La adolescencia es un tiempo de crecimiento y de muchos cambios fundamentales. El adolescente deberá realizar ciertos desprendimientos, pérdidas que tienen que ver con el mundo infantil, con el niño que fue, con los ideales de la niñez y con los padres de la infancia. Tiempo de redefinición, de un gran trabajo psíquico, en el que el adolescente empieza a mirar fuera de su familia, buscando otros modelos, otros ideales, otras relaciones, otros referentes, otros soportes que le permitan abrirse, para comenzar a esbozar su propio camino.
En la adolescencia es necesario e inevitable el alejamiento de los lazos parentales, el tránsito de lo familiar y conocido a lo extrafamiliar con la aparición de otros lugares, diferentes que le posibiliten la creación de su propio espacio. Así comienza a poner su mirada en el afuera, ansioso e impaciente por indagar el mundo que antes veía a través de sus padres. En muchos adolescentes se manifiesta la búsqueda intensa y frecuente del riesgo, como forma de conocer sus propios límites y los de su entorno. Sintiéndose ajeno, extraño y en un cuerpo que es un torbellino pulsional, se mueve impulsivamente, peligrosamente, experimentando nuevas sensaciones, chocando muchas veces ante una realidad que le es adversa. Su manera de ingresar al mundo adulto es provocando y desafiando, sin entender muy bien que le está pasando y cuales pueden ser las consecuencias de su accionar. Su forma de expresión privilegiada es a través del acto y son numerosas las conductas peligrosas que se manifiestan en este momento, encontrándonos con conductas variadas, con distinto grado de riesgo y algunas aparecen como un juego con la muerte: fracasos escolares, relaciones sexuales no protegidas, exponiéndose a situaciones de embarazo y contagio de sida y otras enfermedades de transmisión sexual, enfrentamientos violentos diversos, consumo de drogas y alcohol, deportes peligrosos, desviaciones mortíferas de las conductas alimentarias, conducción irresponsable de vehículos, comportamientos suicidas y escarificaciones sobre el propio cuerpo. Estas acciones impulsivas se traducen en una agresión sobre el cuerpo propio o sobre el cuerpo del otro.
Cuando el adolescente no puede expresar su sufrimiento y su dolor, le faltan las palabras, apareciendo en su reemplazo un vacío, cuando falla su capacidad de simbolización, entonces surge el acto agresivo que desde afuera se lo ve como desprovisto de sentido, aunque siempre quiere decir algo, que es desconocido por el sujeto.
Al lastimar su cuerpo puede aliviar el dolor psíquico que urge y no se sabe como silenciar.
En muchos adolescentes estas actitudes están más relacionadas con su necesidad de transgredir, con su espíritu de aventura y su poca capacidad de evaluar las situaciones peligrosas.
En la infancia son los padres los que se hacen cargo del cuidado del hijo, pero si esto no sucede en ese período cuando el niño se transforma en adolescente, no puede asumir su propio cuidado. Así la falta de protección paterna se refleja en conductas arriesgadas, y aparentemente despreocupadas por parte del joven, así escuchamos: “para qué, si no voy a pasar los 40” o “si me toca me toca”.
Antes la sociedad brindaba al adolescente en este tránsito, un marco de cierta seguridad y acompañamiento. Pero ahora ¿qué sociedad lo está esperando?. Una sociedad que le da la espalda, que no lo respeta, no lo protege, no le ofrece espacios de contención ni las condiciones mínimas para que pueda crecer dignamente.
Cultura del consumismo, de los excesos, que se aprovecha de la vulnerabilidad especial del adolescente y lo convierte en consumidor privilegiado, incitándolo a prácticas adictivas de todo tipo. Cultura que tiene puesto el acento en lo efímero, lo frívolo y lo inmediato, que valora el tener en detrimento del ser, donde hay que vivir solo el presente gastándolo y gastándose. Se inculca la búsqueda de distintos objetos, como la droga, para ilusoriamente tapar la angustia y calmar el sufrimiento, para poder soportar mejor las exigencias que impone la sociedad, en perjuicio del joven que queda empobrecido subjetivamente y desprovisto de los recursos simbólicos indispensables para encontrar otras salidas posibles.
Sociedad que no le ofrece ideales éticos y pocos modelos de identificación genuinos con los cuales el adolescente pueda ir tomando para constituir su identidad. Sociedad reducida a sus intereses económicos, a una ideología pragmática que le da importancia a los logros materiales que no deja lugar para los proyectos, los sueños, las ilusiones y el atreverse a pensar en un futuro distinto.
Situación paradojal que se da en este momento en que el adolescente tiene que abrirse al mundo y se encuentra desprotegido en un contexto muy peligroso.
Todas estas cuestiones deberían hacernos reflexionar sobre que podemos hacer para ofrecer a los adolescentes un ámbito vital y posibilitador con otras alternativas que den lugar al cambio y a pensar que las cosas pueden mejorar.
domingo, 6 de diciembre de 2009
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