El último año de la secundaria es muy especial, marca el fin de una etapa, y despierta muchas emociones y pensamientos contradictorios en los adolescentes. Muchos protestan acerca de la escuela, que no la toleran, que es aburrida, que no sirve para nada, que no ven la hora de que esta pesadilla termine. Pero también aparecen otros sentimientos que tienen que ver con valorar su lugar de pertenencia y que tienen que abandonar. Entonces se los escucha decir que, a pesar de todo, quieren a esa institución en la que estuvieron creciendo todos estos años, que hay cosas que ya no las van a poder hacer en otro lado, que se divierten en la escuela, que muchos profesores marcaron un poco su vida, que les gustaría detener el tiempo en este año. Aparece el “comenzar” a extrañar algo que se está empezando a “perder”. Y sobre todo es el momento de tomar una decisión acerca de que camino tomar en la vida. Decisión muy difícil de afrontar en un tiempo donde el adolescente se está haciendo muchas preguntas y todavía está buscando sus propias respuestas. Tiempo cronológico impuesto del afuera que muchas veces no coincide con el tiempo lógico, interno del adolescente, que no está preparado para concretar una elección, que se puede tomar muy dramáticamente tanto para el adolescente, como para su familia, si se piensa que es definitiva y para toda la vida. Si bien es el inaugural en importancia, es la primera de una larga serie que se sucederá en su camino, y es muy amplia y compleja ya que implica también definir valores personales, sus relaciones con los otros, lo que representa el trabajo y el estudio, proyectos afectivos, vivir de determinada forma, por ejemplo.
Si bien estamos inmersos en la cultura del puro presente en la que el pasado ya fue y el futuro se vislumbra tan incierto que a veces nos encontramos pensando: ¿el futuro es posible?. Es importante reflexionar sobre las cuestiones fundamentales que condicionan al joven sobre su porvenir.
Para saber a donde va o a donde quiere ir es necesario que el adolescente conozca su pasado, sus orígenes. Es conveniente rescatar al pasado, como el piso consistente, como los cimientos que le permiten afirmarse en su presente para poder proyectar un futuro. Ese pasado, que es parte de su historia, es importante que se construya, quedando en la memoria, según dice Pierra Aulagnier, como resguardando al sujeto, como una garantía para que este no se pierda ante los tumultuosos cambios que van a venir. Solo a partir de la elaboración de su pasado, el adolescente puede empezar a crear un espacio que le permita pensarse, representarse, imaginarse de otra manera siendo el mismo; para construir su propio proyecto futuro.
La sociedad actual de la era del postmodernismo, que deja muy atrás la idea del progreso posible e instala la de un futuro muy incierto, casi imposible: “no hay futuro” Era donde se desprecian los valores abstractos que antes nos sostenían. Y en cambio, aparecen como fundamentales, otros “valores”, donde se rinde culto al dinero, los bienes materiales, los objetos y los atributos relacionados a esto, como el éxito y el poder. Donde se corre ciegamente hacia el consumo, el confort, la satisfacción urgente, la importancia de lograr y mantener un cuerpo joven y bello a cualquier costo. Y donde todo se debe lograr fácilmente, mágicamente, inmediatamente. Ideales que marcan que el camino para ser en esta sociedad es a través del tener, sino se tiene no se es nada.
Esta sociedad trasformó la adolescencia en un estado especial solo para los sectores más privilegiados, ya que los marginados quedan totalmente excluidos, sin lugar para ellos. Así, la adolescencia de ser una etapa, un lugar de paso hacia la adultez, se convirtió en un estado, un estado glorioso e ideal, donde todos quieren estar y no salir de él. Estado, muy conveniente para la economía de mercado, que promete un ficticio placer. Un estado casi ideal, una mezcla de los privilegios de la infancia con la libertad de los adultos, evitando las responsabilidades y viviendo el momento. Se toma como modelo a la adolescencia, no solo en su juventud, su forma de vestir y actuar sino los conflictos propios de ella. Cultura del consumismo que envía mensajes contradictorios, ya que por un lado hay que ser exitoso y por el otro los jóvenes no encuentran lugar en el mundo del trabajo. Como los adolescentes no pueden vislumbrar metas posibles a largo o mediano plazo, ponen todas sus expectativas en el disfrute del hoy y en su cuerpo. Se muestran apáticos, sin ideales colectivos, en ellos no existe la idea de cambiar el mundo, se conforman con objetivos individuales y de corto alcance.
Si al futuro se lo muestra desesperanzador, esto nos deja a todos sin confianza en el por-venir, en una posición impotente y de mucho empobrecimiento subjetivo. Si no hay un futuro que garantice que parte de nuestros esfuerzos van a ser recompensados, la vida queda reducida a un puro presente, atrapada en una supervivencia angustiante y sin salida.
Así muchos padres solo pueden pensar en que sus hijos no queden fuera del sistema económico, excluidos y de esta manera obturan la posibilidad que el adolescente pueda proyectarse, desarrollar sus potencialidades, su creatividad, permitirse desear y poder satisfacer sus necesidades de realización personal.
Nuestro desafío como sociedad es recuperar los ideales y valores del pasado que a pesar de todo aún siguen estando y poder transmitir a los jóvenes modelos que puedan dar algunas garantías futuras. Para reconstruir nuestra sociedad en la que podamos vivir dignamente debemos recuperar la confianza, la solidaridad, el respeto por el semejante, la idea de justicia, la cultura del esfuerzo, el estudio y el trabajo y así abrir paso a la esperanza de un mañana mejor para todos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario