domingo, 6 de diciembre de 2009

Padres e hijos en esta sociedad

Vivimos en un mundo loco, loco; y esto produce efectos en las personas que vivimos en él.
Sociedad, de la era del postmodernismo, que deja muy atrás la idea del progreso posible y se instala la de un futuro muy incierto, casi imposible. Era donde se desprecian los valores abstractos que antes nos sostenían. Y en cambio, aparecen como fundamentales, otros “valores”, donde se rinde culto al dinero, los bienes materiales, los objetos y los atributos relacionados a esto, como el éxito y el poder. Donde se corre ciegamente hacia el consumo, el confort, la satisfacción urgente, la importancia de lograr y mantener un cuerpo joven y bello a cualquier costo. Y donde todo se debe lograr fácilmente, mágicamente, inmediatamente. Ideales que marcan que el camino para ser en esta sociedad es a través del tener, sino se tiene no se es nada.
Esta sociedad trasformó la adolescencia en un estado especial solo para los sectores más privilegiados, ya que los marginados quedan totalmente excluidos, sin lugar para ellos. Así, la adolescencia de ser una etapa, un lugar de paso hacia la adultez, se convirtió en un estado, un estado glorioso e ideal, donde todos quieren estar y no salir de él. Estado, muy conveniente para la economía de mercado, que promete un ficticio placer. Un estado casi ideal, una mezcla de los privilegios de la infancia con la libertad de los adultos, evitando las responsabilidades y viviendo el momento. Se toma como modelo a la adolescencia, no solo en su juventud, su forma de vestir y actuar sino los conflictos propios de ella. Cultura del consumismo que envía mensajes contradictorios, ya que por un lado hay que ser exitoso y por el otro los jóvenes no encuentran lugar en el mundo del trabajo. Como los adolescentes no pueden vislumbrar metas posibles a largo o mediano plazo, ponen todas sus expectativas en el disfrute del hoy y en su cuerpo. Se muestran apáticos, sin ideales colectivos, en ellos no existe la idea de cambiar el mundo, se conforman con objetivos individuales y de corto alcance.
Y el adulto se encuentra confundido, en muchos casos, en vez de seguir en su rol , necesario e imprescindible para ser de referente del adolescente, se ha adolentizado, renunciando a su función. Convirtiéndose ilusoriamente en un adolescente más.
La adolescencia es un momento de gran fragilidad y vulnerabilidad, momento muy importante de constitución subjetiva, en el que está dejando atrás su mundo infantil y para dirigirse al mundo adulto lleno de incertidumbres, dudas y peligros. Momento donde deberá poner en cuestión todo lo familiar y buscar otros modelos, otros ideales con los que pueda sostenerse.
Además, son los padres en la crianza de sus hijos, quienes les van trasmitiendo los valores internos que irán estructurando sus subjetividades, constituyendo su personalidad. Se puede trasmitir un bagaje posibilitador de la vida, ligada a valores de solidaridad, honestidad, tolerancia, cuidado del otro, el respeto al otro, que implica el reconocimiento y la aceptación del otro como diferente a uno. Valores que rescatan la importancia del esfuerzo, de la capacidad de espera, de poder tener metas a largo plazo y trabajar para cumplirlas. Valores que tengan que ver con una ética de vida que le ayuden al adolescente a cimentar la construcción de un destino propio.
O contrariamente, lo trasmitido tenga que ver con valores como la onmipotencia, el egoismo, la importancia de lo económico, los fanatismos, las ideas absolutas, el individualismo, la manipulación del otro, donde el otro en tanto diferente queda excluido. El otro queda convertido en un competidor en potencia o enemigo que nos puede dañar, al que hay que derrotar para sobrevivir, la lógica es soy yo o el otro.
Es fundamental rescatar la función contenedora de la familia, que deberá revertir los coletazos de la crisis de la sociedad; la importancia de los vínculos intra y extra familiares y el papel preventivo de la comunicación permanente entre los adolescentes y sus padres.

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