domingo, 6 de diciembre de 2009

Conviviendo con mi hijo adolescente

La llegada a la adolescencia suele despertar ciertos temores a los padres, ya que marca el fin de la infancia, una etapa en la que las situaciones eran más o menos conocidas y se creía que era “más fácil” criar a los hijos. El crecimiento del hijo conlleva cambios en los padres, de función y de lugar, ya que no es lo mismo ser padre de un niño que de un adolescente. También la organización familiar entra en esta crisis, donde el escenario se conmociona, tambalean las costumbres y la forma de relacionarse, donde los padres tendrán que recrear su lugar con respecto a su pareja, a ellos mismos y a los demás miembros de la familia.
La relación paterno-filiar, es un proceso que se va construyendo a través de los años y comienza aun antes del nacimiento del hijo. Implica una gran responsabilidad de los padres, son ellos los que tienen que trabajar en esta relación brindándole a su hijo, el espacio, el tiempo y la atención para que el vínculo sea armonioso, pueda crecer y ser permeable a las vicisitudes y cambios que implica el vivir.
Los cambios muchas veces suelen comenzar a manifestarse en la cotidianeidad, en gestos, actitudes, contestaciones y sobre todo el silencio que implica angustia e impotencia, tanto para los padres como para los hijos.
Es en este momento que el adolescente empieza a desprenderse, separarse de sus padres, idealizados desde la niñez y que ahora son cuestionados y juzgados. Pero la desidealización es de ambas partes, los padres a veces se decepcionan de su hijo y a su vez el hijo de ellos, el desencanto es mutuo. Tienen otras expectativas acerca él que no se cumplen, esperan que este adolescente se acerque más a su ideal de hijo, en cambio se encuentran con un joven que no comprenden , no saben que le pasa y como manejarlo. La ignorancia, el desconocimiento recíproco, caracteriza la compleja relación padre-adolescente. El adolescente se queja de que sus padres no lo entienden, siendo que él a su vez no sabe que quiere, quien es y a donde quiere ir.
Muchos adultos desconocen que le pasa a un adolescente y se alarman o asustan cuando su hijo tiene actitudes que son propias de esa edad. Esto se evidencia cuando se quejan que su hijo está cambiando, que “está raro”, ya no les cuenta “todo”, está muy callado, prefiere encerrarse en su cuarto solo, por ejemplo.
Es en la intimidad del hogar donde se cristaliza el desencuentro y el no reconocimiento de padres e hijos. Los adultos ven a ese chico como un extraño conocido, es su hijo con otro cuerpo y otras actitudes, otros pensamientos, otros gustos, es él pero es otro. Así escuchamos decir: “donde habrá sacado esas ideas”, “donde habrá aprendido eso”, “no parece mi hijo”.
Surgen las peleas, los malos entendidos y la comunicación se hace muy difícil. Muchas veces el adolescente se siente desamparado y solo.
En la infancia las relaciones padres-hijo están regladas por un pacto generacional, cuya características es la asimetría, en el cual hay una diferencia de poder y de saber en la cual el adulto se hace cargo del menor. Este le debe obediencia, son los padres los que le imponen su criterio y sus reglas.
Pero es en la adolescencia donde este pacto comienza a resquebrajarse, a complicarse ya que el adolescente empieza a tener sus propias ideas, pensamientos, actitudes que los distancian de sus padres. Es el pasaje del pacto al contrato, que va a posibilitar un clima de diálogo y acuerdos. El contrato en el que la relación deja de ser vertical para convertirse en horizontal e igualitaria, ambos tienen derechos, responsabilidades y obligaciones, y que posibilita la apertura al debate. Si bien el adolescente puede exponer sus ideas y es importante que los adultos los escuchen, esto no implica que los adolescentes impongan su voluntad. Es importante que se trate de construir un espacio para la negociación, en el que los términos sean revisados o cuestionados cuando sea necesario. Este es un momento para reinventar los lazos que unen a padres e hijos, para restablecer el diálogo perdido, para posibilitar la historización de esta relación, recordar la historia que tienen en común que es importante rescatar. Volver a reconocerse a partir del recuerdo de las vivencias compartidas.
Una manera de promover la comunicación es buscar, estar atento a los momentos en que el adolescente quiera hablar, escuchándolo, haciendo comentarios breves, como al pasar. Si los padres los inundan con sus preguntas y sermones, probablemente su hijo se retraiga y todo intento de conversación quede interrumpido. Es prioritario respetar los silencios del adolescente.
Es fundamental que el padre le permita a su hijo actuar por sí mismo en la medida de sus posibilidades, en aquellas cosas que va pudiendo hacer; y acompañarlo en aquello para lo cual no está preparado.
Una de las cuestiones principales es que los padres sean coherentes entre su decir y su hacer, su hijo los estará observando atentamente.

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