencidos. Como también es necesario que los padres se mantengan como diferentes, que haya una brecha dada por las diferencias de época que a cada uno le haya tocado vivir y de la educación recibida. La creación de un conflicto entre las generaciones su posterior resolución es la tarea normativa de la adolescencia, y esencial para su crecimiento.
Pero para que haya confrontación tiene que haber una sociedad que pueda confrontar, ya que para confrontar con los adolescentes hay que estar fuera de la adolescencia. Y ¿qué es lo que pasa ahora que estamos inmersos en una sociedad adolentizada? ¿ que valores, ideales e ideas van a servir a los jóvenes de frontón?. La postmodernidad propone la adolescencia como modelo social, en la que no solo se toma como modelo el cuerpo adolescente sino también su modo de vida. Entonces en esta sociedad actual, lo que se produce es la contaminación y no la confrontación. Contaminación por no producirse la diferenciación entre el adolescente y el adulto, cuando se pierden los límites entre las genreaciones, quedando como todos iguales en determinados puntos, no creando las condiciones para el crecimiento de los jóvenes.
Muchas veces ocurre que el padre no ocupa su lugar, aparentando estar en el lugar del adolescente, en vez de hablar desde un lugar adulto, lo hace desde un lugar especular, modificando y sustrayéndose de su función.
Los riesgos en la adolescencia
La adolescencia es un tiempo de crecimiento y de muchos cambios fundamentales. El adolescente deberá realizar ciertos desprendimientos, pérdidas que tienen que ver con el mundo infantil, con el niño que fue, con los ideales de la niñez y con los padres de la infancia. Tiempo de redefinición, de un gran trabajo psíquico, en el que el adolescente empieza a mirar fuera de su familia, buscando otros modelos, otros ideales, otras relaciones, otros referentes, otros soportes que le permitan abrirse, para comenzar a esbozar su propio camino.
En la adolescencia es necesario e inevitable el alejamiento de los lazos parentales, el tránsito de lo familiar y conocido a lo extrafamiliar con la aparición de otros lugares, diferentes que le posibiliten la creación de su propio espacio. Así comienza a poner su mirada en el afuera, ansioso e impaciente por indagar el mundo que antes veía a través de sus padres. En muchos adolescentes se manifiesta la búsqueda intensa y frecuente del riesgo, como forma de conocer sus propios límites y los de su entorno. Sintiéndose ajeno, extraño y en un cuerpo que es un torbellino pulsional, se mueve impulsivamente, peligrosamente, experimentando nuevas sensaciones, chocando muchas veces ante una realidad que le es adversa. Su manera de ingresar al mundo adulto es provocando y desafiando, sin entender muy bien que le está pasando y cuales pueden ser las consecuencias de su accionar. Su forma de expresión privilegiada es a través del acto y son numerosas las conductas peligrosas que se manifiestan en este momento, encontrándonos con conductas variadas, con distinto grado de riesgo y algunas aparecen como un juego con la muerte: fracasos escolares, relaciones sexuales no protegidas, exponiéndose a situaciones de embarazo y contagio de sida y otras enfermedades de transmisión sexual, enfrentamientos violentos diversos, consumo de drogas y alcohol, deportes peligrosos, desviaciones mortíferas de las conductas alimentarias, conducción irresponsable de vehículos, comportamientos suicidas y escarificaciones sobre el propio cuerpo. Estas acciones impulsivas se traducen en una agresión sobre el cuerpo propio o sobre el cuerpo del otro.
Cuando el adolescente no puede expresar su sufrimiento y su dolor, le faltan las palabras, apareciendo en su reemplazo un vacío, cuando falla su capacidad de simbolización, entonces surge el acto agresivo que desde afuera se lo ve como desprovisto de sentido, aunque siempre quiere decir algo, que es desconocido por el sujeto.
Al lastimar su cuerpo puede aliviar el dolor psíquico que urge y no se sabe como silenciar.
En muchos adolescentes estas actitudes están más relacionadas con su necesidad de transgredir, con su espíritu de aventura y su poca capacidad de evaluar las situaciones peligrosas.
En la infancia son los padres los que se hacen cargo del cuidado del hijo, pero si esto no sucede en ese período cuando el niño se transforma en adolescente, no puede asumir su propio cuidado. Así la falta de protección paterna se refleja en conductas arriesgadas, y aparentemente despreocupadas por parte del joven, así escuchamos: “para qué, si no voy a pasar los 40” o “si me toca me toca”.
Antes la sociedad brindaba al adolescente en este tránsito, un marco de cierta seguridad y acompañamiento. Pero ahora ¿qué sociedad lo está esperando?. Una sociedad que le da la espalda, que no lo respeta, no lo protege, no le ofrece espacios de contención ni las condiciones mínimas para que pueda crecer dignamente.
Cultura del consumismo, de los excesos, que se aprovecha de la vulnerabilidad especial del adolescente y lo convierte en consumidor privilegiado, incitándolo a prácticas adictivas de todo tipo. Cultura que tiene puesto el acento en lo efímero, lo frívolo y lo inmediato, que valora el tener en detrimento del ser, donde hay que vivir solo el presente gastándolo y gastándose. Se inculca la búsqueda de distintos objetos, como la droga, para ilusoriamente tapar la angustia y calmar el sufrimiento, para poder soportar mejor las exigencias que impone la sociedad, en perjuicio del joven que queda empobrecido subjetivamente y desprovisto de los recursos simbólicos indispensables para encontrar otras salidas posibles.
Sociedad que no le ofrece ideales éticos y pocos modelos de identificación genuinos con los cuales el adolescente pueda ir tomando para constituir su identidad. Sociedad reducida a sus intereses económicos, a una ideología pragmática que le da importancia a los logros materiales que no deja lugar para los proyectos, los sueños, las ilusiones y el atreverse a pensar en un futuro distinto.
Situación paradojal que se da en este momento en que el adolescente tiene que abrirse al mundo y se encuentra desprotegido en un contexto muy peligroso.
Todas estas cuestiones deberían hacernos reflexionar sobre que podemos hacer para ofrecer a los adolescentes un ámbito vital y posibilitador con otras alternativas que den lugar al cambio y a pensar que las cosas pueden mejorar.
En la adolescencia es necesario e inevitable el alejamiento de los lazos parentales, el tránsito de lo familiar y conocido a lo extrafamiliar con la aparición de otros lugares, diferentes que le posibiliten la creación de su propio espacio. Así comienza a poner su mirada en el afuera, ansioso e impaciente por indagar el mundo que antes veía a través de sus padres. En muchos adolescentes se manifiesta la búsqueda intensa y frecuente del riesgo, como forma de conocer sus propios límites y los de su entorno. Sintiéndose ajeno, extraño y en un cuerpo que es un torbellino pulsional, se mueve impulsivamente, peligrosamente, experimentando nuevas sensaciones, chocando muchas veces ante una realidad que le es adversa. Su manera de ingresar al mundo adulto es provocando y desafiando, sin entender muy bien que le está pasando y cuales pueden ser las consecuencias de su accionar. Su forma de expresión privilegiada es a través del acto y son numerosas las conductas peligrosas que se manifiestan en este momento, encontrándonos con conductas variadas, con distinto grado de riesgo y algunas aparecen como un juego con la muerte: fracasos escolares, relaciones sexuales no protegidas, exponiéndose a situaciones de embarazo y contagio de sida y otras enfermedades de transmisión sexual, enfrentamientos violentos diversos, consumo de drogas y alcohol, deportes peligrosos, desviaciones mortíferas de las conductas alimentarias, conducción irresponsable de vehículos, comportamientos suicidas y escarificaciones sobre el propio cuerpo. Estas acciones impulsivas se traducen en una agresión sobre el cuerpo propio o sobre el cuerpo del otro.
Cuando el adolescente no puede expresar su sufrimiento y su dolor, le faltan las palabras, apareciendo en su reemplazo un vacío, cuando falla su capacidad de simbolización, entonces surge el acto agresivo que desde afuera se lo ve como desprovisto de sentido, aunque siempre quiere decir algo, que es desconocido por el sujeto.
Al lastimar su cuerpo puede aliviar el dolor psíquico que urge y no se sabe como silenciar.
En muchos adolescentes estas actitudes están más relacionadas con su necesidad de transgredir, con su espíritu de aventura y su poca capacidad de evaluar las situaciones peligrosas.
En la infancia son los padres los que se hacen cargo del cuidado del hijo, pero si esto no sucede en ese período cuando el niño se transforma en adolescente, no puede asumir su propio cuidado. Así la falta de protección paterna se refleja en conductas arriesgadas, y aparentemente despreocupadas por parte del joven, así escuchamos: “para qué, si no voy a pasar los 40” o “si me toca me toca”.
Antes la sociedad brindaba al adolescente en este tránsito, un marco de cierta seguridad y acompañamiento. Pero ahora ¿qué sociedad lo está esperando?. Una sociedad que le da la espalda, que no lo respeta, no lo protege, no le ofrece espacios de contención ni las condiciones mínimas para que pueda crecer dignamente.
Cultura del consumismo, de los excesos, que se aprovecha de la vulnerabilidad especial del adolescente y lo convierte en consumidor privilegiado, incitándolo a prácticas adictivas de todo tipo. Cultura que tiene puesto el acento en lo efímero, lo frívolo y lo inmediato, que valora el tener en detrimento del ser, donde hay que vivir solo el presente gastándolo y gastándose. Se inculca la búsqueda de distintos objetos, como la droga, para ilusoriamente tapar la angustia y calmar el sufrimiento, para poder soportar mejor las exigencias que impone la sociedad, en perjuicio del joven que queda empobrecido subjetivamente y desprovisto de los recursos simbólicos indispensables para encontrar otras salidas posibles.
Sociedad que no le ofrece ideales éticos y pocos modelos de identificación genuinos con los cuales el adolescente pueda ir tomando para constituir su identidad. Sociedad reducida a sus intereses económicos, a una ideología pragmática que le da importancia a los logros materiales que no deja lugar para los proyectos, los sueños, las ilusiones y el atreverse a pensar en un futuro distinto.
Situación paradojal que se da en este momento en que el adolescente tiene que abrirse al mundo y se encuentra desprotegido en un contexto muy peligroso.
Todas estas cuestiones deberían hacernos reflexionar sobre que podemos hacer para ofrecer a los adolescentes un ámbito vital y posibilitador con otras alternativas que den lugar al cambio y a pensar que las cosas pueden mejorar.
Fin del secundario ¿y despuès...?
La adolescencia es un tiempo de crecimiento y de muchos cambios fundamentales, donde todo se desestabiliza y donde el adolescente no tiene mucha idea donde está parado ni lo que le está ocurriendo. Tiempo de cambios muy marcados desde el cuerpo, las ideas, los modos de pensar, los amigos, los gustos, los valores, etc. Tiempo de empezar a cuestionar lo anterior. Tiempo de separación de los padres, con todo el dolor que esto significa.
Tiempo de búsquedas, de pruebas y de poder realizar todo aquello que se proyectaba y se soñaba. Tiempo de separarse de lo familiar para colocar la mirada en el afuera, lo externo, lo extrafamiliar. Tiempo de acción. Tiempo de decisiones, dirigidas desde lo social y lo familiar, cuando termina la etapa del ciclo escolar, aparece el imperativo de tener que decidir que hacer de ahora en adelante. Y el adolescente empieza a sentir las presiones, las ansiedades, la angustia y la obligación de responder a esta fuerte demanda. Es importante que el joven pueda apropiarse de esta elección, ya que le pertenece y nadie más que él puede resolver su problemática vocacional.
Es frecuente que esta necesidad de elección sobre su porvenir, encuentre al adolescente en un momento en no esté preparado para tomar una decisión autónoma y madura. Quizás no es su tiempo interno de poder elegir y es conveniente resolver primero otras cuestiones que le ocurren, que están obstaculizando su elección. Ya que esta depende de cómo el adolescente enfrente y elabore los conflictos por los que atraviesa.
Para saber a donde va o a donde quiere ir es necesario que el adolescente conozca su pasado, para poder pisar fuerte hacia un futuro posible. Es fundamental que sepa sobre sus orígenes, sobre su historia, que son los cimientos sobre los cuales va a construir su vida. Esta historia propia constituye el soporte para amarrarse y poder soportar los cambios constantes, las frustraciones y la adversidad, que son parte del camino que va a transitar.
Y para hacer que este futuro sea posible, es necesario que el joven construya una decisión, estableciendo un espacio y un tiempo de búsqueda interna, en el que pueda pensar, imaginar, soñar, permitirse dudar, como forma de comenzar a elaborar un proyecto futuro.
Muchas veces aparece tanto en los padres como en los adolescentes el apuro por resolver la situación: “no hay que perder tiempo”, como si por apurarse se pudiera llegar más rápido a un buen resultado. Y así esta urgencia puede llevar al adolescente a no comprometerse y tratar de solucionar el tema lo más pronto posible de cualquier manera. Es decir, intentando sacarse el problema de encima, tomando cualquier decisión, cualquier alternativa sin ninguna convicción.
Algunos adoptan la elección de otros, de padres, hermanos, amigos, etc., renunciando a tomar la propia. Otros eligen no elegir y se despreocupan del tema. Es que al no haber garantías, ni seguridad sobre el futuro, muchos temen jugarse por una elección y sufrir mucho ante un posible fracaso. Otros se aferran a viejas elecciones, desconociendo nuevas posibilidades. Otros eligen por sí mismos basándose en prejuicios y desconocimiento propios y de la situación social.
¿Por qué es tan conflictiva la elección de una carrera u ocupación?¿Qué se está jugando en esta decisión?. Esta elección es muy diferente a cualquier otra, ya que son muchas las cuestiones que se juegan en este momento de la vida. Esta elección implica no solo que hacer, sino quien ser, pensando en un sentido para su vida, una forma de vida.
En toda elección por algo, se están perdiendo otras posibilidades con las que se contaba antes de decidir, en la medida que elige, deja, abandona otras cosas. Se pierde la infancia, los padres ideales de la niñez, el mundo del colegio secundario, los compañeros, los profesores, la idea que todo se puede, otros proyectos, etc.
Hay que tener en cuenta que el equivocarse forma parte de esta decisión, que se puede errar en la carrera o en el proyecto que se encare. Pero lo fundamental no es el error sino que el adolescente no quede aplastado por esta frustración y que tenga los recursos internos para seguir adelante. Para realizar una elección genuina, satisfactoria y responsable, es necesario que el joven se conozca a él mismo, sus deseos, sus ilusiones, sus gustos, intereses, inquietudes, aspiraciones, capacidades. Pero además son importantes los conocimientos del mundo en que vivimos. La realidad sociocultural cambia constantemente, cambian los campos ocupacionales, las carreras, las especializaciones, etc. Poder percibir el contexto, tener claro las oportunidades que se le ofrecen, le permitirá apostar a una realización posible y no quedarse empantanado en proyectos estériles e improductivos.
Tiempo de búsquedas, de pruebas y de poder realizar todo aquello que se proyectaba y se soñaba. Tiempo de separarse de lo familiar para colocar la mirada en el afuera, lo externo, lo extrafamiliar. Tiempo de acción. Tiempo de decisiones, dirigidas desde lo social y lo familiar, cuando termina la etapa del ciclo escolar, aparece el imperativo de tener que decidir que hacer de ahora en adelante. Y el adolescente empieza a sentir las presiones, las ansiedades, la angustia y la obligación de responder a esta fuerte demanda. Es importante que el joven pueda apropiarse de esta elección, ya que le pertenece y nadie más que él puede resolver su problemática vocacional.
Es frecuente que esta necesidad de elección sobre su porvenir, encuentre al adolescente en un momento en no esté preparado para tomar una decisión autónoma y madura. Quizás no es su tiempo interno de poder elegir y es conveniente resolver primero otras cuestiones que le ocurren, que están obstaculizando su elección. Ya que esta depende de cómo el adolescente enfrente y elabore los conflictos por los que atraviesa.
Para saber a donde va o a donde quiere ir es necesario que el adolescente conozca su pasado, para poder pisar fuerte hacia un futuro posible. Es fundamental que sepa sobre sus orígenes, sobre su historia, que son los cimientos sobre los cuales va a construir su vida. Esta historia propia constituye el soporte para amarrarse y poder soportar los cambios constantes, las frustraciones y la adversidad, que son parte del camino que va a transitar.
Y para hacer que este futuro sea posible, es necesario que el joven construya una decisión, estableciendo un espacio y un tiempo de búsqueda interna, en el que pueda pensar, imaginar, soñar, permitirse dudar, como forma de comenzar a elaborar un proyecto futuro.
Muchas veces aparece tanto en los padres como en los adolescentes el apuro por resolver la situación: “no hay que perder tiempo”, como si por apurarse se pudiera llegar más rápido a un buen resultado. Y así esta urgencia puede llevar al adolescente a no comprometerse y tratar de solucionar el tema lo más pronto posible de cualquier manera. Es decir, intentando sacarse el problema de encima, tomando cualquier decisión, cualquier alternativa sin ninguna convicción.
Algunos adoptan la elección de otros, de padres, hermanos, amigos, etc., renunciando a tomar la propia. Otros eligen no elegir y se despreocupan del tema. Es que al no haber garantías, ni seguridad sobre el futuro, muchos temen jugarse por una elección y sufrir mucho ante un posible fracaso. Otros se aferran a viejas elecciones, desconociendo nuevas posibilidades. Otros eligen por sí mismos basándose en prejuicios y desconocimiento propios y de la situación social.
¿Por qué es tan conflictiva la elección de una carrera u ocupación?¿Qué se está jugando en esta decisión?. Esta elección es muy diferente a cualquier otra, ya que son muchas las cuestiones que se juegan en este momento de la vida. Esta elección implica no solo que hacer, sino quien ser, pensando en un sentido para su vida, una forma de vida.
En toda elección por algo, se están perdiendo otras posibilidades con las que se contaba antes de decidir, en la medida que elige, deja, abandona otras cosas. Se pierde la infancia, los padres ideales de la niñez, el mundo del colegio secundario, los compañeros, los profesores, la idea que todo se puede, otros proyectos, etc.
Hay que tener en cuenta que el equivocarse forma parte de esta decisión, que se puede errar en la carrera o en el proyecto que se encare. Pero lo fundamental no es el error sino que el adolescente no quede aplastado por esta frustración y que tenga los recursos internos para seguir adelante. Para realizar una elección genuina, satisfactoria y responsable, es necesario que el joven se conozca a él mismo, sus deseos, sus ilusiones, sus gustos, intereses, inquietudes, aspiraciones, capacidades. Pero además son importantes los conocimientos del mundo en que vivimos. La realidad sociocultural cambia constantemente, cambian los campos ocupacionales, las carreras, las especializaciones, etc. Poder percibir el contexto, tener claro las oportunidades que se le ofrecen, le permitirá apostar a una realización posible y no quedarse empantanado en proyectos estériles e improductivos.
Conviviendo con mi hijo adolescente
La llegada a la adolescencia suele despertar ciertos temores a los padres, ya que marca el fin de la infancia, una etapa en la que las situaciones eran más o menos conocidas y se creía que era “más fácil” criar a los hijos. El crecimiento del hijo conlleva cambios en los padres, de función y de lugar, ya que no es lo mismo ser padre de un niño que de un adolescente. También la organización familiar entra en esta crisis, donde el escenario se conmociona, tambalean las costumbres y la forma de relacionarse, donde los padres tendrán que recrear su lugar con respecto a su pareja, a ellos mismos y a los demás miembros de la familia.
La relación paterno-filiar, es un proceso que se va construyendo a través de los años y comienza aun antes del nacimiento del hijo. Implica una gran responsabilidad de los padres, son ellos los que tienen que trabajar en esta relación brindándole a su hijo, el espacio, el tiempo y la atención para que el vínculo sea armonioso, pueda crecer y ser permeable a las vicisitudes y cambios que implica el vivir.
Los cambios muchas veces suelen comenzar a manifestarse en la cotidianeidad, en gestos, actitudes, contestaciones y sobre todo el silencio que implica angustia e impotencia, tanto para los padres como para los hijos.
Es en este momento que el adolescente empieza a desprenderse, separarse de sus padres, idealizados desde la niñez y que ahora son cuestionados y juzgados. Pero la desidealización es de ambas partes, los padres a veces se decepcionan de su hijo y a su vez el hijo de ellos, el desencanto es mutuo. Tienen otras expectativas acerca él que no se cumplen, esperan que este adolescente se acerque más a su ideal de hijo, en cambio se encuentran con un joven que no comprenden , no saben que le pasa y como manejarlo. La ignorancia, el desconocimiento recíproco, caracteriza la compleja relación padre-adolescente. El adolescente se queja de que sus padres no lo entienden, siendo que él a su vez no sabe que quiere, quien es y a donde quiere ir.
Muchos adultos desconocen que le pasa a un adolescente y se alarman o asustan cuando su hijo tiene actitudes que son propias de esa edad. Esto se evidencia cuando se quejan que su hijo está cambiando, que “está raro”, ya no les cuenta “todo”, está muy callado, prefiere encerrarse en su cuarto solo, por ejemplo.
Es en la intimidad del hogar donde se cristaliza el desencuentro y el no reconocimiento de padres e hijos. Los adultos ven a ese chico como un extraño conocido, es su hijo con otro cuerpo y otras actitudes, otros pensamientos, otros gustos, es él pero es otro. Así escuchamos decir: “donde habrá sacado esas ideas”, “donde habrá aprendido eso”, “no parece mi hijo”.
Surgen las peleas, los malos entendidos y la comunicación se hace muy difícil. Muchas veces el adolescente se siente desamparado y solo.
En la infancia las relaciones padres-hijo están regladas por un pacto generacional, cuya características es la asimetría, en el cual hay una diferencia de poder y de saber en la cual el adulto se hace cargo del menor. Este le debe obediencia, son los padres los que le imponen su criterio y sus reglas.
Pero es en la adolescencia donde este pacto comienza a resquebrajarse, a complicarse ya que el adolescente empieza a tener sus propias ideas, pensamientos, actitudes que los distancian de sus padres. Es el pasaje del pacto al contrato, que va a posibilitar un clima de diálogo y acuerdos. El contrato en el que la relación deja de ser vertical para convertirse en horizontal e igualitaria, ambos tienen derechos, responsabilidades y obligaciones, y que posibilita la apertura al debate. Si bien el adolescente puede exponer sus ideas y es importante que los adultos los escuchen, esto no implica que los adolescentes impongan su voluntad. Es importante que se trate de construir un espacio para la negociación, en el que los términos sean revisados o cuestionados cuando sea necesario. Este es un momento para reinventar los lazos que unen a padres e hijos, para restablecer el diálogo perdido, para posibilitar la historización de esta relación, recordar la historia que tienen en común que es importante rescatar. Volver a reconocerse a partir del recuerdo de las vivencias compartidas.
Una manera de promover la comunicación es buscar, estar atento a los momentos en que el adolescente quiera hablar, escuchándolo, haciendo comentarios breves, como al pasar. Si los padres los inundan con sus preguntas y sermones, probablemente su hijo se retraiga y todo intento de conversación quede interrumpido. Es prioritario respetar los silencios del adolescente.
Es fundamental que el padre le permita a su hijo actuar por sí mismo en la medida de sus posibilidades, en aquellas cosas que va pudiendo hacer; y acompañarlo en aquello para lo cual no está preparado.
Una de las cuestiones principales es que los padres sean coherentes entre su decir y su hacer, su hijo los estará observando atentamente.
La relación paterno-filiar, es un proceso que se va construyendo a través de los años y comienza aun antes del nacimiento del hijo. Implica una gran responsabilidad de los padres, son ellos los que tienen que trabajar en esta relación brindándole a su hijo, el espacio, el tiempo y la atención para que el vínculo sea armonioso, pueda crecer y ser permeable a las vicisitudes y cambios que implica el vivir.
Los cambios muchas veces suelen comenzar a manifestarse en la cotidianeidad, en gestos, actitudes, contestaciones y sobre todo el silencio que implica angustia e impotencia, tanto para los padres como para los hijos.
Es en este momento que el adolescente empieza a desprenderse, separarse de sus padres, idealizados desde la niñez y que ahora son cuestionados y juzgados. Pero la desidealización es de ambas partes, los padres a veces se decepcionan de su hijo y a su vez el hijo de ellos, el desencanto es mutuo. Tienen otras expectativas acerca él que no se cumplen, esperan que este adolescente se acerque más a su ideal de hijo, en cambio se encuentran con un joven que no comprenden , no saben que le pasa y como manejarlo. La ignorancia, el desconocimiento recíproco, caracteriza la compleja relación padre-adolescente. El adolescente se queja de que sus padres no lo entienden, siendo que él a su vez no sabe que quiere, quien es y a donde quiere ir.
Muchos adultos desconocen que le pasa a un adolescente y se alarman o asustan cuando su hijo tiene actitudes que son propias de esa edad. Esto se evidencia cuando se quejan que su hijo está cambiando, que “está raro”, ya no les cuenta “todo”, está muy callado, prefiere encerrarse en su cuarto solo, por ejemplo.
Es en la intimidad del hogar donde se cristaliza el desencuentro y el no reconocimiento de padres e hijos. Los adultos ven a ese chico como un extraño conocido, es su hijo con otro cuerpo y otras actitudes, otros pensamientos, otros gustos, es él pero es otro. Así escuchamos decir: “donde habrá sacado esas ideas”, “donde habrá aprendido eso”, “no parece mi hijo”.
Surgen las peleas, los malos entendidos y la comunicación se hace muy difícil. Muchas veces el adolescente se siente desamparado y solo.
En la infancia las relaciones padres-hijo están regladas por un pacto generacional, cuya características es la asimetría, en el cual hay una diferencia de poder y de saber en la cual el adulto se hace cargo del menor. Este le debe obediencia, son los padres los que le imponen su criterio y sus reglas.
Pero es en la adolescencia donde este pacto comienza a resquebrajarse, a complicarse ya que el adolescente empieza a tener sus propias ideas, pensamientos, actitudes que los distancian de sus padres. Es el pasaje del pacto al contrato, que va a posibilitar un clima de diálogo y acuerdos. El contrato en el que la relación deja de ser vertical para convertirse en horizontal e igualitaria, ambos tienen derechos, responsabilidades y obligaciones, y que posibilita la apertura al debate. Si bien el adolescente puede exponer sus ideas y es importante que los adultos los escuchen, esto no implica que los adolescentes impongan su voluntad. Es importante que se trate de construir un espacio para la negociación, en el que los términos sean revisados o cuestionados cuando sea necesario. Este es un momento para reinventar los lazos que unen a padres e hijos, para restablecer el diálogo perdido, para posibilitar la historización de esta relación, recordar la historia que tienen en común que es importante rescatar. Volver a reconocerse a partir del recuerdo de las vivencias compartidas.
Una manera de promover la comunicación es buscar, estar atento a los momentos en que el adolescente quiera hablar, escuchándolo, haciendo comentarios breves, como al pasar. Si los padres los inundan con sus preguntas y sermones, probablemente su hijo se retraiga y todo intento de conversación quede interrumpido. Es prioritario respetar los silencios del adolescente.
Es fundamental que el padre le permita a su hijo actuar por sí mismo en la medida de sus posibilidades, en aquellas cosas que va pudiendo hacer; y acompañarlo en aquello para lo cual no está preparado.
Una de las cuestiones principales es que los padres sean coherentes entre su decir y su hacer, su hijo los estará observando atentamente.
Familia y adolescencia
Dentro del torbellino de los cambios sociales la familia aún se sostiene y perdura. Pero la actual es muy diferente a la familia tradicional del pasado, en la que las estructuras eran muy rígidas y había poco margen para el movimiento.
Las transformaciones fueron acompasadas por el debilitamiento de la autoridad paterna y el cambio de rol de la mujer, que pudo tomar el control de su cuerpo, pudiendo diferenciar sexualidad y maternidad y saliendo del hogar hacia el mercado del trabajo.
En poco tiempo la familia tuvo que flexibilizarse ante la irrupción de diferentes situaciones marcadas por cambios sucedidos en el mundo laboral, científico-tecnológico, mediático, informático, en el sistema de valores, político y de creencias. Esta coyuntura tan inestable y vertiginosa impacta en el corazón de la familia y cada una reaccionará de acuerdo con su dinámica interna para enfrentarse al conflicto que le toque atravesar.
Para pensar una definición de familia hoy, tendríamos que poner el acento en las funciones más que en los roles tradicionales de mamá o papá, en quien ocupa ese lugar y está ejerciendo la función paterna o materna. Teniendo en cuenta las nuevas formas de familia, podríamos redefinirla como la relación asimétrica entre por lo menos dos personas un adulto que cuenta con más recursos y el niño que demanda protección.
La característica natural de la relación entre padres e hijos es la asimetría (S. Bleichmar); esto significa que hay diferencia de poder y de saber o capacidad simbólica, en la cual el adulto se hacer cargo del menor. Pero ejercer la asimetría no significa poner el acento en el poder o en modelos autoritarios, sino en la obligación del padre respecto de su hijo. La asimetría tiene que ver más con la función del adulto, y con la responsabilidad que este tiene frente a sus hijos. Ya que poder y responsabilidad pueden estar en franca oposición. Y muchas veces ocurre que un padre usa arbitrariamente el poder que la paternidad le confiere para desrresponsabilizarse de su hijo, y no cumplir con sus funciones de cuidado y responsabilidad de su chico.
En relación a las funciones parentales, dice S. Bleichmar: “lo más importante es que el niño sea cuidado, que haya un proyecto para ese niño y en tercer lugar que no sea usado como objeto sino concebido como sujeto”. Sujeto en el sentido en que el hijo no está para satisfacer a los padres en sus deseos y expectativas, ni para cubrir sus vacíos emocionales, ni para acompañar a padres solitarios, ni para responder a los mandatos familiares. Sino fundamentalmente tienen que tener la libertad de crecer según sus deseos y sus potencialidades.
La función de los padres es fundamental en la formación de los hijos, que desde pequeños tienen que ir internalizando marcos de referencia como portadores de sentidos, que le trasmitan los modos de hacer las cosas, las formas de pensar y de sentir, las maneras de ver el mundo. Necesitan de un adulto ordenador que le trasmita las normas, la ley, los valores, los
códigos, que van a posibilitar constituirse como persona y prepararse para vivir en sociedad.
Cuando los hijos llegan a la adolescencia, la tarea fundamental que deberán realizar, es la separación con sus padres, para poder constituirse como sujeto independiente, necesitan discriminarse, apartarse de las figuras paternas, tolerar sentirse huérfano un tiempo. El alejamiento de los lazos parentales, el transito de lo familiar y conocido a lo extrafamiliar con la aparición de otros lugares, diferentes que les posibiliten la creación de su propio espacio. Tarea dolorosa tanto para el hijo como para los padres, ya que les implica, entre otras, una renuncia a la posesión del hijo niño, posibilitando o no, la manera en que el adolescente sale de su núcleo familiar y como ingresa en la vida social.
La forma en que se realice esta separación, cómo sea esta relación padre- hijo, la capacidad de flexibilización y adaptación a esta nueva realidad imprimirá un sello particular a este proceso. Camino que puede parecer sinuoso, pero es necesario recorrerlo y poder llegar al final habiendo construido una relación adulta y respetuosa. Muchas veces esta separación no se puede concretar y la relación queda cristalizada en una infancia eterna.
Parte de esto tiene que ver con la determinación de los padres a aceptar estos cambios del proceso adolescente, quedar destituidos del lugar de padres ideales de la infancia y la disposición a permitirle una apertura para que su hijo pueda tener la oportunidad de comenzar a construir su propio destino.
Poco tiempo atrás, la familia era el agente privilegiado de subjetivación, de socialización y de transmisión de los conocimientos, ya que los padres detentaban el saber. Situación que es trastocada con la invasión generalizada y paulatina de la cultura de los medios masivos de comunicación, relegando a los padres en el papel de mediador y metabolizador del discurso mediático. Son los medios los que penetran en el hogar trasformándose en fuente de conocimiento, instalando modelos y nuevos paradigmas sobre la realidad. Este desarrollo vertiginoso y consumista, evita que la información que se trasmite pueda ser analizada y procesada y que puedan generarse pensamientos alternativos. Muchos padres se sienten opacados, excluidos e impotentes ante este avance cultural y muchas veces no poseen las herramientas necesarias para engancharse al tren de las nuevas tecnologías.
Son diversas, novedosas y complejas las problemáticas que se van dibujando en las organizaciones familiares, que merecen nuestra atención y reflexión tendiente a buscar su fortalecimiento para que puedan brindar a sus miembros las herramientas necesarias para poder afrontar a una sociedad cada vez más deshumanizada y hostil.
Las transformaciones fueron acompasadas por el debilitamiento de la autoridad paterna y el cambio de rol de la mujer, que pudo tomar el control de su cuerpo, pudiendo diferenciar sexualidad y maternidad y saliendo del hogar hacia el mercado del trabajo.
En poco tiempo la familia tuvo que flexibilizarse ante la irrupción de diferentes situaciones marcadas por cambios sucedidos en el mundo laboral, científico-tecnológico, mediático, informático, en el sistema de valores, político y de creencias. Esta coyuntura tan inestable y vertiginosa impacta en el corazón de la familia y cada una reaccionará de acuerdo con su dinámica interna para enfrentarse al conflicto que le toque atravesar.
Para pensar una definición de familia hoy, tendríamos que poner el acento en las funciones más que en los roles tradicionales de mamá o papá, en quien ocupa ese lugar y está ejerciendo la función paterna o materna. Teniendo en cuenta las nuevas formas de familia, podríamos redefinirla como la relación asimétrica entre por lo menos dos personas un adulto que cuenta con más recursos y el niño que demanda protección.
La característica natural de la relación entre padres e hijos es la asimetría (S. Bleichmar); esto significa que hay diferencia de poder y de saber o capacidad simbólica, en la cual el adulto se hacer cargo del menor. Pero ejercer la asimetría no significa poner el acento en el poder o en modelos autoritarios, sino en la obligación del padre respecto de su hijo. La asimetría tiene que ver más con la función del adulto, y con la responsabilidad que este tiene frente a sus hijos. Ya que poder y responsabilidad pueden estar en franca oposición. Y muchas veces ocurre que un padre usa arbitrariamente el poder que la paternidad le confiere para desrresponsabilizarse de su hijo, y no cumplir con sus funciones de cuidado y responsabilidad de su chico.
En relación a las funciones parentales, dice S. Bleichmar: “lo más importante es que el niño sea cuidado, que haya un proyecto para ese niño y en tercer lugar que no sea usado como objeto sino concebido como sujeto”. Sujeto en el sentido en que el hijo no está para satisfacer a los padres en sus deseos y expectativas, ni para cubrir sus vacíos emocionales, ni para acompañar a padres solitarios, ni para responder a los mandatos familiares. Sino fundamentalmente tienen que tener la libertad de crecer según sus deseos y sus potencialidades.
La función de los padres es fundamental en la formación de los hijos, que desde pequeños tienen que ir internalizando marcos de referencia como portadores de sentidos, que le trasmitan los modos de hacer las cosas, las formas de pensar y de sentir, las maneras de ver el mundo. Necesitan de un adulto ordenador que le trasmita las normas, la ley, los valores, los
códigos, que van a posibilitar constituirse como persona y prepararse para vivir en sociedad.
Cuando los hijos llegan a la adolescencia, la tarea fundamental que deberán realizar, es la separación con sus padres, para poder constituirse como sujeto independiente, necesitan discriminarse, apartarse de las figuras paternas, tolerar sentirse huérfano un tiempo. El alejamiento de los lazos parentales, el transito de lo familiar y conocido a lo extrafamiliar con la aparición de otros lugares, diferentes que les posibiliten la creación de su propio espacio. Tarea dolorosa tanto para el hijo como para los padres, ya que les implica, entre otras, una renuncia a la posesión del hijo niño, posibilitando o no, la manera en que el adolescente sale de su núcleo familiar y como ingresa en la vida social.
La forma en que se realice esta separación, cómo sea esta relación padre- hijo, la capacidad de flexibilización y adaptación a esta nueva realidad imprimirá un sello particular a este proceso. Camino que puede parecer sinuoso, pero es necesario recorrerlo y poder llegar al final habiendo construido una relación adulta y respetuosa. Muchas veces esta separación no se puede concretar y la relación queda cristalizada en una infancia eterna.
Parte de esto tiene que ver con la determinación de los padres a aceptar estos cambios del proceso adolescente, quedar destituidos del lugar de padres ideales de la infancia y la disposición a permitirle una apertura para que su hijo pueda tener la oportunidad de comenzar a construir su propio destino.
Poco tiempo atrás, la familia era el agente privilegiado de subjetivación, de socialización y de transmisión de los conocimientos, ya que los padres detentaban el saber. Situación que es trastocada con la invasión generalizada y paulatina de la cultura de los medios masivos de comunicación, relegando a los padres en el papel de mediador y metabolizador del discurso mediático. Son los medios los que penetran en el hogar trasformándose en fuente de conocimiento, instalando modelos y nuevos paradigmas sobre la realidad. Este desarrollo vertiginoso y consumista, evita que la información que se trasmite pueda ser analizada y procesada y que puedan generarse pensamientos alternativos. Muchos padres se sienten opacados, excluidos e impotentes ante este avance cultural y muchas veces no poseen las herramientas necesarias para engancharse al tren de las nuevas tecnologías.
Son diversas, novedosas y complejas las problemáticas que se van dibujando en las organizaciones familiares, que merecen nuestra atención y reflexión tendiente a buscar su fortalecimiento para que puedan brindar a sus miembros las herramientas necesarias para poder afrontar a una sociedad cada vez más deshumanizada y hostil.
Adolescencia y Educación
Freud hablaba de tres oficios imposibles: curar, gobernar y educar. Muchos cambios sucedieron en los últimos tiempos que acentuaron la complejidad de la educación. Esta, perdió valoración social y prestigio, los docentes perdieron jerarquía. La influencia de la cultura del consumismo en la que hay que tener para poder ser, en la que se desprecian los valores que antes nos sostenían. Cultura sin barreras, de la ilusión de libertad desenfrenada, del no límite, cuando es la tarea de la educación, domesticar las pulsiones, renunciar a ciertas satisfacciones inmediatas en pos de una ganancia posterior. Además la importancia de los límites, tiene que ver con la constitución subjetiva del adolescente, con limitar su omnipotencia infantil, que vaya incorporando que la realidad no va a se siempre como el quiere, no va a poder hacer siempre lo que el desea. De esta manera va incorporando la tolerancia a la frustración, que tanto lo va a ayudar como adulto futuro. Para esto también es fundamental que el adolescente comience a conocer cuáles son sus propios límites, a aprender a ser tolerante, a desarrollar la capacidad de espera y de esfuerzo, actitudes necesarias para poder construir su propio proyecto, con metas a mediano y largo plazo.
El comienzo de la pubertad que coincide con el comienzo del secundario, marca un cambio importante para padres e hijos. Hay un cambio en esta relación y en la función y rol que hasta el momento ejercían los padres. Pero es necesario que estos estén presentes sosteniendo al adolescente, como un marco permanente de referencia y contención.
¿Cómo pensar la escuela secundaria, a pesar de todo? ¿Cómo pensar su función? Cuando está fuertemente exigida y demandada y ha quedado prácticamente como única cabeza visible de un estado fantasma.
La escuela tiene como función fundamental, la producción de subjetividades, esto tiene que ver con la formación de sujetos, con brindar herramientas para su socialización y su preparación para la vida. No se trata solo, de la transmisión, el acopio de conocimientos, que hoy pueden ser obtenidos por los avances en la ciencia y la tecnología, sino de posibilitar la apertura del pensamiento simbólico.
La adolescencia es un momento de gran fragilidad y vulnerabilidad, donde el adolescente, deberá poner en cuestión todo lo familiar y buscar otros modelos, otros ideales con los que pueda sostenerse. En esta cultura del postmodernismo los adolescentes no encuentran modelos adultos con los cuales identificarse. Antes era la figura del docente, como subrogado paterno, la que les permitía idealizar, tomar ciertos rasgos, admirar y confrontar. Hoy el docente tiene dificultades para asumir su autoridad, se encuentra en un lugar descalificado, no respetado y más expuesto. Esta imagen devaluada está avalada no solo por nuestra sociedad, sino además por los mismos padres que depositan a sus hijos bajo el cuidado y la responsabilidad de esos mismos docentes.
Muchas veces el adolescente no es tenido en cuenta como un sujeto, sino como un objeto, como un chico problema, pre-juzgado de antemano y no pudiendo sustraerse a esa etiqueta, queda mal mirado, atrapado en ese lugar.
¿Es posible que los adolescentes tengan deseos de aprender, cuando sus padres no le trasmiten el valor al saber y no confían en quienes son sus maestros?.
El proceso educativo se puede llevar a cabo si el alumno confía en el docente, si hay una valoración de la palabra del otro.
Es fundamental recuperar la idea de un futuro posible, la confianza en nuestra capacidad de cambio, para que la vida tenga sentido. Abrir espacio a la creatividad, a los proyectos, los sueños y anhelos, sin los cuales el presente carece de sentido. Sino nos quedamos pegados a la inmediatez, a lo puramente autoconservativo, nos limitamos a sobrevivir.
Cada uno en nuestro lugar y en nuestra función podemos reflexionar y hacernos responsables, posibilitando una realidad diferente para todos.
El comienzo de la pubertad que coincide con el comienzo del secundario, marca un cambio importante para padres e hijos. Hay un cambio en esta relación y en la función y rol que hasta el momento ejercían los padres. Pero es necesario que estos estén presentes sosteniendo al adolescente, como un marco permanente de referencia y contención.
¿Cómo pensar la escuela secundaria, a pesar de todo? ¿Cómo pensar su función? Cuando está fuertemente exigida y demandada y ha quedado prácticamente como única cabeza visible de un estado fantasma.
La escuela tiene como función fundamental, la producción de subjetividades, esto tiene que ver con la formación de sujetos, con brindar herramientas para su socialización y su preparación para la vida. No se trata solo, de la transmisión, el acopio de conocimientos, que hoy pueden ser obtenidos por los avances en la ciencia y la tecnología, sino de posibilitar la apertura del pensamiento simbólico.
La adolescencia es un momento de gran fragilidad y vulnerabilidad, donde el adolescente, deberá poner en cuestión todo lo familiar y buscar otros modelos, otros ideales con los que pueda sostenerse. En esta cultura del postmodernismo los adolescentes no encuentran modelos adultos con los cuales identificarse. Antes era la figura del docente, como subrogado paterno, la que les permitía idealizar, tomar ciertos rasgos, admirar y confrontar. Hoy el docente tiene dificultades para asumir su autoridad, se encuentra en un lugar descalificado, no respetado y más expuesto. Esta imagen devaluada está avalada no solo por nuestra sociedad, sino además por los mismos padres que depositan a sus hijos bajo el cuidado y la responsabilidad de esos mismos docentes.
Muchas veces el adolescente no es tenido en cuenta como un sujeto, sino como un objeto, como un chico problema, pre-juzgado de antemano y no pudiendo sustraerse a esa etiqueta, queda mal mirado, atrapado en ese lugar.
¿Es posible que los adolescentes tengan deseos de aprender, cuando sus padres no le trasmiten el valor al saber y no confían en quienes son sus maestros?.
El proceso educativo se puede llevar a cabo si el alumno confía en el docente, si hay una valoración de la palabra del otro.
Es fundamental recuperar la idea de un futuro posible, la confianza en nuestra capacidad de cambio, para que la vida tenga sentido. Abrir espacio a la creatividad, a los proyectos, los sueños y anhelos, sin los cuales el presente carece de sentido. Sino nos quedamos pegados a la inmediatez, a lo puramente autoconservativo, nos limitamos a sobrevivir.
Cada uno en nuestro lugar y en nuestra función podemos reflexionar y hacernos responsables, posibilitando una realidad diferente para todos.
Hablemos de…. El Por-venir del adolescente
El último año de la secundaria es muy especial, marca el fin de una etapa, y despierta muchas emociones y pensamientos contradictorios en los adolescentes. Muchos protestan acerca de la escuela, que no la toleran, que es aburrida, que no sirve para nada, que no ven la hora de que esta pesadilla termine. Pero también aparecen otros sentimientos que tienen que ver con valorar su lugar de pertenencia y que tienen que abandonar. Entonces se los escucha decir que, a pesar de todo, quieren a esa institución en la que estuvieron creciendo todos estos años, que hay cosas que ya no las van a poder hacer en otro lado, que se divierten en la escuela, que muchos profesores marcaron un poco su vida, que les gustaría detener el tiempo en este año. Aparece el “comenzar” a extrañar algo que se está empezando a “perder”. Y sobre todo es el momento de tomar una decisión acerca de que camino tomar en la vida. Decisión muy difícil de afrontar en un tiempo donde el adolescente se está haciendo muchas preguntas y todavía está buscando sus propias respuestas. Tiempo cronológico impuesto del afuera que muchas veces no coincide con el tiempo lógico, interno del adolescente, que no está preparado para concretar una elección, que se puede tomar muy dramáticamente tanto para el adolescente, como para su familia, si se piensa que es definitiva y para toda la vida. Si bien es el inaugural en importancia, es la primera de una larga serie que se sucederá en su camino, y es muy amplia y compleja ya que implica también definir valores personales, sus relaciones con los otros, lo que representa el trabajo y el estudio, proyectos afectivos, vivir de determinada forma, por ejemplo.
Si bien estamos inmersos en la cultura del puro presente en la que el pasado ya fue y el futuro se vislumbra tan incierto que a veces nos encontramos pensando: ¿el futuro es posible?. Es importante reflexionar sobre las cuestiones fundamentales que condicionan al joven sobre su porvenir.
Para saber a donde va o a donde quiere ir es necesario que el adolescente conozca su pasado, sus orígenes. Es conveniente rescatar al pasado, como el piso consistente, como los cimientos que le permiten afirmarse en su presente para poder proyectar un futuro. Ese pasado, que es parte de su historia, es importante que se construya, quedando en la memoria, según dice Pierra Aulagnier, como resguardando al sujeto, como una garantía para que este no se pierda ante los tumultuosos cambios que van a venir. Solo a partir de la elaboración de su pasado, el adolescente puede empezar a crear un espacio que le permita pensarse, representarse, imaginarse de otra manera siendo el mismo; para construir su propio proyecto futuro.
La sociedad actual de la era del postmodernismo, que deja muy atrás la idea del progreso posible e instala la de un futuro muy incierto, casi imposible: “no hay futuro” Era donde se desprecian los valores abstractos que antes nos sostenían. Y en cambio, aparecen como fundamentales, otros “valores”, donde se rinde culto al dinero, los bienes materiales, los objetos y los atributos relacionados a esto, como el éxito y el poder. Donde se corre ciegamente hacia el consumo, el confort, la satisfacción urgente, la importancia de lograr y mantener un cuerpo joven y bello a cualquier costo. Y donde todo se debe lograr fácilmente, mágicamente, inmediatamente. Ideales que marcan que el camino para ser en esta sociedad es a través del tener, sino se tiene no se es nada.
Esta sociedad trasformó la adolescencia en un estado especial solo para los sectores más privilegiados, ya que los marginados quedan totalmente excluidos, sin lugar para ellos. Así, la adolescencia de ser una etapa, un lugar de paso hacia la adultez, se convirtió en un estado, un estado glorioso e ideal, donde todos quieren estar y no salir de él. Estado, muy conveniente para la economía de mercado, que promete un ficticio placer. Un estado casi ideal, una mezcla de los privilegios de la infancia con la libertad de los adultos, evitando las responsabilidades y viviendo el momento. Se toma como modelo a la adolescencia, no solo en su juventud, su forma de vestir y actuar sino los conflictos propios de ella. Cultura del consumismo que envía mensajes contradictorios, ya que por un lado hay que ser exitoso y por el otro los jóvenes no encuentran lugar en el mundo del trabajo. Como los adolescentes no pueden vislumbrar metas posibles a largo o mediano plazo, ponen todas sus expectativas en el disfrute del hoy y en su cuerpo. Se muestran apáticos, sin ideales colectivos, en ellos no existe la idea de cambiar el mundo, se conforman con objetivos individuales y de corto alcance.
Si al futuro se lo muestra desesperanzador, esto nos deja a todos sin confianza en el por-venir, en una posición impotente y de mucho empobrecimiento subjetivo. Si no hay un futuro que garantice que parte de nuestros esfuerzos van a ser recompensados, la vida queda reducida a un puro presente, atrapada en una supervivencia angustiante y sin salida.
Así muchos padres solo pueden pensar en que sus hijos no queden fuera del sistema económico, excluidos y de esta manera obturan la posibilidad que el adolescente pueda proyectarse, desarrollar sus potencialidades, su creatividad, permitirse desear y poder satisfacer sus necesidades de realización personal.
Nuestro desafío como sociedad es recuperar los ideales y valores del pasado que a pesar de todo aún siguen estando y poder transmitir a los jóvenes modelos que puedan dar algunas garantías futuras. Para reconstruir nuestra sociedad en la que podamos vivir dignamente debemos recuperar la confianza, la solidaridad, el respeto por el semejante, la idea de justicia, la cultura del esfuerzo, el estudio y el trabajo y así abrir paso a la esperanza de un mañana mejor para todos.
Si bien estamos inmersos en la cultura del puro presente en la que el pasado ya fue y el futuro se vislumbra tan incierto que a veces nos encontramos pensando: ¿el futuro es posible?. Es importante reflexionar sobre las cuestiones fundamentales que condicionan al joven sobre su porvenir.
Para saber a donde va o a donde quiere ir es necesario que el adolescente conozca su pasado, sus orígenes. Es conveniente rescatar al pasado, como el piso consistente, como los cimientos que le permiten afirmarse en su presente para poder proyectar un futuro. Ese pasado, que es parte de su historia, es importante que se construya, quedando en la memoria, según dice Pierra Aulagnier, como resguardando al sujeto, como una garantía para que este no se pierda ante los tumultuosos cambios que van a venir. Solo a partir de la elaboración de su pasado, el adolescente puede empezar a crear un espacio que le permita pensarse, representarse, imaginarse de otra manera siendo el mismo; para construir su propio proyecto futuro.
La sociedad actual de la era del postmodernismo, que deja muy atrás la idea del progreso posible e instala la de un futuro muy incierto, casi imposible: “no hay futuro” Era donde se desprecian los valores abstractos que antes nos sostenían. Y en cambio, aparecen como fundamentales, otros “valores”, donde se rinde culto al dinero, los bienes materiales, los objetos y los atributos relacionados a esto, como el éxito y el poder. Donde se corre ciegamente hacia el consumo, el confort, la satisfacción urgente, la importancia de lograr y mantener un cuerpo joven y bello a cualquier costo. Y donde todo se debe lograr fácilmente, mágicamente, inmediatamente. Ideales que marcan que el camino para ser en esta sociedad es a través del tener, sino se tiene no se es nada.
Esta sociedad trasformó la adolescencia en un estado especial solo para los sectores más privilegiados, ya que los marginados quedan totalmente excluidos, sin lugar para ellos. Así, la adolescencia de ser una etapa, un lugar de paso hacia la adultez, se convirtió en un estado, un estado glorioso e ideal, donde todos quieren estar y no salir de él. Estado, muy conveniente para la economía de mercado, que promete un ficticio placer. Un estado casi ideal, una mezcla de los privilegios de la infancia con la libertad de los adultos, evitando las responsabilidades y viviendo el momento. Se toma como modelo a la adolescencia, no solo en su juventud, su forma de vestir y actuar sino los conflictos propios de ella. Cultura del consumismo que envía mensajes contradictorios, ya que por un lado hay que ser exitoso y por el otro los jóvenes no encuentran lugar en el mundo del trabajo. Como los adolescentes no pueden vislumbrar metas posibles a largo o mediano plazo, ponen todas sus expectativas en el disfrute del hoy y en su cuerpo. Se muestran apáticos, sin ideales colectivos, en ellos no existe la idea de cambiar el mundo, se conforman con objetivos individuales y de corto alcance.
Si al futuro se lo muestra desesperanzador, esto nos deja a todos sin confianza en el por-venir, en una posición impotente y de mucho empobrecimiento subjetivo. Si no hay un futuro que garantice que parte de nuestros esfuerzos van a ser recompensados, la vida queda reducida a un puro presente, atrapada en una supervivencia angustiante y sin salida.
Así muchos padres solo pueden pensar en que sus hijos no queden fuera del sistema económico, excluidos y de esta manera obturan la posibilidad que el adolescente pueda proyectarse, desarrollar sus potencialidades, su creatividad, permitirse desear y poder satisfacer sus necesidades de realización personal.
Nuestro desafío como sociedad es recuperar los ideales y valores del pasado que a pesar de todo aún siguen estando y poder transmitir a los jóvenes modelos que puedan dar algunas garantías futuras. Para reconstruir nuestra sociedad en la que podamos vivir dignamente debemos recuperar la confianza, la solidaridad, el respeto por el semejante, la idea de justicia, la cultura del esfuerzo, el estudio y el trabajo y así abrir paso a la esperanza de un mañana mejor para todos.
Adolescencia: Pensando en un futuro
Si bien estamos inmersos en la cultura del puro presente en la que el pasado ya fue y el futuro se vislumbra tan incierto que a veces nos encontramos pensando: ¿el futuro es posible?. Es importante reflexionar sobre las cuestiones fundamentales que condicionan al joven sobre su porvenir.
Es necesario rescatar al pasado, como el piso consistente, como los cimientos que le permiten afirmarse en su presente para poder proyectar un futuro. Ese pasado, que es parte de su historia, es importante que se construya, quedando en la memoria, según Pierra Aulagnier, como resguardando al sujeto, como una garantía para que este no se pierda ante los tumultuosos cambios que van a venir. Solo a partir de la elaboración de su pasado, el adolescente puede empezar a crear un espacio que le permita pensarse, representarse, imaginarse de otra manera siendo el mismo; para construir su propio proyecto futuro. Para un adolescente definir el futuro no es sólo definir que elegir, sino fundamentalmente definir quien ser y al mismo tiempo quien no ser, es decir para saber que quiere hacer primero debe conocer quien se es y donde se desea llegar en todos los aspectos de la vida. Es definir valores personales, sus relaciones con los otros, lo que representa el trabajo y el estudio, proyectos afectivos, vivir de determinada forma, etc.
Si el joven siente que es el protagonista de su propia historia, va a tener posibilidades de realizar cambios, abrirse a otras perspectivas, o analizar los aspectos que no son satisfactorios para ver que se puede hacer con eso a pesar de que las circunstancias puedan ser adversas.
El adolescente deberá realizar ciertos desprendimientos, pérdidas que tienen que ver con el mundo infantil, con el niño que fue, con los ideales de la niñez y con los padres de la infancia. Tiempo de redefinición, de un gran trabajo psíquico, en el que el adolescente empieza a mirar fuera de su familia, buscando otros modelos, ideales, otras relaciones, otros soportes que le permitan abrirse, para comenzar a esbozar su propio camino. El adolescente se está buscando a sí mismo, y para poder encontrarse pondrá en cuestionamiento los decires, los pensamientos, los mandatos parentales, apareciendo la duda que interrogará a todo lo que hasta hace poco era una certeza.
Los padres transmiten todo un bagaje que incluye las expectativas y anhelos hacia sus hijos, valores, ideales, maneras de ver el mundo, etc.. Además en este momento los padres vuelven a vivenciar, a reeditar sus experiencias pasadas, sus elecciones vocacionales, sus renuncias, etc. A la vez que comienzan a percibir que están perdiendo ese hijo idealizado, que no va a ser su continuación indiferenciada o a reparar sus frustraciones, para dar paso a un hijo, que tiene deseos propios.
Todo este momento tan complejo y confuso se ve complicado por el contexto social actual, paradójico, desestabilizante, riesgoso, sin garantías ni modelos, que movilizan fuertemente a los adolescentes, quienes toman posiciones diferentes. Hay algunos que se sienten muy vulnerables y no apuestan a su futuro, se retiran de la lucha sin presentar batalla, por temor a equivocarse, a sentir mucho malestar o frustración. Otros que no pueden poner su interés en algún campo de conocimiento, dicen que quieren estudiar pero no saben que elegir, o porque les gusta todo o lo que lo mismo no les gusta nada. Otros que peregrinan de carrera en carrera buscando afuera su dificultad que es interna.
Hay otros que comienzan una carrera sin mucha convicción respondiendo a expectativas familiares y sociales y por lo tanto presentan variados problemas para sostenerla y para insertarse posteriormente en el mundo laboral.
Es decir hoy nos encontramos con jóvenes que más que desorientados tienen profundas dificultades para elegir y sostener una profesión. Y presentan diferentes sintomatologías: apatía, pasividad, desmotivación, indiferencia, dificultades de aprendizaje, problemas para concentrarse y organizarse en los estudios, falta de intereses vocacionales o fragilidad de los mismos, dificultades para rendir un examen, sobrexigencia interna, temor e inseguridad hacia el mundo exterior, desvalorización de los propios intereses, etc.
Tal vez tendríamos que comenzar a reflexionar sobre un futuro posible, pero diferente, con otro paradigma, en otra realidad y no pretender una elección vocacional definitiva a la manera tradicional, sino hablar de elecciones transitorias abiertas a nuevas posibilidades. Y pensar que sería importante desarrollar en los adolescentes sus recursos, sus potencialidades, la capacidad de ser flexible, que le permitirán adaptarse y enfrentarse a un contexto tan cambiante y vertiginoso.
Es necesario rescatar al pasado, como el piso consistente, como los cimientos que le permiten afirmarse en su presente para poder proyectar un futuro. Ese pasado, que es parte de su historia, es importante que se construya, quedando en la memoria, según Pierra Aulagnier, como resguardando al sujeto, como una garantía para que este no se pierda ante los tumultuosos cambios que van a venir. Solo a partir de la elaboración de su pasado, el adolescente puede empezar a crear un espacio que le permita pensarse, representarse, imaginarse de otra manera siendo el mismo; para construir su propio proyecto futuro. Para un adolescente definir el futuro no es sólo definir que elegir, sino fundamentalmente definir quien ser y al mismo tiempo quien no ser, es decir para saber que quiere hacer primero debe conocer quien se es y donde se desea llegar en todos los aspectos de la vida. Es definir valores personales, sus relaciones con los otros, lo que representa el trabajo y el estudio, proyectos afectivos, vivir de determinada forma, etc.
Si el joven siente que es el protagonista de su propia historia, va a tener posibilidades de realizar cambios, abrirse a otras perspectivas, o analizar los aspectos que no son satisfactorios para ver que se puede hacer con eso a pesar de que las circunstancias puedan ser adversas.
El adolescente deberá realizar ciertos desprendimientos, pérdidas que tienen que ver con el mundo infantil, con el niño que fue, con los ideales de la niñez y con los padres de la infancia. Tiempo de redefinición, de un gran trabajo psíquico, en el que el adolescente empieza a mirar fuera de su familia, buscando otros modelos, ideales, otras relaciones, otros soportes que le permitan abrirse, para comenzar a esbozar su propio camino. El adolescente se está buscando a sí mismo, y para poder encontrarse pondrá en cuestionamiento los decires, los pensamientos, los mandatos parentales, apareciendo la duda que interrogará a todo lo que hasta hace poco era una certeza.
Los padres transmiten todo un bagaje que incluye las expectativas y anhelos hacia sus hijos, valores, ideales, maneras de ver el mundo, etc.. Además en este momento los padres vuelven a vivenciar, a reeditar sus experiencias pasadas, sus elecciones vocacionales, sus renuncias, etc. A la vez que comienzan a percibir que están perdiendo ese hijo idealizado, que no va a ser su continuación indiferenciada o a reparar sus frustraciones, para dar paso a un hijo, que tiene deseos propios.
Todo este momento tan complejo y confuso se ve complicado por el contexto social actual, paradójico, desestabilizante, riesgoso, sin garantías ni modelos, que movilizan fuertemente a los adolescentes, quienes toman posiciones diferentes. Hay algunos que se sienten muy vulnerables y no apuestan a su futuro, se retiran de la lucha sin presentar batalla, por temor a equivocarse, a sentir mucho malestar o frustración. Otros que no pueden poner su interés en algún campo de conocimiento, dicen que quieren estudiar pero no saben que elegir, o porque les gusta todo o lo que lo mismo no les gusta nada. Otros que peregrinan de carrera en carrera buscando afuera su dificultad que es interna.
Hay otros que comienzan una carrera sin mucha convicción respondiendo a expectativas familiares y sociales y por lo tanto presentan variados problemas para sostenerla y para insertarse posteriormente en el mundo laboral.
Es decir hoy nos encontramos con jóvenes que más que desorientados tienen profundas dificultades para elegir y sostener una profesión. Y presentan diferentes sintomatologías: apatía, pasividad, desmotivación, indiferencia, dificultades de aprendizaje, problemas para concentrarse y organizarse en los estudios, falta de intereses vocacionales o fragilidad de los mismos, dificultades para rendir un examen, sobrexigencia interna, temor e inseguridad hacia el mundo exterior, desvalorización de los propios intereses, etc.
Tal vez tendríamos que comenzar a reflexionar sobre un futuro posible, pero diferente, con otro paradigma, en otra realidad y no pretender una elección vocacional definitiva a la manera tradicional, sino hablar de elecciones transitorias abiertas a nuevas posibilidades. Y pensar que sería importante desarrollar en los adolescentes sus recursos, sus potencialidades, la capacidad de ser flexible, que le permitirán adaptarse y enfrentarse a un contexto tan cambiante y vertiginoso.
Padres e hijos: Límites y Autoridad
Uno de los temas más conflictivos para los padres tiene que ver con la autoridad y los límites. El temor a la excesiva permisividad, cuando no hay autoridad y los límites no están fijados o lo están de una manera muy débil. O el otro extremo en el que se puede caer en el autoritarismo. A veces todo lo que es prohibición, límite, marcar caminos se lo significa negativamente y en forma automática sin reflexionar sobre el asunto.
La autoridad es un asunto complicado. Cuando es demasiado no se es soportable, el adolescente se siente asfixiado, sometido. Cuando no la hay, o es débil, se siente un poco abandonado, como si no se interesaran por él. Los adultos son una autoridad necesaria y su falta de sostén y de protección produce alteraciones en el proceso adolescente. Los adolescentes necesitan cuestionar la figura de los padres, pero que esta siga existiendo que no se quiebre. El adolescente sigue precisando de los roles paternos, sin confundirlos con los de padres- amigos, donde la función parental se desdibuja.
Quizás podríamos pensar el lugar de los padres como una presencia intermitente, es decir que estén presentes cuando el adolescente los necesita, como un marco de referencia permanente. Pero a la vez le den al hijo el suficiente lugar para que este pueda construir su propio espacio, su identidad, su personalidad.
Es importante establecer marcos de referencia, ya que estos establecen sentidos. La falta de un marco claro, aunque elástico dentro del cual moverse, manifestarse, aumenta las reacciones descontroladas y agresivas. Y estas actitudes son la expresión de un pedido de algún límite por parte del hijo, si se siente sin contención reclama de alguna manera algún límite.
Generaciones anteriores recibieron una educación muy rígida y rigurosa, con normas establecidas e inamovibles, sin tener posibilidad para la reflexión o el cuestionamiento. Fueron niños tratados como pequeños adultos, esperándose de ellos conductas adecuadas y siendo sancionados, muchas veces con severidad sino cumplían con lo estipulado.
Los padres de los adolescentes han rechazado sistemáticamente esta forma de educación, tratando de suavizar la vida de sus hijos, de evitarles los sacrificios, los esfuerzos y las dificultades, sin generar otra. Improvisan en la medida que es necesario, que la realidad lo impone, alguna pauta de conducta, a veces tardíamente, otras no es sostenida en el tiempo, quedando como diluida, sin efecto.
Estos adolescentes se encuentran con padres que tienen sus mismas dudas, no mantienen valores claros y comparten muchas veces sus mismos conflictos.
Ser padre significa dar afecto, contención, protección, trasmisión de valores y de conocimientos; a través de cierta distancia producida por la diferencia generacional. En cambio nos encontramos que muchas veces los padres se identifican con sus hijos tratando de vivir a imagen de ellos, compitiendo con ellos, lo cual crea una situación en que los adolescentes se ven obligados a actuar como adultos, sin serlo ni contar con las herramientas necesarias para su crecimiento.
¿Qué esperan los hijos de sus padres?
Que sean padres, que asuman su paternidad y pongan límites.
La autoridad es un asunto complicado. Cuando es demasiado no se es soportable, el adolescente se siente asfixiado, sometido. Cuando no la hay, o es débil, se siente un poco abandonado, como si no se interesaran por él. Los adultos son una autoridad necesaria y su falta de sostén y de protección produce alteraciones en el proceso adolescente. Los adolescentes necesitan cuestionar la figura de los padres, pero que esta siga existiendo que no se quiebre. El adolescente sigue precisando de los roles paternos, sin confundirlos con los de padres- amigos, donde la función parental se desdibuja.
Quizás podríamos pensar el lugar de los padres como una presencia intermitente, es decir que estén presentes cuando el adolescente los necesita, como un marco de referencia permanente. Pero a la vez le den al hijo el suficiente lugar para que este pueda construir su propio espacio, su identidad, su personalidad.
Es importante establecer marcos de referencia, ya que estos establecen sentidos. La falta de un marco claro, aunque elástico dentro del cual moverse, manifestarse, aumenta las reacciones descontroladas y agresivas. Y estas actitudes son la expresión de un pedido de algún límite por parte del hijo, si se siente sin contención reclama de alguna manera algún límite.
Generaciones anteriores recibieron una educación muy rígida y rigurosa, con normas establecidas e inamovibles, sin tener posibilidad para la reflexión o el cuestionamiento. Fueron niños tratados como pequeños adultos, esperándose de ellos conductas adecuadas y siendo sancionados, muchas veces con severidad sino cumplían con lo estipulado.
Los padres de los adolescentes han rechazado sistemáticamente esta forma de educación, tratando de suavizar la vida de sus hijos, de evitarles los sacrificios, los esfuerzos y las dificultades, sin generar otra. Improvisan en la medida que es necesario, que la realidad lo impone, alguna pauta de conducta, a veces tardíamente, otras no es sostenida en el tiempo, quedando como diluida, sin efecto.
Estos adolescentes se encuentran con padres que tienen sus mismas dudas, no mantienen valores claros y comparten muchas veces sus mismos conflictos.
Ser padre significa dar afecto, contención, protección, trasmisión de valores y de conocimientos; a través de cierta distancia producida por la diferencia generacional. En cambio nos encontramos que muchas veces los padres se identifican con sus hijos tratando de vivir a imagen de ellos, compitiendo con ellos, lo cual crea una situación en que los adolescentes se ven obligados a actuar como adultos, sin serlo ni contar con las herramientas necesarias para su crecimiento.
¿Qué esperan los hijos de sus padres?
Que sean padres, que asuman su paternidad y pongan límites.
Hablemos de los LÍMITES .....
Ya nadie discute que los niños y los adolescentes necesitan límites, y si no los tienen los piden, expresando este pedido de diferentes maneras, con rebeldías, caprichos, violencia, etc. Para los hijos es una carga muy pesada que sus padres no le pongan los límites necesarios, ya que los dejan librados a buscar sus propios límites, a autolimitarse, y aún no cuentan con las herramientas para hacerlo.
¿Porqué es tan difícil para los adultos el tema de los límites? ¿Qué es lo que causa tanta preocupación y angustia en los padres?. Evidentemente no es tarea sencilla, ya que el tema de los límites es complejo y no se reduce a la prohibición y al no.
Desde pequeños los chicos tienen que ir internalizando marcos de referencia como portadores de sentidos, necesitan de un adulto ordenador que le transmita las normas, la ley, los valores, los códigos, que van a posibilitar constituirse como persona y prepararse para convivir en sociedad.
Para que los padres puedan brindarle a sus hijos todo este bagaje posibilitador de una ética de vida, es necesario que ellos mismos sean respetuosos de sus hijos. Entendiendo por respeto como la capacidad de ver a una persona tal cual es, reconocerla como otra diferente a uno, no como yo quiero o me conviene que sea. Por lo tanto, poner límites a la propia expectativa que se tiene del hijo.
Los límites tienen que ver con la posibilidad de crecimiento. Hay mucha dificultad de los padres, ya sea por no saber donde están parados y cual es su rol, por miedo, inseguridad, impotencia o culpa. Además establecer los límites implica reflexionar en relación a un abanico de posibilidades: la edad del hijo, el momento que atraviesa, la situación en la que se encuentra, cuales límites los protegen y cuales los coartan, cuales si y cuales no, cuando ponerlos y hasta donde, etc. El tema se complejiza ya que depende de la subjetividad del padre, de su historia personal, de cómo es cada uno, de la relación que tiene con su hijo, de la historia familiar, de la sociedad en la que vivimos, y no se pueden establecer como mandatos uniformes.
La importancia de los límite, de la aceptación del no, tiene que ver con la constitución subjetiva del hijo, con limitar su omnipotencia infantil, que desde chico vaya incorporando que la realidad no va a se siempre como el quiere, no va a poder hacer siempre lo que el desea. De esta manera va incorporando la tolerancia a la frustración, que tanto lo va a ayudar como adulto futuro. Para esto también es fundamental que el adolescente comience a conocer cuáles son sus propios límites, a aprender a ser tolerante, a desarrollar la capacidad de espera y de esfuerzo, actitudes necesarias para poder construir su propio proyecto, con metas a mediano y largo plazo.
La presencia de los padres siempre es importante, como sostenedora en la niñez y como acompañante en la adolescencia, brindándole un espacio de libertad para que su hijo pueda preguntarse ¿Quién soy?. Pudiendo armar en conjunto un espacio de intercambio diferente.
¿Porqué es tan difícil para los adultos el tema de los límites? ¿Qué es lo que causa tanta preocupación y angustia en los padres?. Evidentemente no es tarea sencilla, ya que el tema de los límites es complejo y no se reduce a la prohibición y al no.
Desde pequeños los chicos tienen que ir internalizando marcos de referencia como portadores de sentidos, necesitan de un adulto ordenador que le transmita las normas, la ley, los valores, los códigos, que van a posibilitar constituirse como persona y prepararse para convivir en sociedad.
Para que los padres puedan brindarle a sus hijos todo este bagaje posibilitador de una ética de vida, es necesario que ellos mismos sean respetuosos de sus hijos. Entendiendo por respeto como la capacidad de ver a una persona tal cual es, reconocerla como otra diferente a uno, no como yo quiero o me conviene que sea. Por lo tanto, poner límites a la propia expectativa que se tiene del hijo.
Los límites tienen que ver con la posibilidad de crecimiento. Hay mucha dificultad de los padres, ya sea por no saber donde están parados y cual es su rol, por miedo, inseguridad, impotencia o culpa. Además establecer los límites implica reflexionar en relación a un abanico de posibilidades: la edad del hijo, el momento que atraviesa, la situación en la que se encuentra, cuales límites los protegen y cuales los coartan, cuales si y cuales no, cuando ponerlos y hasta donde, etc. El tema se complejiza ya que depende de la subjetividad del padre, de su historia personal, de cómo es cada uno, de la relación que tiene con su hijo, de la historia familiar, de la sociedad en la que vivimos, y no se pueden establecer como mandatos uniformes.
La importancia de los límite, de la aceptación del no, tiene que ver con la constitución subjetiva del hijo, con limitar su omnipotencia infantil, que desde chico vaya incorporando que la realidad no va a se siempre como el quiere, no va a poder hacer siempre lo que el desea. De esta manera va incorporando la tolerancia a la frustración, que tanto lo va a ayudar como adulto futuro. Para esto también es fundamental que el adolescente comience a conocer cuáles son sus propios límites, a aprender a ser tolerante, a desarrollar la capacidad de espera y de esfuerzo, actitudes necesarias para poder construir su propio proyecto, con metas a mediano y largo plazo.
La presencia de los padres siempre es importante, como sostenedora en la niñez y como acompañante en la adolescencia, brindándole un espacio de libertad para que su hijo pueda preguntarse ¿Quién soy?. Pudiendo armar en conjunto un espacio de intercambio diferente.
Los valores que hacen falta
¿Por qué a falta de modelos en nuestra sociedad aparecen estos niños que ocupan un lugar que antes eran de los adultos?
Es esperable que en la infancia los padres les brinden a sus hijos una imagen de seguridad, poder y confianza. El niño tiene la necesidad vital de admirar a sus padres para poder crecer.
Este escenario social marcado por la inestabilidad, lo imprevisible, la violencia y los cambios continuos afectan e influyen sobre la vida de las personas.
Sociedad de valores y roles trastocados, de ideales ausentes, donde se desprecian los valores abstractos que antes nos sostenían. Y en cambio, aparecen como fundamentales,” otros valores”, donde se rinde culto al dinero, los bienes materiales, los objetos y los atributos relacionados con estos, como el éxito y el poder. Ideales que marcan que el camino para ser en esta sociedad es a través del tener, sino se tiene no se es nada.
Hoy, muchas veces el lugar de los padres aparece desdibujado, padres desorientados y confundidos, que no tienen en claro cual es su función. Y ante ese vacío paternal es el hijo el que toma la posta, sobreadaptandose, haciéndose cargo de un lugar que no le pertenece y para el cual no se halla preparado.
Son los padres en la crianza de sus hijos, quienes les van transmitiendo las maneras de pensar y hacer las cosas, de ver el mundo, los ideales, las expectativas y anhelos hacia sus hijos, los valores internos, que irán estructurando sus subjetividades, constituyendo su personalidad. Se puede transmitir un bagaje posibilitador de la vida, que tengan que ver con una ética vida, ligada a valores de solidaridad, honestidad, tolerancia, cuidado del otro, el respeto al otro, que implica el reconocimiento y la aceptación del otro como diferente a uno. Valores que rescatan la importancia del esfuerzo, de la capacidad de espera, la tolerancia a la frustración, de poder tener metas a largo plazo y trabajar para cumplirlas. O contrariamente, lo trasmitido tenga que ver con valores como la omnipotencia, el egoísmo, la importancia de lo económico, los fanatismos, las ideas absolutas, el individualismo, la manipulación del otro, donde el otro en tanto diferente queda excluido. El otro queda convertido en un competidor en potencia o enemigo que nos pude dañar, al que hay que derrotar para sobrevivir, la lógica es soy yo o es otro.
Para poder construir un mundo mejor, la solidaridad es una de las alternativas con que contamos para restablecer los lazos sociales que se han resquebrajado. Estos chicos son la esperanza que nos muestra que no todo está perdido. Pero es necesario que los adultos tomemos la responsabilidad que nos corresponde.
Es esperable que en la infancia los padres les brinden a sus hijos una imagen de seguridad, poder y confianza. El niño tiene la necesidad vital de admirar a sus padres para poder crecer.
Este escenario social marcado por la inestabilidad, lo imprevisible, la violencia y los cambios continuos afectan e influyen sobre la vida de las personas.
Sociedad de valores y roles trastocados, de ideales ausentes, donde se desprecian los valores abstractos que antes nos sostenían. Y en cambio, aparecen como fundamentales,” otros valores”, donde se rinde culto al dinero, los bienes materiales, los objetos y los atributos relacionados con estos, como el éxito y el poder. Ideales que marcan que el camino para ser en esta sociedad es a través del tener, sino se tiene no se es nada.
Hoy, muchas veces el lugar de los padres aparece desdibujado, padres desorientados y confundidos, que no tienen en claro cual es su función. Y ante ese vacío paternal es el hijo el que toma la posta, sobreadaptandose, haciéndose cargo de un lugar que no le pertenece y para el cual no se halla preparado.
Son los padres en la crianza de sus hijos, quienes les van transmitiendo las maneras de pensar y hacer las cosas, de ver el mundo, los ideales, las expectativas y anhelos hacia sus hijos, los valores internos, que irán estructurando sus subjetividades, constituyendo su personalidad. Se puede transmitir un bagaje posibilitador de la vida, que tengan que ver con una ética vida, ligada a valores de solidaridad, honestidad, tolerancia, cuidado del otro, el respeto al otro, que implica el reconocimiento y la aceptación del otro como diferente a uno. Valores que rescatan la importancia del esfuerzo, de la capacidad de espera, la tolerancia a la frustración, de poder tener metas a largo plazo y trabajar para cumplirlas. O contrariamente, lo trasmitido tenga que ver con valores como la omnipotencia, el egoísmo, la importancia de lo económico, los fanatismos, las ideas absolutas, el individualismo, la manipulación del otro, donde el otro en tanto diferente queda excluido. El otro queda convertido en un competidor en potencia o enemigo que nos pude dañar, al que hay que derrotar para sobrevivir, la lógica es soy yo o es otro.
Para poder construir un mundo mejor, la solidaridad es una de las alternativas con que contamos para restablecer los lazos sociales que se han resquebrajado. Estos chicos son la esperanza que nos muestra que no todo está perdido. Pero es necesario que los adultos tomemos la responsabilidad que nos corresponde.
Padres en La Infancia
Es con la llegada del hijo que dos adultos se convierten en padres, y sus vidas se trasforman, ya nada será igual. Aparecen sentimientos nuevos, preguntas que hasta ese momento no se habían hecho, temores y angustias que los sorprenden. Cada uno se irá descubriendo como padre junto al crecimiento del niño, como decía el poeta” caminante no hay camino se hace camino al andar”. Camino lleno de incertidumbres ya que no hay quien nos diga certeramente que se debe hacer en cada momento. Asumirse como madre o padre no es tarea sencilla, es un lugar complejo en el que se entrecruzan deseos contradictorios, historias familiares e interpelaciones a veces desestabilizantes.
El bebé nace en estado de indefención, de gran vulnerabilidad y necesita para constituirse subjetivamente de padres que le brinden amor, contención, sostén, confianza y lo guien y le transmitan todo un caudal de conocimientos y maneras de hacer las cosas.
Desde pequeños los chicos tienen que ir internalizando marcos de referencia como portadores de sentidos, necesitan de un adulto ordenador que le transmita las normas, la ley, los valores, los códigos, que van a posibilitar constituirse como persona y prepararse para convivir en sociedad.
Para que los padres puedan brindarle a sus hijos todo este bagaje posibilitador de una ética de vida, es necesario que ellos mismos sean respetuosos de sus hijos. Entendiendo por respeto como la capacidad de ver a una persona tal cual es, reconocerla como otra diferente a uno, no como yo quiero o me conviene que sea. Y por lo tanto poner límites a la propia expectativa que se tiene del hijo. Poder reconocerlo como otro diferenciado, con necesidades, gustos, tiempos diferentes a los suyos, ya que es importante la capacidad de los padres para registrar los estados afectivos del hijo, poder identificarse con su sufrimiento, sentir su alegría o tristeza, conmocionarse con lo que le va sucediendo.
En relación a las funciones parentales, dice S. Bleichmar: “lo más importante es que el niño sea cuidado, que haya un proyecto para ese niño y en tercer lugar que no sea usado como objeto sino concebido como sujeto”. Sujeto en el sentido en que el hijo no está para satisfacer a los padres en sus deseos y anhelos, ni para cubrir sus vacíos emocionales, ni para acompañar a padres solitarios, ni para responder a los mandatos familiares. Sino fundamentalmente tiene que tener la libertad de crecer según sus deseos y sus potencialidades.
La manera en que estén posesionados en su rol de padres, como se puedan pensar y sentir, se va transmitir a la crianza de los hijos, que necesitan de padres consistentes en el que se puedan apoyar. Cuando el entorno social y los valores e ideales éticos están en crisis esto hace tambalear tanto a los adultos como a los niños. Muchos padres quedan solos, desorientados y sin
referentes que lo puedan auxiliar. Antes la educación de los hijos estaba sostenida por el estado, las instituciones, la familia y el entorno afectivo, que ayudaban y contenían a los padres en esta tarea. Más aún en estos tiempos agitados, cambiantes y confusos en donde no hay garantías ni respuestas y el adulto se encuentra con situaciones novedosas permanentemente.
Si los padres están desbordados, desorientados o no pueden establecer acuerdos sobre educación del hijo, interfieren negativamente en su proceso de subjetivación. Entonces el niño puede quedar en estado de desamparo o de confusión, expresándolo de diferentes maneras, con reacciones descontroladas o agresivas, con caprichos, desobediencias o diferentes sintomatologías.
Cuando los padres pueden sostener ideales y proyectos futuros trasmiten a sus hijos la posibilidad de pensar en proyectos propios. En cambio si el adulto se siente desvalorizado socialmente e imposibilidado de proyectarse queda aplastado en un presente paralizante y esto es percibido por el hijo.
Los niños precisan límites para poder crecer. Es para ellos una carga muy pesada que los padres no le pongan los límites necesarios, ya que los dejan librados a buscar sus propios límites, a autolimitarse, y aún no cuentan con las herramientas para hacerlo.
Hay mucha dificultad de los padres, ya sea por no saber donde están parados y cual es su rol, por miedo, inseguridad, impotencia o culpa. Además establecer los límites implica reflexionar en relación a un abanico de posibilidades: la edad del hijo, el momento que atraviesa, la situación en la que se encuentra, cuales límites los protegen y cuales los coartan, cuales si y cuales no, cuando ponerlos y hasta donde, etc. El tema se complejiza ya que depende de la subjetividad del padre, de su historia personal, de cómo es cada uno, de la relación que tiene con su hijo, de la historia familiar, de la sociedad en la que vivimos, y no se pueden establecer como mandatos uniformes.
Hay que diferenciar cuando un límite es arbitrario, es decir que responde a los intereses, deseos o comodidad de los adultos, de aquellos que están relacionados con un proyecto familiar, con el bienestar del hijo y se adecuen a sus necesidades, aunque muchas veces implique una renuncia por parte del padre.
La importancia de los límite, de la aceptación del no, tiene que ver con la constitución subjetiva del hijo, con limitar su omnipotencia infantil, que desde chico vaya incorporando que la realidad no va a se siempre como el quiere, no va a poder hacer siempre lo que el desea. De esta manera va incorporando la tolerancia a la frustración, que tanto lo va a ayudar en su futuro como adulto. Para esto también es fundamental que el niño comience a conocer cuáles son sus propios límites. Y en la medida en que vaya creciendo pueda aprender a ser tolerante, a desarrollar la capacidad de espera y de esfuerzo, actitudes necesarias para poder construir su propio proyecto, con metas a mediano y largo plazo.
El bebé nace en estado de indefención, de gran vulnerabilidad y necesita para constituirse subjetivamente de padres que le brinden amor, contención, sostén, confianza y lo guien y le transmitan todo un caudal de conocimientos y maneras de hacer las cosas.
Desde pequeños los chicos tienen que ir internalizando marcos de referencia como portadores de sentidos, necesitan de un adulto ordenador que le transmita las normas, la ley, los valores, los códigos, que van a posibilitar constituirse como persona y prepararse para convivir en sociedad.
Para que los padres puedan brindarle a sus hijos todo este bagaje posibilitador de una ética de vida, es necesario que ellos mismos sean respetuosos de sus hijos. Entendiendo por respeto como la capacidad de ver a una persona tal cual es, reconocerla como otra diferente a uno, no como yo quiero o me conviene que sea. Y por lo tanto poner límites a la propia expectativa que se tiene del hijo. Poder reconocerlo como otro diferenciado, con necesidades, gustos, tiempos diferentes a los suyos, ya que es importante la capacidad de los padres para registrar los estados afectivos del hijo, poder identificarse con su sufrimiento, sentir su alegría o tristeza, conmocionarse con lo que le va sucediendo.
En relación a las funciones parentales, dice S. Bleichmar: “lo más importante es que el niño sea cuidado, que haya un proyecto para ese niño y en tercer lugar que no sea usado como objeto sino concebido como sujeto”. Sujeto en el sentido en que el hijo no está para satisfacer a los padres en sus deseos y anhelos, ni para cubrir sus vacíos emocionales, ni para acompañar a padres solitarios, ni para responder a los mandatos familiares. Sino fundamentalmente tiene que tener la libertad de crecer según sus deseos y sus potencialidades.
La manera en que estén posesionados en su rol de padres, como se puedan pensar y sentir, se va transmitir a la crianza de los hijos, que necesitan de padres consistentes en el que se puedan apoyar. Cuando el entorno social y los valores e ideales éticos están en crisis esto hace tambalear tanto a los adultos como a los niños. Muchos padres quedan solos, desorientados y sin
referentes que lo puedan auxiliar. Antes la educación de los hijos estaba sostenida por el estado, las instituciones, la familia y el entorno afectivo, que ayudaban y contenían a los padres en esta tarea. Más aún en estos tiempos agitados, cambiantes y confusos en donde no hay garantías ni respuestas y el adulto se encuentra con situaciones novedosas permanentemente.
Si los padres están desbordados, desorientados o no pueden establecer acuerdos sobre educación del hijo, interfieren negativamente en su proceso de subjetivación. Entonces el niño puede quedar en estado de desamparo o de confusión, expresándolo de diferentes maneras, con reacciones descontroladas o agresivas, con caprichos, desobediencias o diferentes sintomatologías.
Cuando los padres pueden sostener ideales y proyectos futuros trasmiten a sus hijos la posibilidad de pensar en proyectos propios. En cambio si el adulto se siente desvalorizado socialmente e imposibilidado de proyectarse queda aplastado en un presente paralizante y esto es percibido por el hijo.
Los niños precisan límites para poder crecer. Es para ellos una carga muy pesada que los padres no le pongan los límites necesarios, ya que los dejan librados a buscar sus propios límites, a autolimitarse, y aún no cuentan con las herramientas para hacerlo.
Hay mucha dificultad de los padres, ya sea por no saber donde están parados y cual es su rol, por miedo, inseguridad, impotencia o culpa. Además establecer los límites implica reflexionar en relación a un abanico de posibilidades: la edad del hijo, el momento que atraviesa, la situación en la que se encuentra, cuales límites los protegen y cuales los coartan, cuales si y cuales no, cuando ponerlos y hasta donde, etc. El tema se complejiza ya que depende de la subjetividad del padre, de su historia personal, de cómo es cada uno, de la relación que tiene con su hijo, de la historia familiar, de la sociedad en la que vivimos, y no se pueden establecer como mandatos uniformes.
Hay que diferenciar cuando un límite es arbitrario, es decir que responde a los intereses, deseos o comodidad de los adultos, de aquellos que están relacionados con un proyecto familiar, con el bienestar del hijo y se adecuen a sus necesidades, aunque muchas veces implique una renuncia por parte del padre.
La importancia de los límite, de la aceptación del no, tiene que ver con la constitución subjetiva del hijo, con limitar su omnipotencia infantil, que desde chico vaya incorporando que la realidad no va a se siempre como el quiere, no va a poder hacer siempre lo que el desea. De esta manera va incorporando la tolerancia a la frustración, que tanto lo va a ayudar en su futuro como adulto. Para esto también es fundamental que el niño comience a conocer cuáles son sus propios límites. Y en la medida en que vaya creciendo pueda aprender a ser tolerante, a desarrollar la capacidad de espera y de esfuerzo, actitudes necesarias para poder construir su propio proyecto, con metas a mediano y largo plazo.
La adolescencia desde la vereda de los padres
Una palabra que ayuda a caracterizar esta etapa de la vida llamada adolescencia es “cambio”, impulsado por un cuerpo que comienza a trasformarse inevitablemente pero donde esta mutación no solo es desde lo biológico sino que además incluye cambios psíquicos profundos .
Es el fin de la niñez, del niño soñado, se deja de ser niño para comenzar a transitar un camino hacia “la vida adulta”. Camino muy turbulento, impredecible donde no hay un mapa que nos muestre cuál es la vía correcta y segura, camino marcado por la angustia, la soledad, las lágrimas, el dolor, las pérdidas, las frustraciones, pero también por el deseo, las ilusiones, las ganas y la esperanza. Camino que asusta mucho, que dá miedo, a tal punto que muchos se quedan parados no atreviéndose a avanzar, que se sabe cuando empieza pero no cuando ni como termina, cuando se llega a “ser grande”.
Esta crisis afecta tanto a los adolescentes como a sus padres, que están atravesando su propia crisis de la edad media de la vida, este es generalmente un período de muchas dudas, donde se produce un cuestionamiento profundo sobre su vida, en el que se suele realizar una especie de balance, si las propias aspiraciones, los propios proyectos han sido cumplidos o no, si hay o no satisfacción en la manera de vivir su propia vida; si hay que reformular expectativas, deseos, anhelos....Este cuestionamiento profundo puede traer como consecuencia, cambios importantes tanto en lo referente a aspectos emocionales y de relaciones interpersonales, como a los profesionales y laborales.
Hoy nos encontramos ante un escenario social marcado por la inestabilidad, lo imprevisible y los cambios continuos que afectan e influyen sobre distintos ordenes de la vida de las personas. Uno de los más importantes es el laboral, muchos de estos padres están inmersos en un verdadero replanteo, tanto por la necesidad de adaptarse a las nuevas exigencias del mercado del trabajo o por desempleo, es decir están buscando reinsertarse laboralmente, al igual que sus hijos.
En relación a su vida afectiva, en este momento de separación con los hijos, en el que estos comienzan a “hacer su vida”, hay un reencuentro con la pareja conyugal, y muchas veces queda en evidencia como los hijos llenaban el vacío existente en esta relación, que ya no puede ser ocultado y que es necesario resolver. Un gran número de estas parejas se hallan en proceso de separación, o ya están divorciadas y tienen que enfrentar el hecho de estar solos, o buscando pareja, o iniciando o consolidando una nueva relación de pareja. Los segundos matrimonios, con los cambios que trae aparejados en relación a la vida familiar y vincular. Es decir muchos padres de adolescentes están” volviendo a empezar”...con su vida, con toda la angustia y la gran carga emocional que esto significa.
Si al cuestionamiento que caracteriza a toda crisis se suman los del hijo adolescente, el conflicto del adulto se acrecienta.
A esto se agrega el hecho de que, muchas veces, en este período los padres tienen que atender a sus propios padres, que también están cambiando: enfrentarse al paso del tiempo, el envejecimiento, las enfermedades, la muerte. Las crisis de tres generaciones coinciden y esto complica la situación.
Ser padres de adolescentes, hoy día es sentido como una carga muy pesada, ya que a la complejidad característica de la adolescencia se le suma las cuestiones personales de los papás que están además altamente exigidos por el turbulento contexto actual.
La tarea de ser padre de un adolescente exige un nuevo posicionamiento del rol, hasta ahora estuvieron aprendiendo a ser padres de un niño. Un niño que lo idolatraba, lo admiraba, lo cubría de todas las cualidades imaginables. De pronto todo se modifica; este niño sumiso y pasivo ante la palabra del padre, comienza a cuestionarlo, a veces con una gran severidad crítica; es que el adolescente necesita fuertemente discriminarse, separarse, alejarse de sus padres para poder crecer. Para poder afianzarse como “diferentes de los padres”, es necesario que estos se mantengan como “diferentes”de sus hijos. Muchos padres se hallan confundidos ante esta nueva relación con un hijo que aparece como extraño y no saben como reaccionar, “que hacer”, como actuar ante cada situación. Ante este no saber, algunos padres se” adolentizan” , es decir adquieren las características de sus hijos, sus costumbres, su forma de hablar, de vestirse, terminan siendo más adolescentes que sus propios hijos. Estos quedan perplejos y perturbados ante un padre que es “casi como ellos”, que se confunde con ellos. Ya que se quedan sin la palabra de los padres, sin referente para confrontar, sin una guía válida y confiable para tener en cuenta, que les ayude a poder elegir, poder optar en relación a todas las vicisitudes que se les presentan hoy y en el futuro. Es necesario que los padres sigan firme en su función, que sigan ahí, presentes, a pesar de las críticas y las discusiones, a pesar de que crean que ya no los necesitan ni los escuchan. Si bien, sus amigos son importantísimos para el adolescente, este necesita fundamentalmente del apoyo y la comprensión de sus padres.
Estas son algunas de las tantas cuestiones que suceden en este momento tan apasionante y conflictivo como es la adolescencia. Es conveniente que los padres puedan informarse y comenzar a pensar y reflexionar sobre esto, que los ayude a tener una mejor comunicación y relación con su hijo y así algunas veces puedan encontrarse en la misma vereda..............
Es el fin de la niñez, del niño soñado, se deja de ser niño para comenzar a transitar un camino hacia “la vida adulta”. Camino muy turbulento, impredecible donde no hay un mapa que nos muestre cuál es la vía correcta y segura, camino marcado por la angustia, la soledad, las lágrimas, el dolor, las pérdidas, las frustraciones, pero también por el deseo, las ilusiones, las ganas y la esperanza. Camino que asusta mucho, que dá miedo, a tal punto que muchos se quedan parados no atreviéndose a avanzar, que se sabe cuando empieza pero no cuando ni como termina, cuando se llega a “ser grande”.
Esta crisis afecta tanto a los adolescentes como a sus padres, que están atravesando su propia crisis de la edad media de la vida, este es generalmente un período de muchas dudas, donde se produce un cuestionamiento profundo sobre su vida, en el que se suele realizar una especie de balance, si las propias aspiraciones, los propios proyectos han sido cumplidos o no, si hay o no satisfacción en la manera de vivir su propia vida; si hay que reformular expectativas, deseos, anhelos....Este cuestionamiento profundo puede traer como consecuencia, cambios importantes tanto en lo referente a aspectos emocionales y de relaciones interpersonales, como a los profesionales y laborales.
Hoy nos encontramos ante un escenario social marcado por la inestabilidad, lo imprevisible y los cambios continuos que afectan e influyen sobre distintos ordenes de la vida de las personas. Uno de los más importantes es el laboral, muchos de estos padres están inmersos en un verdadero replanteo, tanto por la necesidad de adaptarse a las nuevas exigencias del mercado del trabajo o por desempleo, es decir están buscando reinsertarse laboralmente, al igual que sus hijos.
En relación a su vida afectiva, en este momento de separación con los hijos, en el que estos comienzan a “hacer su vida”, hay un reencuentro con la pareja conyugal, y muchas veces queda en evidencia como los hijos llenaban el vacío existente en esta relación, que ya no puede ser ocultado y que es necesario resolver. Un gran número de estas parejas se hallan en proceso de separación, o ya están divorciadas y tienen que enfrentar el hecho de estar solos, o buscando pareja, o iniciando o consolidando una nueva relación de pareja. Los segundos matrimonios, con los cambios que trae aparejados en relación a la vida familiar y vincular. Es decir muchos padres de adolescentes están” volviendo a empezar”...con su vida, con toda la angustia y la gran carga emocional que esto significa.
Si al cuestionamiento que caracteriza a toda crisis se suman los del hijo adolescente, el conflicto del adulto se acrecienta.
A esto se agrega el hecho de que, muchas veces, en este período los padres tienen que atender a sus propios padres, que también están cambiando: enfrentarse al paso del tiempo, el envejecimiento, las enfermedades, la muerte. Las crisis de tres generaciones coinciden y esto complica la situación.
Ser padres de adolescentes, hoy día es sentido como una carga muy pesada, ya que a la complejidad característica de la adolescencia se le suma las cuestiones personales de los papás que están además altamente exigidos por el turbulento contexto actual.
La tarea de ser padre de un adolescente exige un nuevo posicionamiento del rol, hasta ahora estuvieron aprendiendo a ser padres de un niño. Un niño que lo idolatraba, lo admiraba, lo cubría de todas las cualidades imaginables. De pronto todo se modifica; este niño sumiso y pasivo ante la palabra del padre, comienza a cuestionarlo, a veces con una gran severidad crítica; es que el adolescente necesita fuertemente discriminarse, separarse, alejarse de sus padres para poder crecer. Para poder afianzarse como “diferentes de los padres”, es necesario que estos se mantengan como “diferentes”de sus hijos. Muchos padres se hallan confundidos ante esta nueva relación con un hijo que aparece como extraño y no saben como reaccionar, “que hacer”, como actuar ante cada situación. Ante este no saber, algunos padres se” adolentizan” , es decir adquieren las características de sus hijos, sus costumbres, su forma de hablar, de vestirse, terminan siendo más adolescentes que sus propios hijos. Estos quedan perplejos y perturbados ante un padre que es “casi como ellos”, que se confunde con ellos. Ya que se quedan sin la palabra de los padres, sin referente para confrontar, sin una guía válida y confiable para tener en cuenta, que les ayude a poder elegir, poder optar en relación a todas las vicisitudes que se les presentan hoy y en el futuro. Es necesario que los padres sigan firme en su función, que sigan ahí, presentes, a pesar de las críticas y las discusiones, a pesar de que crean que ya no los necesitan ni los escuchan. Si bien, sus amigos son importantísimos para el adolescente, este necesita fundamentalmente del apoyo y la comprensión de sus padres.
Estas son algunas de las tantas cuestiones que suceden en este momento tan apasionante y conflictivo como es la adolescencia. Es conveniente que los padres puedan informarse y comenzar a pensar y reflexionar sobre esto, que los ayude a tener una mejor comunicación y relación con su hijo y así algunas veces puedan encontrarse en la misma vereda..............
Hablemos de....Fracaso Escolar
Cuando pensamos en fracaso escolar lo relacionamos rápidamente con términos como repitencia, deserción, derivación a circuitos extra-escolares que refuercen lo aprendido en la escuela, conflictiva familiar, problemáticas en la institución educativa, límites docentes, o situaciones de deterioro social global.
Los niños que se consideran en situación de fracaso escolar son los que “ no siguen” a su clase, ya que en la escuela es necesario ante todo seguir el programa, el que determina que es lo que hay que aprender, en qué orden, en qué momento.
El niño problema se mide en relación a su distancia con lo esperado evolutiva y pedagógicamete, de acuerdo con su edad, sin tener en cuenta la amplia cantidad de factores que intervienen en este tema. A estos los podemos dividir en los que dependen de la institución y los que están relacionados con la representación social, es decir los externos por un lado y por otro los individuales, que tienen que ver con el plano íntimo de cada sujeto, con su historia, con sus cuestiones particulares.
En relación a lo social se hallan las exigencias sociales de éxito, en cuanto que triunfar en la escuela tiene que ver con lograr una buena situación en el futuro, llegar a ”ser alguien “.
Los docentes se refieren a los niños que fracasan en la escuela y a sus posibilidades en su porvenir en términos de desesperanza, de resignación , de destino sellado e incluso de repetición de historias familiares, no dando lugar a la posibilidad de un cambio. Se los etiqueta o estigmatiza en torno a su condición problemática o de retraso, quedando así registrados en la institución educativa. Es fundamental preservarlos de esta estigmatización, ya que alejarlos de este lugar permitirá ayudarlos a crecer y prosperar.
El psicólogo deberá tener una mirada amplia que incluya los multiples aspectos que intervienen en estas situaciones, ya que muchas veces hay que considerar que su trabajo incluya a la escuela, para que esta sea capaz de escuchar al niño, ver que le está pasando, más allá de la evaluación de lo aprendido. Un movimiento externo contribuye a mejorar el trastorno, que siguiendo el trabajo con el paciente lo ayude a zafar de una institución en la cual el niño está atrapado y no ofrece las mejores condiciones ambientales para su salud mental y su aprendizaje.
La familia tiene una función fundamental, de maternaje ( sea esta cumplida por la madre, el padre o la persona a cargo del cuidado del niño ) , ya que el aprendizaje se inicia mucho antes del ingreso a la escuela. Los padres y los adultos que responden a las preguntas curiosas del niño y orientan sus actividades juegan un papel muy importante en este camino. Esa historia de aprendizajes va a ser diferente ya que cada niño es singular y son diferentes las posibilidades y experiencias que cada uno tiene en su medio familiar y además todo conocimiento se construye a partir de otro anterior.
Los niños que se consideran en situación de fracaso escolar son los que “ no siguen” a su clase, ya que en la escuela es necesario ante todo seguir el programa, el que determina que es lo que hay que aprender, en qué orden, en qué momento.
El niño problema se mide en relación a su distancia con lo esperado evolutiva y pedagógicamete, de acuerdo con su edad, sin tener en cuenta la amplia cantidad de factores que intervienen en este tema. A estos los podemos dividir en los que dependen de la institución y los que están relacionados con la representación social, es decir los externos por un lado y por otro los individuales, que tienen que ver con el plano íntimo de cada sujeto, con su historia, con sus cuestiones particulares.
En relación a lo social se hallan las exigencias sociales de éxito, en cuanto que triunfar en la escuela tiene que ver con lograr una buena situación en el futuro, llegar a ”ser alguien “.
Los docentes se refieren a los niños que fracasan en la escuela y a sus posibilidades en su porvenir en términos de desesperanza, de resignación , de destino sellado e incluso de repetición de historias familiares, no dando lugar a la posibilidad de un cambio. Se los etiqueta o estigmatiza en torno a su condición problemática o de retraso, quedando así registrados en la institución educativa. Es fundamental preservarlos de esta estigmatización, ya que alejarlos de este lugar permitirá ayudarlos a crecer y prosperar.
El psicólogo deberá tener una mirada amplia que incluya los multiples aspectos que intervienen en estas situaciones, ya que muchas veces hay que considerar que su trabajo incluya a la escuela, para que esta sea capaz de escuchar al niño, ver que le está pasando, más allá de la evaluación de lo aprendido. Un movimiento externo contribuye a mejorar el trastorno, que siguiendo el trabajo con el paciente lo ayude a zafar de una institución en la cual el niño está atrapado y no ofrece las mejores condiciones ambientales para su salud mental y su aprendizaje.
La familia tiene una función fundamental, de maternaje ( sea esta cumplida por la madre, el padre o la persona a cargo del cuidado del niño ) , ya que el aprendizaje se inicia mucho antes del ingreso a la escuela. Los padres y los adultos que responden a las preguntas curiosas del niño y orientan sus actividades juegan un papel muy importante en este camino. Esa historia de aprendizajes va a ser diferente ya que cada niño es singular y son diferentes las posibilidades y experiencias que cada uno tiene en su medio familiar y además todo conocimiento se construye a partir de otro anterior.
Hablemos de....... Trastornos del Aprendizaje
Para aprender algo tenemos que poder atender, concentrarnos en ese tema, sentir curiosidad por eso, es decir apropiarnos del problema, desarmarlo, desmenuzarlo, romperlo para traducirlo en nuestras palabras, reorganizándolo y apropiándonos, apoderarnos de él para poder usarlo en diferentes circunstancias. En este proceso hay tres momentos: la atención, la memoria (inscripción) y elaboración (armado de nuevos pensamientos).
En el aprendizaje hay que considerar: al alumno, el rol de la familia, la relación con el maestro, el grupo de compañeros, los contenidos escolares, el método de enseñanza y los ideales sociales, la valoración de la enseñanza que se le trasmite al niño.
Las dificultades pueden ser multiples, estar referidas a uno a varios de los aspectos que intervienen en este proceso, pero casi siempre estan ocultando, recubriendo otra cosa, un síntoma mucho más profundo que se expresa a través de estos problemas.
La condición interna del niño para acceder al aprendizaje adquiere una relevancia especial, ya que este proceso tiene que ver con el proceso de su constitución y formación como persona y de las alternativas y circunstancias que ocurran durante este desarrollo. En el proceso del aprendizaje los padres y adultos que están con el niño cumplen un papel fundamental, ya que a través de ellos él comienza a conocer el mundo; empezar a adquirir la noción de bueno de malo, de fantasía y de realidad, de tiempo, la posibilidad de abstraer, de distinguir los colores, etc. La manera en como se procese o no ese aprendizaje, previo a la escolaridad, es lo que va a pronosticar y hasta garantizar el desarrollo intelectual posterior del niño y su desempeño en la escuela.
De manera muy general, estas son algunas de las cuestiones que se presentan en relación con el aprendizaje, dificultades que pueden dejar de serlo en la medida en que detectemos cual es la conflictiva y cuáles son las intervenciones adecuadas a cada caso.
En el aprendizaje hay que considerar: al alumno, el rol de la familia, la relación con el maestro, el grupo de compañeros, los contenidos escolares, el método de enseñanza y los ideales sociales, la valoración de la enseñanza que se le trasmite al niño.
Las dificultades pueden ser multiples, estar referidas a uno a varios de los aspectos que intervienen en este proceso, pero casi siempre estan ocultando, recubriendo otra cosa, un síntoma mucho más profundo que se expresa a través de estos problemas.
La condición interna del niño para acceder al aprendizaje adquiere una relevancia especial, ya que este proceso tiene que ver con el proceso de su constitución y formación como persona y de las alternativas y circunstancias que ocurran durante este desarrollo. En el proceso del aprendizaje los padres y adultos que están con el niño cumplen un papel fundamental, ya que a través de ellos él comienza a conocer el mundo; empezar a adquirir la noción de bueno de malo, de fantasía y de realidad, de tiempo, la posibilidad de abstraer, de distinguir los colores, etc. La manera en como se procese o no ese aprendizaje, previo a la escolaridad, es lo que va a pronosticar y hasta garantizar el desarrollo intelectual posterior del niño y su desempeño en la escuela.
De manera muy general, estas son algunas de las cuestiones que se presentan en relación con el aprendizaje, dificultades que pueden dejar de serlo en la medida en que detectemos cual es la conflictiva y cuáles son las intervenciones adecuadas a cada caso.
Hablemos de .....Orientación Vocacional
Vocación proviene del latín y significa “llamado”, que nos daría la idea de un destino preestablecido que hay que descubrir, de un llamado desde afuera al que hay que obedecer. Término que confunde y trastoca su verdadero sentido, ya que la vocación no es algo dado, innato, que hay que develar sino es algo a hacer, a crear, la vocación se va construyendo a través de la historia de la persona. A menudo se incurre en la suposición que el psicólogo es el debe dictaminar cual es la carrera a seguir, cuando contrariamente es el mismo adolescente que puede y necesita implicarse y comprometerse en “el proceso de orientación vocacional” y es el psicólogo quien lo acompaña, lo guía, lo ayuda y lo contiene. El adolescente no busca solo el nombre de una carrera sino busca algo que tiene que ver con la realización personal, su felicidad, su lugar en el mundo, está preocupado por lo que puede llegar a ser.
Cuando el joven pide que le hagan “el test”, está dotando a este instrumento con poderes mágicos capaz de resolver el problema de elegir su propio futuro. Y el futuro le pertenece, el adolescente tiene posibilidad de elección, de decisión sobre algo que le es tan propio e íntimo y que ningún tercero tiene derecho a expropiar.
Para un adolescente definir el futuro no es sólo definir que elegir sino fundamentalmente definir quien ser y al mismo tiempo quien no ser. Es decir para saber qué quiere hacer primero debe conocer quien se es y dónde se desea llegar. Por eso la orientación vocacional es un proceso, un recorrido, un camino a transitar en el que el joven reflexiona sobre su problemática y busca alternativas que le permita conocerse, conocer la realidad y tomar decisiones reflexivas y de mayor autonomía. Es propiciar el espacio para que el adolescente pueda encontrase consigo mismo, con su historia personal y colectiva, con su particular ubicación familiar, con sus deseos, con sus limitaciones y sus recursos personales y materiales. La orientación vocacional tiene como finalidad que el adolescente pueda elegir y elaborar su propio proyecto de vida y fundamentalmente que pueda sostenerlo a futuro.
La adolescencia es un momento crucial, un momento de crecimiento y crisis en la que se juegan y se definen muchos aspectos importantes. Y se suceden una gran cantidad de cambios: la pérdida de la infancia, el desprendimiento de los padres, el ingreso al mundo adulto para el cual el joven no está preparado, etc. Estos cambios vienen acompañados de angustias, tensiones, miedos y conflictos afectivos que obstaculizan este proceso, que es necesario despejar y resolver para que el adolescente pueda consolidar su propio desarrollo.
Es necesario destacar que la orientación vocacional se demanda en cualquier edad de la vida, pero es en la adolescencia por su particularidad y por la urgencia en tomar una decisión, donde adquiere características más complejas.
Cuando el joven pide que le hagan “el test”, está dotando a este instrumento con poderes mágicos capaz de resolver el problema de elegir su propio futuro. Y el futuro le pertenece, el adolescente tiene posibilidad de elección, de decisión sobre algo que le es tan propio e íntimo y que ningún tercero tiene derecho a expropiar.
Para un adolescente definir el futuro no es sólo definir que elegir sino fundamentalmente definir quien ser y al mismo tiempo quien no ser. Es decir para saber qué quiere hacer primero debe conocer quien se es y dónde se desea llegar. Por eso la orientación vocacional es un proceso, un recorrido, un camino a transitar en el que el joven reflexiona sobre su problemática y busca alternativas que le permita conocerse, conocer la realidad y tomar decisiones reflexivas y de mayor autonomía. Es propiciar el espacio para que el adolescente pueda encontrase consigo mismo, con su historia personal y colectiva, con su particular ubicación familiar, con sus deseos, con sus limitaciones y sus recursos personales y materiales. La orientación vocacional tiene como finalidad que el adolescente pueda elegir y elaborar su propio proyecto de vida y fundamentalmente que pueda sostenerlo a futuro.
La adolescencia es un momento crucial, un momento de crecimiento y crisis en la que se juegan y se definen muchos aspectos importantes. Y se suceden una gran cantidad de cambios: la pérdida de la infancia, el desprendimiento de los padres, el ingreso al mundo adulto para el cual el joven no está preparado, etc. Estos cambios vienen acompañados de angustias, tensiones, miedos y conflictos afectivos que obstaculizan este proceso, que es necesario despejar y resolver para que el adolescente pueda consolidar su propio desarrollo.
Es necesario destacar que la orientación vocacional se demanda en cualquier edad de la vida, pero es en la adolescencia por su particularidad y por la urgencia en tomar una decisión, donde adquiere características más complejas.
Padres e hijos en esta sociedad
Vivimos en un mundo loco, loco; y esto produce efectos en las personas que vivimos en él.
Sociedad, de la era del postmodernismo, que deja muy atrás la idea del progreso posible y se instala la de un futuro muy incierto, casi imposible. Era donde se desprecian los valores abstractos que antes nos sostenían. Y en cambio, aparecen como fundamentales, otros “valores”, donde se rinde culto al dinero, los bienes materiales, los objetos y los atributos relacionados a esto, como el éxito y el poder. Donde se corre ciegamente hacia el consumo, el confort, la satisfacción urgente, la importancia de lograr y mantener un cuerpo joven y bello a cualquier costo. Y donde todo se debe lograr fácilmente, mágicamente, inmediatamente. Ideales que marcan que el camino para ser en esta sociedad es a través del tener, sino se tiene no se es nada.
Esta sociedad trasformó la adolescencia en un estado especial solo para los sectores más privilegiados, ya que los marginados quedan totalmente excluidos, sin lugar para ellos. Así, la adolescencia de ser una etapa, un lugar de paso hacia la adultez, se convirtió en un estado, un estado glorioso e ideal, donde todos quieren estar y no salir de él. Estado, muy conveniente para la economía de mercado, que promete un ficticio placer. Un estado casi ideal, una mezcla de los privilegios de la infancia con la libertad de los adultos, evitando las responsabilidades y viviendo el momento. Se toma como modelo a la adolescencia, no solo en su juventud, su forma de vestir y actuar sino los conflictos propios de ella. Cultura del consumismo que envía mensajes contradictorios, ya que por un lado hay que ser exitoso y por el otro los jóvenes no encuentran lugar en el mundo del trabajo. Como los adolescentes no pueden vislumbrar metas posibles a largo o mediano plazo, ponen todas sus expectativas en el disfrute del hoy y en su cuerpo. Se muestran apáticos, sin ideales colectivos, en ellos no existe la idea de cambiar el mundo, se conforman con objetivos individuales y de corto alcance.
Y el adulto se encuentra confundido, en muchos casos, en vez de seguir en su rol , necesario e imprescindible para ser de referente del adolescente, se ha adolentizado, renunciando a su función. Convirtiéndose ilusoriamente en un adolescente más.
La adolescencia es un momento de gran fragilidad y vulnerabilidad, momento muy importante de constitución subjetiva, en el que está dejando atrás su mundo infantil y para dirigirse al mundo adulto lleno de incertidumbres, dudas y peligros. Momento donde deberá poner en cuestión todo lo familiar y buscar otros modelos, otros ideales con los que pueda sostenerse.
Además, son los padres en la crianza de sus hijos, quienes les van trasmitiendo los valores internos que irán estructurando sus subjetividades, constituyendo su personalidad. Se puede trasmitir un bagaje posibilitador de la vida, ligada a valores de solidaridad, honestidad, tolerancia, cuidado del otro, el respeto al otro, que implica el reconocimiento y la aceptación del otro como diferente a uno. Valores que rescatan la importancia del esfuerzo, de la capacidad de espera, de poder tener metas a largo plazo y trabajar para cumplirlas. Valores que tengan que ver con una ética de vida que le ayuden al adolescente a cimentar la construcción de un destino propio.
O contrariamente, lo trasmitido tenga que ver con valores como la onmipotencia, el egoismo, la importancia de lo económico, los fanatismos, las ideas absolutas, el individualismo, la manipulación del otro, donde el otro en tanto diferente queda excluido. El otro queda convertido en un competidor en potencia o enemigo que nos puede dañar, al que hay que derrotar para sobrevivir, la lógica es soy yo o el otro.
Es fundamental rescatar la función contenedora de la familia, que deberá revertir los coletazos de la crisis de la sociedad; la importancia de los vínculos intra y extra familiares y el papel preventivo de la comunicación permanente entre los adolescentes y sus padres.
Sociedad, de la era del postmodernismo, que deja muy atrás la idea del progreso posible y se instala la de un futuro muy incierto, casi imposible. Era donde se desprecian los valores abstractos que antes nos sostenían. Y en cambio, aparecen como fundamentales, otros “valores”, donde se rinde culto al dinero, los bienes materiales, los objetos y los atributos relacionados a esto, como el éxito y el poder. Donde se corre ciegamente hacia el consumo, el confort, la satisfacción urgente, la importancia de lograr y mantener un cuerpo joven y bello a cualquier costo. Y donde todo se debe lograr fácilmente, mágicamente, inmediatamente. Ideales que marcan que el camino para ser en esta sociedad es a través del tener, sino se tiene no se es nada.
Esta sociedad trasformó la adolescencia en un estado especial solo para los sectores más privilegiados, ya que los marginados quedan totalmente excluidos, sin lugar para ellos. Así, la adolescencia de ser una etapa, un lugar de paso hacia la adultez, se convirtió en un estado, un estado glorioso e ideal, donde todos quieren estar y no salir de él. Estado, muy conveniente para la economía de mercado, que promete un ficticio placer. Un estado casi ideal, una mezcla de los privilegios de la infancia con la libertad de los adultos, evitando las responsabilidades y viviendo el momento. Se toma como modelo a la adolescencia, no solo en su juventud, su forma de vestir y actuar sino los conflictos propios de ella. Cultura del consumismo que envía mensajes contradictorios, ya que por un lado hay que ser exitoso y por el otro los jóvenes no encuentran lugar en el mundo del trabajo. Como los adolescentes no pueden vislumbrar metas posibles a largo o mediano plazo, ponen todas sus expectativas en el disfrute del hoy y en su cuerpo. Se muestran apáticos, sin ideales colectivos, en ellos no existe la idea de cambiar el mundo, se conforman con objetivos individuales y de corto alcance.
Y el adulto se encuentra confundido, en muchos casos, en vez de seguir en su rol , necesario e imprescindible para ser de referente del adolescente, se ha adolentizado, renunciando a su función. Convirtiéndose ilusoriamente en un adolescente más.
La adolescencia es un momento de gran fragilidad y vulnerabilidad, momento muy importante de constitución subjetiva, en el que está dejando atrás su mundo infantil y para dirigirse al mundo adulto lleno de incertidumbres, dudas y peligros. Momento donde deberá poner en cuestión todo lo familiar y buscar otros modelos, otros ideales con los que pueda sostenerse.
Además, son los padres en la crianza de sus hijos, quienes les van trasmitiendo los valores internos que irán estructurando sus subjetividades, constituyendo su personalidad. Se puede trasmitir un bagaje posibilitador de la vida, ligada a valores de solidaridad, honestidad, tolerancia, cuidado del otro, el respeto al otro, que implica el reconocimiento y la aceptación del otro como diferente a uno. Valores que rescatan la importancia del esfuerzo, de la capacidad de espera, de poder tener metas a largo plazo y trabajar para cumplirlas. Valores que tengan que ver con una ética de vida que le ayuden al adolescente a cimentar la construcción de un destino propio.
O contrariamente, lo trasmitido tenga que ver con valores como la onmipotencia, el egoismo, la importancia de lo económico, los fanatismos, las ideas absolutas, el individualismo, la manipulación del otro, donde el otro en tanto diferente queda excluido. El otro queda convertido en un competidor en potencia o enemigo que nos puede dañar, al que hay que derrotar para sobrevivir, la lógica es soy yo o el otro.
Es fundamental rescatar la función contenedora de la familia, que deberá revertir los coletazos de la crisis de la sociedad; la importancia de los vínculos intra y extra familiares y el papel preventivo de la comunicación permanente entre los adolescentes y sus padres.
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